domingo, 8 de enero de 2012

La Soberbia NUNCA baja de donde sube, pero siempre CAE de donde subió



Número 694 | enero 7 / 2012 | Año 7


 

REGALO DE REYES




Pensar lo poquito que falta para llegar al 1er. Mundo; el año se nos termino y estamos en veremos; bueno, no totalmente en veremos, porque estamos en caída libre hacia el cuarto mundo, es decir, por mis cálculos y como dice el presidente (los porfiados hechos), nos indican que:
La impunidad da tropiezos y el único resultado visible, según los porfiados hechos, es que se fortalece la institución de criminales a sueldo.
Se fortifica, no retrocede y muy orgullosos que están de ser los más temidos, los malos del pueblo y los poderosos (y justos), según ellos.
El paisito tiene trabajo, lo he encontrado por fin, en pleno desarrollo, en pleno vuelo, nos parecemos a Dubái,  los grandes mercados florecen como hongos, el capitalismo "como la gente" ya está en casa y llego para quedarse, hay trabajo basura y hay montañas de basura china, reclames que te venden todo barato en dólares, somos el país de la zona franca, de la droga, del narcotráfico y del asesinato de los comandos policiales en sus horas extras para la mafia, con sus pistolas Glock 9 milímetros, y su entrenamiento en las bases conocidas desde antes de la era Vietnamita.
El color negro que Cristina y sus pajeros mentales ya no soportan

Pero según nosotros....
Erase una vez un pueblo que vivía aterrorizado por el malo, el poderoso, musculoso, abusador aquellos pequeños y pacíficos hombrecitos que ni siquiera se atrevían a hablar, andaban siempre con las manos atrás para que el grandote abusador no creyese que lo estaban provocando al bracear normalmente; cada día se humillaban poniéndose aquellos uniformes negros, para estar bien presentables en su trabajo de sirvientes del poderoso...
y el poderoso reía, gozaba seguro de su fuerza, del miedo que imponía y de cómo poco a poco todo iba cambiando hacia su propósito de reunir mucho oro quitando horas de alegría a su pueblo, quitándoles el oro a través del trabajo esclavo, quitándoles todo, y tanto les había quitado que aquel pueblito ni siquiera se atrevía a soñar con  aquellos principios humanos por el que habían peleado...y perdido tanto, muchos de sus seres queridos , la propia vida; es decir tanto habían perdido que ya ni siquiera le quedaban esperanzas en el cuerpo y más aun cuando leían al regresar del trabajo aquellas implacables palabras:

"Aquí se viene a cumplir"

Y tanto era el miedo terrible a que estaba sometido el pueblito, que cada vez exigía mas y mas, el grandote cobarde con el alimento arrebatado crecía y engordaba en su palacio, su alimento era siempre el mismo; oro y sangre.
Se sabía impune para siempre jamás, tanto, que ya ni siquiera pedía; solo insinuaba que... y sus sirvientes que se habían acostumbrado a tenerlo saciado, ya arrebataban sin piedad el alimento a su propio pueblo para el cobarde abusador

El pequeño pueblito ya había sido tan despojado y abusado que ni siquiera le quedaban esperanzas en el cuerpo....hasta que un día algunos hombrecitos, tan insignificantes que nadie había puesto atención en ellos, cansados de tantos abusos decidieron tomarse la venganza
Nadie dijo que él lo haría, ni siquiera dijeron día u hora; pero lo, es que  cierto crepúsculo, cuando el sol ya se había ocultado en el horizonte y el gigante abusador gozaba con el sueño de los justos,
los hombrecitos del pueblo y sus mujeres abusadas...se tomaron los  carros rusos (armados en Brasil) y atacaron al gigante, quien cayó herido de muerte por su propia soberbia.


 


RICARDO PERDOMO
- postaporteñ@ nº694 - 2012-01-07






 

MARIO LANDABURU:


El Sentido del Coraje Civil





Si uno tuviera que hablar del humor del General San Martín, estaría fuera de lugar, hablaría de su probidad y seguramente de su coraje, en realidad, como dirigía un ejército, el coraje se traduce en términos de audacia de la táctica.
Pero hablar de un General de los derechos civiles, humanos, sería una contradicción.
Aunque, si esta imagen se impone al pensar en él, debería buscarle un sentido.
¿Qué  fue la existencia de Mario Hugo Landaburu?
En pocas palabras, un general gigantesco como Frankestein, cuya arma principal era la risa que se escuchaba tronar desde el fondo del abismo.
Y cosa tan extraña, tierno hasta el infinito con los compañeros, dueño del fogón de las anécdotas, así a cara descubierta, grande y barbudo hizo temblar a los burócratas cómplices enfrentando en propia cara a todo genocida en ejercicio.
Quiero decir que no es tan irreparable que se haya muerto porque cumplió en vida todo lo que la Revolución podía pedirle a su persona privada y nuestro terrible siglo pasado se compensa con haberlo tenido en sus entrañas.
Así que luego de muchos años me encuentro con la semi tristeza de que no escribo mejor que antes, y lo mejor que tengo para atestiguar sobre Landa, es la experiencia íntima de la prisión compartida, cuando yo era un estudiante y él ya un gigante y tuve el privilegio de compartir la prisión con todos esos compañeros, porque no hay Landa que se pueda pensar sin compañeros, y ser uno de los pocos que sigue vivo.
Y, mientras pasaba lo que pasó, lo fui anotando como en un diario íntimo, y aquí está en el Capítulo XVI de Morir en París, para vivirlo a su lado, como si uno se transportara dentro del pabellón de la cárcel de Devoto en 1969, durante la dictadura de Onganía y él todavía vivo estuviera haciendo lo que hacía.


 Tobal


 


XVI. La intimidad de los verdugos



Espiando por el tragaluz del pabellón, un negrito hachero de La Pampa, cuya familia –en el monte- no supo que lo llevaron preso, se dio cuenta de que los martes temprano, a la mañana, cuando nuestras mujeres entraban a la cárcel para depositar viandas y cartas, recorrían fugazmente el sendero descubierto que va desde la playa de estacionamiento hasta la oficina interna donde dejaban los paquetes.

Entonces, cuando se aproximaba el momento, alguien se trepaba en el pasante alto de la cucheta lindera a la claraboya, reconocía a la mujer o madre que estaba pasando e iba nombrando al preso correspondiente.

Éste se escabullía hacia el patio de recreo, apoyados en el alambrado podíamos ver a la distancia y ser vistos por ellas.

Acontecía fuera del horario autorizado y apoyábamos todo el cuerpo sobre el alambrado. Intercambiábamos miradas sigilosas.

Las mujeres, mientras caminaban, regulaban el ritmo de modo de prolongar la visión sin que los celadores se percatasen. Una ramita de oro flotando en lo invisible.

La Maga se veía patética con esa banda de tela que les obligaban a engancharse en el borde, para estirar las polleras y poder circular dentro del penal, sin mostrar ningún pedazo de pierna apetecible.  

Estaba adelgazando.

Me miraba con una tristeza que yo no alcanzaba a descifrar. Parecía una viuda italiana soportando una culpa ignorada. Era increíble la potencia que llegaba a adquirir la mirada. Divisaba cada rincón de su piel, leía el lenguaje de todos sus gestos.

La situación era esencial, ¿cómo explicarte?

No sólo por amor.

Si prestás atención, notarás que a los presos se le apoca la mirada, bajan la voz. Es por la carencia material de horizonte, el mundo se achica, concretamente. Entonces, la posibilidad de mirar a lo lejos hacía a la dignidad. 

Ellas eran nuestras visitadoras oficiales.

Cuando ingresamos nos habían ordenado que llenásemos un formulario con la lista de nombres  propuestos para que vinieran. El Colo me advirtió:

-El que pongas en la lista queda ligado a tu destino.

Los  presos lucíamos aspecto uniforme de crotos gesticulándole al viento.

El tráfico de internos caminantes se entremezclaba en el recreo. Avanzábamos en parejas, desde el alambrado a la pared, de un alambrado a otro, ida y vuelta.

Nos cruzábamos con distinto apresuramiento. Alguno se detenía con la cara fija al sol.

Luego de las dos horas, terminaba el recreo y el patio se quedaba solo.

Lo más difícil al principio, te confieso, era tener que ir al baño en público: decirte ir es un eufemismo, porque el inodoro estaba elevado, plantado en el sitio más visible del pabellón.

Lo instalaron ahí para que siempre sintamos la mirada del guardia.

El hall intermedio entre el F y el G, nos convertía en panóptico: cada resquicio del pabellón podía ser vigilado por el guardia desde afuera, a través de la reja con un mero movimiento de ojos.

La luz  estaba encendida las veinticuatro horas.

Hubo noches en que me desperté, se veían cuerpos gimiendo a destiempo, un dormir roto como si remaran o tuvieran hambre.

Los bultos de un campo yermo cuando terminó la batalla, la antesala de la inútil espera.

El vigilante que nunca dormía, se paseaba del otro lado. Alguien discutía en sueños.

La sombra de las cuchetas se estiraba sobre las baldosas.

