"NO HAY DESTINO MANIFIESTO EN LA POLÍTICA"
Entrevista a Constanza Moreira,
publicado en Brecha
19/04/2013
ESCRITO POR: RICARDO SCAGLIOLA / ROSARIO TOURIÑO
La política es incierta y eso es lo bueno que tiene, desliza la
senadora. Y es algo que puede aplicarse a su propio futuro político. La
relación con el MPP ha sido complicada, pero ella se muestra agradecida,
porque está donde está gracias a ese sector. Todo está por verse.
En el ínterin, habla de todo: de la dilación de la candidatura de Tabaré
Vázquez, de la economía versus la política, del Poder Judicial, y hasta
sienta al Frente Amplio en el diván. Así, el nuevo relato del Frente Amplio
tiene que ser más “erótico” que “tanático”.
—Han pasado ya tres años desde que incursionó en la política
activa, ¿cómo valora aquel paso?
—Ah,
muy positivamente. Les aconsejaría a todos los politólogos tener un pasaje
por la política, aunque eso pueda dañar algo de su supuesta neutralidad
valorativa. Se ha cultivado una academia, especialmente en la ciencia
política, muy despegada de los compromisos político-partidarios, en parte
porque el politólogo se transformó en una suerte de analista político,
entonces la comparación que se hacía era con el periodista deportivo…
Se usaba esa comparación para decir que si no existe neutralidad, entonces
desde qué lugar se analiza. Yo creo que la política vista desde fuera tiene
desconocimientos que impactan sobre la propia teoría. De eso me doy cuenta
recién ahora.
—Ha
marcado determinadas visiones que no eran las mayoritarias, incluso en el
MPP. ¿Esperaba encontrarse tantas dificultades?
—No.
Pensé que iba a haber menos dificultades. Esa es la verdad. Yo podía tener un
diagnóstico sobre en qué cosas el Frente marcha más lento y más rápido.
Pero las dificultades dentro del FA con el tema de la despenalización del
aborto no las esperaba.
Siempre había pensado que ese tema estaba muy vinculado a la figura de
Tabaré, pero bueno, hubo que hacer una negociación con otro partido,
modificar el proyecto.
En materia de derechos humanos sabía que había dificultades, pero no imaginé tantas.
En esa materia los conflictos son muy profundos, porque no son
sólo conflictos por preferencias, sino que también hay mucho desacuerdo sobre
cuánta fuerza tenemos para enfrentar qué cosa.
—Ahí
también juega la experiencia personal de ciertos actores de la época de la
dictadura.
—Totalmente.
Ahí hay, por lo menos, dos o tres generaciones en conflicto.
La generación que fue encarcelada antes o durante la dictadura, la que se
hace a la política en los noventa, y después mi generación, que se vuelca a la
política más recientemente.
Y dentro de esta última, creo que tenemos una perspectiva de los derechos
completamente distinta. Yo
no puedo creer que se sigan oponiendo los derechos a la soberanía nacional.
—Ahora,
ese discurso no estaba explicitado en el FA. Mientras fue oposición, no
aparecía con tanta fuerza.
—Lo
que pasa es que cuando vos sos Estado, garantizar los derechos es tu
responsabilidad.
Una cosa es demandar los derechos a un Estado negador, y otra cosa es
cuando vos como Estado tenés que asegurarlos, y comprás conflictos con
grupos de interés.
Y la gran disyuntiva de la izquierda es esa: siempre estás en conflicto
en torno a cuánto avanzás sin generar un conflicto de tal dimensión que
hipoteque tu posibilidad de estar en el gobierno. Uno lo ve claramente en
Argentina, que va por más: ley de medios, conflicto con el campo… Argentina,
para Uruguay, es un ejemplo que acobarda, porque los conflictos argentinos
tienen un efecto amortiguador.
Se mira lo que le pasó a Argentina con el campo, y se dice: no me hables de
detracciones.
Mirás lo que pasó con la ley de medios y la reacción es: no me
hables de ley de medios. Real de Azúa hablaba del efecto amortiguación.
Él decía que Uruguay es un algodón entre dos cristales, una
Argentina muy conflictiva y un Brasil muy desigual. Pero resulta que eso se
produce también políticamente. Luego, con los derechos humanos también pasó
algo que nunca había visto.
Nosotros siempre defendimos el rol de la justicia, pero nunca
nos imaginamos que la justicia iba a tener un papel tan refractario.
Y ahora me doy cuenta de que la justicia siempre tuvo ese rol. Me refiero a
las grandes autoridades…; ya ven que hay una rebelión en las bases, con los
fiscales, lo cual es bueno, porque la justicia está librando su propia lucha.
Lo que en Uruguay tenemos es casi un conflicto de poderes, pero
no entre el Ejecutivo y el Legislativo, sino entre el Judicial y el
Legislativo.
Cuando las fuerzas de izquierda se dieron cuenta de esto buscaron las
reformas de sus sistemas judiciales.
—Pero,
¿está generalizada en el FA la idea de que hay que reformar la justicia?
—Sí,
sí, ya lo es. Se ha ido tomando conciencia. Vino este mazazo de la Suprema
Corte para los que estamos en temas de derechos humanos.
Pero para otros, que no les importaba tanto ese tema, el mazazo fue por el ICIR Y ahí la
justicia logró juntar a dos grupos que no necesariamente estaban juntos.
Actuó en defensa del statu quo que se consolidó en este país durante muchos
años y del cual la izquierda también fue parte.
¿En qué sentido?
Cuando se toma la decisión de no tocar la ley de caducidad
porque no nos daba la nafta para tanto, o porque comprometíamos nuestro
futuro electoral, o cuando se pensó –como se pensó– que el tema de los
derechos humanos importaba a muy poca gente.
—En
todos estos temas usted ha contrariado a la posición mayoritaria del MPP, al
punto que ha recibido críticas muy fuertes. ¿Cómo vivió esa tensión?
—La
tensión la viví desde el principio. Nunca tuve una posición distinta a esta,
y eso se sabía.
Y de alguna manera yo sabía la contradicción que había en el MPP con relación
al tema derechos humanos. No sabía cómo lo íbamos a administrar, pero que el
conflicto estaba, estaba. Incluso con respecto al tema de la despenalización
del aborto sabía que teníamos problemas.
Y creo que fue lo primero que le dije a Mujica: tenemos
problemas con la agenda de género –por el aborto y la ley de cuotas– y con el
tema de los derechos humanos.
Y a la larga se fueron encontrando acuerdos y el MPP ha ido
acompañando todas estas cosas. Más o menos hemos ido transitando, aunque con
una diferencia de perspectiva grande.
Es muy difícil, no sólo para el MPP sino para buena parte del Frente,
entender que la desigualdad de género es tan estructural como la desigualdad
de clase.
En cuanto al tema de los derechos humanos, a mí me parece que
eso era mucho más difícil, porque el MPP no se ve a sí mismo como asumiendo
esa lucha, también porque creo que hay una conciencia de la responsabilidad
de sus actos en el pasado reciente. En los temas que refieren a los
militares, ahí sí tenemos grandes diferencias.
—El
gasto en defensa, por ejemplo.
—Pero,
bueno, esos problemas no los tengo sólo con el MPP, también los tengo con
Bayardi, que es de la Vertiente Artiguista, con el subsecretario de Defensa,
Jorge Menéndez, que es socialista… Así que ahí hay muchos grupos delFA
metidos.
A ver, yo me remito al programa del FA y las cosas que nos
comprometimos a hacer, y lo único que le pido al Frente es que sea coherente
con el programa.
Luego, sobre el rol de las Fuerzas Armadas en la vida política, hay dos
bibliotecas, hace mucho tiempo.
Hay una “línea Chávez”, que dice que vos podés tener unas
Fuerzas Armadas progresistas, que acompañen el proceso.
Es una teoría basada en unas Fuerzas Armadas del pasado. Yo no la comparto, y
entiendo que en Argentina o Brasil era muy difícil gobernar contra las
fuerzas armadas, supongamos que en los cincuenta, pero en Uruguay la tenías
en bandeja.
Y después está la “teoría
Licandro”: que las Fuerzas Armadas tienen que estar sometidas
al poder civil, ser profesionales. Yo estoy con la perspectiva de Licandro, y
creo que cuanto menos Fuerzas Armadas, mejor.
—En este tema del relato de militares
y tupamaros como combatientes, con relación a las fuerzas desplegadas en
Haití, mucha gente se pregunta: ¿qué hace en el Espacio 609?