 El Gordo, sin embargo, actuaba con el desparpajo que usaría estando solo, estaba sobre el escenario de un teatro vacío. Andaban juntos, con el Colo, todo el tiempo, eran opuestos complementarios como Abbot y Costello.

 Cuando el gobierno mandó ocupar el edificio de la Federación Gráfica Bonaerense, lo habrás leído, metió preso lo que pudo encontrar.

Bueno... se encontraron todos acá, circulaba un semanario de la CGT de los Argentinos, recibían cartas de Ongaro que estaba aislado en la cárcel de Caseros y recurría a faraónicas citas bíblicas para armonizar su línea combativa con la de Perón. También, pusieron adentro a algunos empleados del vandorismo (no sé por qué), reciben de Perón sus propios alientos. El Gordo dijo:

-El peronismo tiene tantas caras que engloba a sus propios traidores.

Pero, en el trato, era distinto  un traidor a un delator; o  un fascista.

Una vez en la Sala de Abogados hubo confusión 
en la entrega del correo secreto que traían los abogados.


El Gordo volvió conteniendo la risa, traía varias cartas metidas en la panza. No dijo nada, le hizo una seña al Colo y estuvieron mucho tiempo trabajando camuflados entre las cuchetas.

Se había escamoteado la última carta de Perón a los vandoristas y también una de Ongaro. Junto al Colo, invirtieron los destinatarios de las respectivas cartas, falsificando parte del texto.

El Gordo tenía un plan, explicó:

-Perón tiene como táctica decirle a cada uno lo que quiere  escuchar. Autoriza, o simula autorizar, a cada fracción contraria a actuar según sus intenciones.

Después de la falsificación, el Gordo hizo circular las cartas como si vinieran de afuera.

Al invertir los destinatarios y acomodar el contenido, resultaba que Perón le ordenaba a los vandoristas, que eran colaboracionistas de Onganía y alimentaban, en secreto, un peronismo sin 
Perón, impulsar la huelga general por tiempo indeterminado en pro de su retorno.

Y a los combativos, les pedía desensillar hasta que aclarase.

Lo más difícil fue encontrar las citas bíblicas que justificaran la extraña conciliación que iban  a encontrar en la simulada carta de Ongaro, sometiéndose al General.

El conflicto iba a saltar cuando los destinatarios, obedeciendo las instrucciones, argumentaran en público el cambio radical de rumbo y trataran de mantener la coherencia con sus posiciones anteriores.

Desde nuestras cuchetas espiábamos, reprimiendo la risa, las agitadas reuniones de bloques, que se sucedían entre las camas, en voz baja y con pronunciadas gesticulaciones, luego de que recibieron las cartas.  

Fíjate lo que estoy leyendo: Milena Jesenská, la amante de Kafka, estaba presa de los alemanes en el Campo de concentración para mujeres de Ravensbrück. Su salud terminó aniquilada.

Hacía algo arriesgado que cuando me enteré me pareció extraño: violaba inútilmente  pequeñas normas de comportamiento cotidiano que los nazis reglamentaban con meticulosidad.

Ahora sé, esas transgresiones son rincones de libertad gracias a las cuales uno se mantiene entero.
 El resto es cuestión de tiempo, de técnica o de recursos  materiales.

Te lo digo pensando en nuestra diminuta escapada al alambrado para divisar el paso de las mujeres.

Era distinto a las visitas semanales que estaban dentro del régimen.  Supe, a partir de la ironía del Gordo que los guardias nos temían. El Gordo mostraba un humor que rendía frutos inmediatos.

La ironía servía para negociar con el enemigo.

Cualquiera podía quedar hecho una caricatura.

No era lo mismo Dimitrov que Richard Sorge que era espía. Cada compañero arrastraba un mundo, la revolución necesitaría una fábrica de estos hombres poderosos distribuidos por el territorio.

El gobierno preparó las cosas con tiempo.

Decretó el Estado de Sitio y en una operación militar los encerró velozmente a todos juntos.

¿Qué pasaría si el movimiento fuera inverso y estos se sueltan, crecen y se organizan?

En la mañana de un martes, los funcionarios de la prisión descubrieron nuestra escapada al cerco de alambre: lo único que hacíamos era cambiar con las mujeres miradas a la distancia, algún imprudente aislado pudo haber lanzado un grito que se perdió en los jardines; y ellas demoraban el paso prolongando el instante.

De inmediato las autoridades clausuraron la puerta y mandaron una especie de pelotón que impedía la salida y suspendieron en la mitad la entrega de paquetes. No se habló.

A la semana siguiente, alguien consiguió trabar la puerta del patio para que pareciera cerrada pero que pudiéramos abrirla.