—Primero,
¿qué pasa en mi
presente político?
Aunque no lo parezca, todos los lunes nos reunimos con la
bancada de la 609. Tengo un funcionamiento parlamentario de lo más orgánico
con la bancada del Senado. En estas discusiones, que son las más duras, pero
insisto, no solamente con la 609, yo llevo mis posiciones hasta dónde puedo.
Después sólo me cabe cumplir con la disciplina, porque si pido disciplina
para votar la despenalización de la marihuana tengo que respetar la
disciplina también cuando pierdo las discusiones, y créanme que pierdo un
montón de votaciones.
—
¿Y en el futuro, cómo se ve?
—No
sé, no veo nada del futuro.
—Algunos
militantes la quieren de presidenta
—Qué
gracioso, sí, ya vi unos que hacen blogs por aquí y por allá, y yo les mando
cartas y les digo: no, presidenta no.
—
¿La contactó gente de otros sectores? Parecería que Constanza Moreira conecta
con un espacio que excede a la 609.
—Alguna…
¿Sabés lo que pasa? Que vos podés conectar con un pensamiento, pero en la
política hay que hacer política. El pensamiento no alcanza.
Y por ahora los que hacen política son los sectores y los
grupos. Todavía no hacen política los foros, ni las redes, ni los
independientes.
No hacen ese tipo de política requerido para ser competitivo. La
política de los votos, de los aparatos, los grupos, ese tipo de política los
sectores del FA la manejan bien. El resto, que es la inmensa mayoría, no la
domina.
—
¿Va a seguir en la política?
—No
tengo la menor idea. Siempre pensé que iba a volver a la Universidad y lo más
probable es que eso sea lo que suceda
. De hecho, yo estoy de licencia en la Universidad, y cuando sos full time
sólo te la podés tomar por un período. Así que mi permanencia en la política
no iría muy de la mano con mi regreso a la vida académica.
—
¿Y de qué depende?
—
(Se ríe.) Mirá, te voy a decir una cosa simple: en el FA es muy difícil no
estar sectorizado, el que no tiene un grupo está perdido. Esa es la verdad de
la milanesa. Hay muchos ex algo, mucha gente suelta flotando, pero la suerte
de los independientes es bastante desgraciada en el FA.
Creo que eso en la izquierda siempre fue así. La suerte de los
intelectuales, más desgraciada aun.
Y así como te digo que la suerte de los intelectuales no es muy buena en la
izquierda –la izquierda tiene que reconciliarse con los intelectuales–,
también te digo que los intelectuales miran a la política con una mezcla
de admiración y desprecio.
La admiración que trasunta frente al poder, y el desprecio como si fuera
una actividad menor, un corre y corre detrás del cargo.
De todas maneras, la relación entre el Estado y la Universidad
es hoy la mejor que hemos tenido en los últimos treinta años. Yo he tenido
una experiencia maravillosa. Y siempre estaré infinitamente agradecida con la
609, no sólo por ocupar este lugar en política sino porque nunca me han
obligado a hacer nada contra mi conciencia.
Si yo entendiera que mis desavenencias son tantas, me iría, y
dejaría mi banca como consecuencia. Para mí la 609 sigue siendo el fiel de la
balanza de la división entre los dos bloques de la izquierda: el bloque más
de centro, moderado, reformista, y el bloque más socialista, de izquierda.
No es que esté en la 609 porque hayan sido los únicos que me lo
pidieron, sino porque yo más bien pertenezco a este otro bloque.
Entonces me parece que el MPP, la 609, o cualquier reformulación que ellos
quieran hacer, todavía tendrá ese lugar privilegiado que determina qué pesa
más de un lado u otro de la balanza.
Ahora, ¿en qué aspectos vos ves esta cosa izquierda-derecha?
En el posicionamiento de la política exterior (la otra vez
criticaron al MPP porque declaró a favor de Palestina, pero en general tiene
una posición muy atendible, para quienes creemos en eso), en el tema
Estado-mercado (con dificultades, pero más o menos), en el tema distribución
del ingreso y justicia social.
Ahí tenés un terreno donde todavía los dos bloques funcionan. En
materia de derechos, en cambio, no: muchas cosas que he dicho en materia de
derechos humanos las dije con Rafael Michelini.
Y las cuestiones de género las he dicho con Mónica (Xavier).
—Justamente,
se ha producido una serie de avances evidentes en esa agenda de nuevos
derechos, sobre todo al influjo de la sociedad civil. Pero en la cuestión de
la distribución de la riqueza o la política económica hay un choque
permanente con el equipo económico.
—Sí,
es como si fuera este diálogo: el equipo económico dice “A mí me tienen que
cerrar las cuentas, yo tengo que tener controlados el déficit fiscal, la
inflación, las variables sistémicas.
Hacé todo lo que puedas sin desarmarme el rancho”.
Y del otro lado, le dicen:
“Si no desarmo el rancho no puedo hacer ningún cambio estructural”.
Y esa discusión está acá, en Brasil, en todos lados, con el
agravante de que Uruguay tiene menos margen de maniobra. ¿En qué se traduce
eso en el día a día?
Vos tenés un impuesto a la concentración de los inmuebles
rurales (ICIR) que recauda lo mismo que el nuevo impuesto al patrimonio (IP).
¿Pero es igual? Bueno, no, porque independientemente de lo que recauda, el
ICIR tenía el objetivo de dar una señal en cuanto a la concentración de la
tierra.
La señal radical sería poner un tope a la propiedad de la tierra. De allí
hasta aquí, hay alguna cosa que se puede hacer para desestimular la
concentración en un país muy chiquito.
—
¿Pero no falta sinceramiento en el FA? Hay un empuje, el otro bloque lo
cuestiona, plantea que no fue consultado… Esa es la dinámica y no la de una
discusión en profundidad.
—Con
ese “me consultaron” o “no me consultaron” hay mucho de lo que yo llamo
narcisismo de autor. Pero esa no es una cuestión muy profunda, sino de quién
tiene más poder.
Y la verdad es que el Ministerio de Economía no puede quejarse de nada,
porque es un superministerio.
Y luego la OPP reclama para sí el viejo desarrollismo de la
izquierda, ser un organismo que pueda hacer una planificación a largo plazo.
Entonces las discusiones son del tipo: “Yo te armo esta política
de inversiones y no me la perfores”. Y del otro lado, le dicen: “Perdoname,
pero Uruguay tiene que determinar cuáles son los sectores productivos que va
a apoyar”.
Y esa es una gran discusión.
—Y
está la cuestión de la política por sobre la economía.
—Totalmente.
Está en debate el rol de la política y de la economía. Y recién ahora la
política va ganando un poco de terreno por sobre la economía, yo creo que
después de la crisis. En el primer gobierno el FA necesitaba ganar
credibilidad en el terreno económico, porque estaba esa idea de que la
izquierda iba a ser irresponsable, todo eso…
La economía le ganó a la política durante los noventa. Eso que
se llama el Consenso de Washington eran las recetas que los bancos les daban
a los gobiernos para poder cobrar. Esas recomendaciones bizarras y horribles
después fueron recomendadas para África.
¿Cómo le vas a decir a un país que tiene un nivel de vida como
Haití que tiene que reducir el gasto social? Eso es criminal.
Después de la crisis, la política empezó a predominar sobre la
economía. Así como hay desconfianza en que los jóvenes puedan gobernar este
país, también hay una parte de los economistas que no les tiene confianza a
los políticos. La desconfianza de los viejos hacia los jóvenes es política, y
este segundo caso es el de una desconfianza técnica. Como si el saber técnico
estuviera sólo en algunas manos.
Eso no es bien así, porque saber técnico tenían también los
partidos tradicionales e hicieron cualquier zafarrancho.
Hay una lucha técnico-política, ¿y cuál es su resultado? Incierto.
—En
el singular territorio de la opinión pública hay una altísima mayoría que
opina que la política económica debe ser conducida por el equipo económico.
Hay una encuesta de FACTUM, que es manejada a nivel de sectores políticos…
—Lógico.
Si voy y le pregunto a la gente:
“¿A usted qué le parece, el equipo económico debería manejarlo Astori o
Mujica?”. “Astori”, te va a responder.
Si lo viene manejando desde 2005… La gente contesta de lo que
conoce, y la forma de preguntar es absolutamente sesgada.
Te van a decir primero dónde ellos creen que está el equipo económico. Además
hay que considerar que la gente suele contestar avergonzadamente en una
encuesta, y nunca quiere confesar que no sabe.