A la señal, salimos en malón hacia el lugar prohibido, las mujeres estaban a la vista.

Hubo urgente movimiento de guardias.

Teléfonos que sonaban.

Estaban consultando, suponíamos que iban a tratar de evitar una situación de represión abierta por la repercusión externa.

Efectivamente, vinieron a parlamentar.

Entró un señor bajo, más bien calvo, de ojos saltones como si tuviera un problema de tiroides, bigotes muy angostos recortados por sobre los labios, alguna tintura anticanas.

Lucía uniforme verde musgo, cantidad de charreteras y cordones rojos, anaranjados desde la hombrera hasta la axila, el torso recto.

No pudo habérselo puesto para la ocasión.

Era la máxima autoridad de carrera dentro de la institución, sin contar el Director que vestía de civil.

Entró rodeado de pocos guardias, como diciendo:

-Muchachos, por favor, ¿qué están haciendo?

Uno podía sentir el honor de su cordialidad, la magia de las relaciones diplomáticas.

El funcionario estaba conversando en medio de los presos viejos. En estos casos siempre se empieza por  las razones formales. Estaba Calypo, un gigantón de la Gráfica, especie de Troilo grandote, canoso, oscuro, de dedos larguísimos que lo medía desde arriba. Ongaro era la mística, pero la organización del sindicato era Calypo.

Tenía la costumbre de despertarnos muy temprano para sostener el ánimo, nos gritaba:

-¡Pichinotos!

El pabellón arrancaba como un tren a la hora que él decía y nadie se molestaba por eso. Al carcelero le tuvieron que haber avisado:

-Si te mira, cuídate.

Ferrarese de Farmacia, ladero de Di Pasquale dormía en nuestro pabellón.

Estaba con musculosa. Calvo y peinado a la gomina; se rascaba la panza, pensativo.

Seguía con los elementos de hacer mate en las manos. Di Pasquale, astuto y jovencito, desde su pijama celeste, se reía ante la cara inquieta del funcionario. Landaburu, el abogado preso de Ongaro; alto y gris, miraba desde atrás.

La barba manchada de nicotina, le faltaban dientes adelante y la voz le salía algo seseada. Jugueteaba con un cigarrillo apagado para dejar de fumar.

Tenía por costumbre reírse de  pequeñas ocurrencias, luego las repetía para sí, por lo bajo, y se volvía a reír.

Algo irresponsable,  discutía con el Gordo si bautizar al señor de “Sapo Cancionero” o “Pájaro Arañero”.

Te conté que llevaban registro de todos los sobrenombres; creo que hablaban alto a propósito. La tensión se cortaba con un hilo.

En eso apareció Sebastián Borro, no sé si te hablé de él. Mediano, desgarbado, voz de tango, tampoco se sacaba el pijama. Arrastraba las pantuflas de tela de toalla y los presos fueron haciéndole lugar para que avanzara.

Llevaba el pucho entre los dedos con el brazo elevado en V, como si quisiera ahorrarse el  movimiento de bajarlo. Fue de los que puso el pecho en la Libertadora.

Imagínate esa pintura de Goya, que es como una instantánea, en el que un hombre desafiante, abre sus brazos frente a la boca de los fusiles militares. La escena está dominada por el blanco de su camisa, que inmediatamente -pero fuera del cuadro- va estar inundada de sangre.

 Sindicalista de los Mataderos y diestro con el cuchillo. En la época de Frondizi, participó en la dirección de la huelga de los frigoríficos.

Les aplicaron el Plan Conintes. En un momento, Frondizi los llamó a negociar. Estaban reunidos en  la Casa Rosada y Borro, le dijo al Presidente:

-¡Usted es un hijo de puta!

El Presidente se tomó tiempo paras pensar, luego con la mano sobre los papeles, contestó:

-Eso no está en discusión...

No distinguí exactamente las palabras que intercambiaban con el funcionario, el grupo a su alrededor se había hecho compacto y no pude filtrarme.

Había algo claro: a ellos, dejar que miremos no les costaba nada. Por los gestos, pareció que el señor quiso mantenerse firme y del otro lado del alambrado, simultáneamente, se desplegaron guardias.

Las mujeres observaban a medio camino con los paquetes en la mano. El filo del silencio pareció detener el tiempo.

Todo se vio paralizado  mientras Borro lo miraba en diagonal, como midiendo el intersticio por dónde meter la cuchilla y le dijo:

-¡Usted es un verdugo!

Le arrimó la boca grande, la cara de Borro tenía algo de pato, el Funcionario lo debió haber vivido como un sapo que de golpe le salta al cuerpo.