Este tipo de preguntas lo que va a reflejar es un estado de
opinión que está en los medios de comunicación, pero no una preferencia
auténtica. Es como una especie de círculo vicioso.
—Y
esa falta de acuerdo en el FA, ¿no explica que no se esté comunicando
adecuadamente ese debate sobre la política y la economía?
—Sí.
A mí me parece que la primera señal clara la dio Tabaré Vázquez cuando dijo:
“Acá se da el 4,5 por ciento para la educación, y arreglame las cuentas como
puedas”.
La economía es instrumental, no es un fin en sí misma. El fin es que la gente
viva dignamente.
A veces se piensa que un país es como una empresa, donde tengo el debe y el
haber.
Por supuesto que las cuentas tienen que cerrar, pero lo primero es lo
político. ¿Qué te va a decir una politóloga…? (Risas.)
—Hablando de Tabaré Vázquez, ¿su candidatura
es ya cosa juzgada?
—Tabaré
Vázquez es una construcción política. No hay destino manifiesto en la
política, que es muy incierta y eso es lo bueno que tiene.
Está llena de sorpresas (a diferencia de la economía). ¿Quién iba a decir que
Mujica iba a terminar de presidente, o que Chávez se iba a morir?
—Pero
por el momento nadie parece asomar.
—Pero
nadie puede asomar si Tabaré Vázquez está instalado en la esfera política. Si
Tabaré está instalado como candidato, cualquiera que asome lo hará desde una
candidatura en contra.
Ahora, la dilación de Tabaré Vázquez es inversamente proporcional a la
construcción de cualquier candidatura alternativa.
Cuanto más demora Tabaré en decidir, más instala su propia candidatura.
Yo espero que Tabaré sea consciente de esto, porque construir
una candidatura alternativa lleva tiempo. Por lo menos precisás un año.
O sea que vos estarías precisando tener ahora una definición
de Tabaré. Ahora, no en setiembre, porque las elecciones las tenés en
junio, y la campaña empieza en marzo o abril. Si él retrasa esa definición y
después te dice que no: ¿qué hacés?
Y si la retrasa mucho también se vuelve inevitable.
Esta dilación puede conducir al abismo o a la candidatura de
Vázquez. El FA, con relativa independencia del candidato, puede ganar las
elecciones.
Yo sé que contra esto me van a caer la mitad de los politólogos
y el FA pero yo recuerdo que los votos son del FA. La inmensa mayoría de la
gente vota al partido.
Esto no quiere decir que Vázquez no sea un excelente candidato: lo que digo es que el Frente puede
ganar aun sin Tabaré.
Y eso lo quiero decir para que el Frente no se sienta
acomplejado y no deje de ser un partido para transformarse en seguidor de un
líder.
El travestismo de la nueva
derecha
— ¿Y qué pasa con la oposición? ¿Cómo percibe a la nueva
derecha, con las figuras de Bordaberry y Lacalle Pou?
—A
Bordaberry lo tengo más visto, a Lacalle Pou menos. Como politóloga creo que
es un fenómeno bien interesante, porque tenés una derecha conservadora,
bastante reaccionaria en algunos dirigentes políticos más bien viejos, que no
votan nada, ni matrimonio igualitario, ni despenalización del aborto, ni
ICIR.
En eso son muy coherentes. Representan a una parte del electorado muy
importante del país.
Pero hay otro electorado, que es el que representa la nueva
derecha, joven, exitosa, en las clases medias altas, poco politizado.
La nueva derecha tiene la capacidad para travestirse de algo que
no es derecha
para ese nuevo electorado no politizado.
Si consigue hacerlo, le puede ir bien.
Hay como una nueva derecha empresarial, bien privatizadora, a la
que defienden mejor los medios de comunicación que la propia clase política
que, mal que bien, es leal a sí misma.
La clase política tiene más lealtad al sistema democrático que parte de los
medios, que a veces hacen más campaña anti instituciones políticas que los
propios partidos.
—
¿El catalizador de ese espacio será Bordaberry?
—Ahí
tenés el problema del apellido, porque es una sociedad chica, donde hay una
reconstrucción permanente de la memoria.
fuente - Frente Amplio de Uruguay en México
FAmex - postaporteñ@ 990 - 2013-07-10
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