  Su calor lo tomó de sorpresa. El penitenciario era más petiso y Borro, al hablar, le despedía saliva a la altura de los ojos. Borro le espetaba, se le enronquecía la voz, no le alcanzaba la garganta para argumentar tanto desprecio. 

Finalmente en un disparo de sinceridad, Borro encontró la palabra, le dijo:

-¡Verdugo! ¡Verdugo!

Cogido en una intimidad inesperada, el funcionario perdió la compostura.

En esos segundos se escucharon los latidos de las intenciones; y al señor -preso de las miradas, de las respiraciones y los alientos-, una sombra vacilante le inflamó las protuberancias de la cara.

 De repente se sintió rehén de oscuros resistentes peronistas y no tan peronistas. Estaba desnudo en medio de la ceremonia, titubeando algunas palabras incoherentes, arrepentido de haber entrado, fue acercándose de espaldas a la puerta intermedia.

Se apuraron en echar llave a las rejas, detrás de ellos. Hicieron salir a las mujeres. Retiraron las tropas. Desaparecieron los guardias de los corredores.

Éramos, es un decir, dueños del sitio.

Comenzamos a cantar, nos abrazamos. Los compañeros sacaron los platos de aluminio para golpear contra las mesas.

Hacían ruido con lo que sonara, lo que se llama una murga: cuarenta gritan en un canto y otros cien del pabellón de enfrente. Raspamos las rejas al ritmo y aparecieron más elementos. Se iban sumando los habitantes de celdas vecinas.

Luego se distinguió llegando desde lejos, cada vez más y más clara, la voz de los presos comunes:

-Onganí-Onganí-Onganí-aá: La puta que- te  parió


Te voy a contar: desde que recuerdo, juego con la idea loca y errante de que soy al mismo tiempo otro. Pienso en los secretos que papá renegó en Nueva York.

Cuando era chico, no terminaba de compenetrarme en el hecho de ser alguien. Tampoco puedo dejar de saber que caí dentro de una historia por venir que estoy viviendo desde el comienzo.

Me aparece, en medio del barullo, la imagen de un hombre de edad indefinida que sale a navegar.

En la bahía, la brisa le acaricia la cara.

Sus sentimientos van repartidos en la marca de espuma revuelta que va dejando la lancha al alejarse.

Por alguna razón se ubica esta vez en la proa tensa sobre el agua. Necesita erguir el cuerpo como una bandera y recibir el abrazo del viento completamente en el pecho.

Detrás de los hombros, dos manos se van filtrando





 del libro "Morir en París", de Carlos Tobal, editado por Libris (Longseller)





 
ToBaL - postaporteñ@ nº694 - 2012-01-07







 

Derechos Humanos:
Historia y Sentido 

en el Concepto Peronista (1)







Por ANTONIO ÁNGEL CORIA*



Desde que el Peronismo ingresara a la historia de nuestra Patria de la mano de Perón, Evita y los trabajadores, dejando sentado como premisa que “…es demasiado duro el clima de injusticia para condenar al Hombre a vivir en él…”, inaugurando en Argentina la era de la Justicia Social y al considerarse como lineamiento de principios con qué transitar la venturosa senda abierta que “…no pueden ya, ser factores coexistentes en el Mundo la miseria y la abundancia, la paz y la guerra”, consecuentemente quedó como sino definitorio del ideario peroniano “…que el trabajo, el pensamiento libre y la construcción constante, sean los derechos humanos que nos acerquen al progreso, a la civilización y su estabilidad” (Perón, 6.VII.47).
Ahora que estamos en aprestos para celebrar el bicentenario del primer gobierno que tuvimos los argentinos en las por entonces llamadas Provincias Unidas del Río de la Plata – y como hasta hoy, oficialmente, se designa nuestro País y su gobierno (art. 35, Constitución Nacional) – bueno es reseñar que ese tránsito no fue sin dolor.
Es que, a lo largo de la Historia, la conquista de derechos por los pueblos y en especial de la clase trabajadora, no fueron simples concesiones de la “clase de los oligarcas explotadores” (Eva Perón).
  En la experiencia argentina, ya desde 1813, cuando se habla que libertos serán los hijos de esclavos a partir de entonces, está documentado que los poderosos no se desprenden fácilmente de la “herramienta” – por esos tiempos los esclavos; más acá los cabecitas negras – que les permitió amasar fortunas y hacerse dueños de la tierra, el comercio y las vinculaciones de ultramar.

Martínez de Hoz, Álzaga, Pueyrredón, Luro, Anchorena, Mitre, Patrón Costas, Bunge y Born, Santamarina, Menéndez Behety, componen junto a otros no menos conocidos el ábaco que desde la colonia a hoy, aparecen vinculados al tráfico de esclavos, a la leva guerrerista para diezmar el patriotismo paraguayo, a la segregación de negros en San Telmo para salvar los blancos de la fiebre amarilla, al genocidio y usurpación de tierras a los aborígenes, a los crímenes en los Talleres Vasena, a la explotación en los ingenios y quebrachales, a la matanza de obreros en la Patagonia, a la desaparición de 30.000 compatriotas, al saqueo y eliminación de la estructura teórica y física del estado nacional.
Todo, con un soporte político, cultural y militar cipayo conformado como superestructura política del poder y la dependencia del gran capital transnacional.
Todo, hasta el 17 de Octubre de 1945.
Todo, hasta que, en el decir de Raúl Scalabrini Ortiz,  “el subsuelo de la Patria sublevado” decide amasar un mundo nuevo.
Instalado el gobierno de Perón y Evita, sus realizaciones gloriosas fueron posible merced a la movilización, organización y solidaridad popular de respaldo a medidas oficiales, más también, que planteó avanzar en todo lo necesario para liquidar el oprobio de la explotación y la dependencia.
Así fue como el 11 de marzo de 1949, con la reforma constitucional, quedaron consagrados derechos y principios que a esta época celebratoria del bicentenario de 1810, mantienen intacta vigencia como “los derechos humanos que nos acerquen al progreso, a la civilización y su estabilidad”.
Sin embargo, todas las acciones de justicia social, de independencia económica y de soberanía política adoptadas para la construcción de una nueva Argentina, más el prestigio con que nuestro país revertía en el concierto de las naciones y particularmente en América Latina nuestra historia anterior, ésta siempre ligada a los intereses imperialistas,  puso en funcionamiento la maquinaria del odio y la traición.
El imperialismo, la oligarquía y sus sirvientes de la partidocracia comienzan a dar rienda suelta a sus designios con la intentona golpista de 1951; con su tenebroso “viva el cáncer” pintado en paredones los días de agonía de la Inmortal Abanderada de los Trabajadores; con el criminal sabotaje en abril de 1953 en los subterráneos de Buenos Aires; con el artero y ruin bombardeo sobre Plaza de Mayo en junio de 1955, hasta que el golpismo cívico militar resulta triunfante en septiembre del mismo año concretando la restauración oligárquica.
Durante las jornadas de combates por este suceso, los asesinos hacen confesión pública: resultado del “movimiento revolucionario iniciado por la marina de guerra el 16 de junio, que tuvo comienzo a las ocho de la mañana”, fue el asesinato “de cuatro mil quinientos obreros”.
Así se difundió desde la radio rebelde instalada en Puerto Belgrano y quedó documentado en la publicación “Radio Base Naval Puerto Belgrano – La voz de la libertad” (págs. 75, 98, 129 y 135, 16-23/IX/55), como testimonio oficial de la Armada, impresa en los talleres gráficos del por entonces identificado como R.A.A.1 de infantería de marina, en noviembre de 1955.
Y pese a que a los “elementos civiles irresponsables (que) pretenden alterar el orden en la vecina ciudad de Punta Alta… el comando de marina (les) advierte que a la primera manifestación de hostilidad se procederá a implantar la ley marcial… (que) autoriza a las autoridades militares a pasar por las armas a los culpables que no se entreguen a la primera intimación…”, págs. 20 y 21 del documento citado precedentemente, la Resistencia Peronista no se amilanó.
A la política represiva que a sangre y fuego, con cárceles, proscripción y exilio, con secuestros de personas, tortura y fusilamientos, con elecciones anuladas y mentiras enseñadas desde la cátedra como verdades irrebatibles desatadas por el gorilaje con el apoyo propagandístico de La Nación, La Prensa, La Nueva Provincia, etc., le respondió la Resistencia.

Con miles de acciones – sabotajes, huelgas, volanteadas, periódicos, conferencias públicas o clandestinas, golpes “comando” – innúmeros hombres y mujeres activistas a lo largo y ancho del País no dieron tregua a los tiranos.
De alguno de sus archivos, atesorado por más de medio siglo, se rescata una declaración dando cuenta que “no crean (los golpistas) que el 1º de Mayo (de 1958, en que asumiría Arturo Frondizi) haremos borrón y cuenta nueva… todavía nos quedan energías para exigir el juzgamiento de los fusiladores y el proceso a los culpables de la devastación argentina”.
Lo firmaba en Punta Alta la “Agrupación Popular” el 21 de abril de 1958.
Ilusos fueron quienes creyeron que el nuevo gobierno constitucional cambiaría el rumbo represivo desatado por los tiranos Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Francisco Rojas.
De este período, el “Diario de Cuyo”, publicado en San Juan, en su edición del 15.VI.95, en su pág. íntegra, reproduce recuerdos del escribano Roque Gallerano, ex ministro peronista de Bienestar Social en la provincia cuyana, acerca de los dramáticos momentos de su condena a muerte dictada por Alejandro Gómez (5.XI.58), en ocasión de reemplazar éste en su cargo a Frondizi, a la sazón en Estados Unidos de visita al FMI.
Gallerano habló en el diario de la “veintena de peronistas, comunistas y socialistas” que el vice presidente había ordenado detener por la Policía Federal y “arrojar desde un bombardero en la cordillera de los Andes, punto culminante de un plan general de ‘purga’ de dirigentes provinciales concebidos desde la Nación”.
Al contrario del “arrepentido” Scilingo, condenado a perpetuidad y preso en España por los “vuelos de la muerte” durante la tiranía desatada el 24 de marzo de 1976, el piloto del bombardero en que debían trasladar y arrojar al vacío los prisioneros, en presencia del gobernador Américo García contestó a sus superiores, según el relato de Gallerano: “disculpe, pero yo no soy un criminal… ¡no voy a cumplir la orden!”
Y fue durante la presidencia de José María Guido, un títere de militares dispuestos a impedir que el  peronismo se expresara electoralmente pues eran seguros sus triunfos, que son secuestrados por la policía de la Provincia de Buenos Aires, Ector Maximiano (o Maximiliano) Mendoza y Felipe Vallese; ambos, emblemáticos militantes obreros y peronistas, son salvajemente torturados: tras ser destrozado en la tortura, Maximiano es arrojado al vacío desde los techos del último piso de la ex cárcel de Caseros en la Capital Federal (Diario Democracia, 19.VI.62) y hasta la fecha, Vallese permanece desaparecido (Rodolfo Ortega Peña – Eduardo Luis Duhalde, “Felipe Vallese, proceso al sistema”, Ed. de la U.O.M., 1965).

En aquellos destacados activistas, el gorilismo cívico militar buscó  castigar al Movimiento Peronista por el aplastante triunfo del obrero textil Andrés Framini, como candidato a Gobernador en las anuladas elecciones del 18 de marzo anterior.
La larga cadena represiva cuyas víctimas eran trabajadores o militantes sindicales, no se interrumpe en el gobierno constitucional de Arturo Ilia – quien en las jornadas golpistas del 16 de septiembre de 1955 tuvo parte activa en Córdoba – y así es como el 21 de octubre de 1965, durante un acto y movilización de la C.G.T., caen abatidos por las balas policiales José Gabriel Mussi, Ángel Norberto Retamar y Méndez.
Fue la tiranía surgida el 28 de junio de 1966, sucesivamente encabezada por los generales Onganía, Levingston y Lanusse, la que amplió el espectro de la represión hasta entonces practicada con objetivo principal sobre los peronistas, colocando ahora en la mira de los sicarios a los estudiantes.
La herencia que dejaron entre muertos y desaparecidos del campo popular, fue un total de poco más de tres mil víctimas (la documentación del caso estuvo a cargo de la EUDEBA, dirigida por Arturo Jauretche, en tiempos que el Profesor Rodolfo Puiggrós era el Rector de la UBA).
Entre aquellas, los Fusilados de Trelew del 22 de agosto de 1972.
Han pasado 38 años y recién ahora, por aquellos crímenes, la Justicia ha capturado y juzga a los siniestros infantes de marina Sosa y Bravo, autores materiales del asesinato.
Por reciente, partiendo del supuesto que es ampliamente conocido, no haremos referencia al resultado de la tiranía militar iniciada por Martínez de Hoz, Videla, Massera y Agosti el 24 de marzo.

Sólo recordaremos, como síntesis, que en aplicación de la política de terrorismo de estado con que el golpismo buscó afianzar el proyecto del imperialismo y la oligarquía de mantenernos colonia y explotados, se encarceló millares de ciudadanos, se produjo el exilio en masa, centenas y centenas de hombres y mujeres cayeron vilmente asesinados y el secuestro y desaparición de otros 30.000 – por  los que no dejaremos de reclamar Justicia – es llaga viva en la conciencia del Pueblo argentino.
En la celebración del Bicentenario, para nosotros, habrá motivos siempre y cuando no se abandone la actual búsqueda de la verdad sobre responsabilidades de la represión contra el campo nacional y popular durante el más de medio siglo último.
Liquidando la impunidad de los genocidas que vienen de lejos (J.D. Perón, en “Latinoamérica ahora o nunca”, pág. 30; Ed. Realidad Política; 1965) dejaremos de andar, como planteaban Evita y Perón y nuestros mártires, sometidos a “la libertad de quienes la usan para hacernos esclavos o siervos” (Eva Perón, “Mi mensaje”, Ed. Futuro, 1994).

Que es como sostener y defender los derechos contemplados en los tres principios que nos llevarán a construir la sociedad y el País que todos anhelamos y por el cual luchamos: JUSTO, para eliminar las desigualdades sociales; LIBRE, para construir su destino de grandeza; SOBERANO, para decidir sobre su desarrollo en beneficio de la Nación y la Humanidad.


28.11.2010, en Neuquén, Argentina



[1]- En “Bicentenario de la Revolución de Mayo y la Emancipación Americana”, dirigido Por Marco A. Roselli,  Ed. del Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche, abril 2010, pág. 335.


* Nacido en Puerto Belgrano, Provincia de Buenos Aires hace 70 años, militante en la Resistencia, cursó estudios secundarios en Punta Alta y Olavarría.
Fue empleado de comercio, gráfico y periodista.
Activista y dirigente gremial en la Sexta y Séptima Sección Electoral de su provincia natal (en la última, fundó gremios) y también en la Provincia de Neuquén, donde vive actualmente. Estuvo entre los fundadores del “Centro de Estudios Argentinos Raúl Scalabrini Ortiz” (1960) del cual fue su primer Secretario General, en Punta Alta. Integró el C.de.O. de la Juventud Peronista (1963) y fue miembro de la Mesa Nacional del 
Movimiento de la Juventud Peronista (M.J.P.) en 1964, Año del Retorno de Perón a la Patria. Participó de la organización y fundación de la “62 Organizaciones Gremiales de Pié Junto a Perón” (1965) y de la “C.G.T. de los Argentinos”.

Fue trabajador de prensa (Tribuna, El Popular, El Mensajero, Noticias y Río Negro en Argentina y Diario Cambio, en México) y participó de la edición y fundación de varias publicaciones (Resistencia; Tribuna Libre; El Militante; Latitud Sur, Volveremos), perseguido por las “tres A” y los militares golpistas, vivió exiliado (12 años) en Perú y México, período que integró el Movimiento de Unidad Latinoamericana.
Fue dirigente provincial del PJ en Neuquén (1965). Actualmente es trabajador No Docente en la Universidad Nacional del Comahue, desde donde continúa su militancia gremial, colabora en Radio Comunidad “Enrique Angelelli”, integra el Foro Ciudadano de Defensa de la Democracia en Neuquén y forma parte del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo, del que es Delegado en la Región Comahue

 


NEGRO CORIA - postaporteñ@ nº694 - 2012-01-07

 

EN MEMORIA de

 Luis Benencio


(11/2/1945 - 28/12/2011)




UN LUCHADOR POR EL CONTROL OBRERO

DE LAS CONDICIONES DE TRABAJO



por Eduardo Gurucharri


Quiero despedirme de Luis. La noticia del fallecimiento me llegó el 29 de diciembre por la tarde, horas después de la ceremonia en el cementerio de la Chacarita, comunicada apenas la recibió con atribulada sorpresa por nuestro común amigo Abel.

Y quiero despedirme de Luis, y recordar a Susy y al Polaco, porque durante un período mantuvimos una intensa relación.

"La primera experiencia en nuestro país de control obrero de la seguridad e higiene", aseguraba una larga nota sobre la lucha de los trabajadores de los astilleros navales Astarsa, publicada en 1974 en el "El Cumpa", un periódico para el frente sindical que promovía el MR17 (Movimiento Revolucionario 17 de octubre), la organización donde yo militaba.
No podía saber entonces que en 1988 conocería a Luis Benencio, el responsable de aquella primera comisión obrera de control de las condiciones de trabajo, la que por cierto fuera impuesta a la patronal de Astarsa por sus trabajadores, que se declararon en huelga, ocuparon la empresa y retuvieron personal jerárquico indignados por la muerte del obrero José María Alessio en un "accidente de trabajo" que no era tal, sino un hecho previsible y evitable.
Cada barco que se construía en el gran astillero del Tigre se llevaba por lo menos la vida de un obrero.
Lo diferente fue que en mayo de 1973 los trabajadores dijeron basta.
El conflicto coincidió con la asunción del gobierno por Cámpora, lo que contribuyó al rápido triunfo de la huelga.
La comisión de control duró hasta el 24 de marzo de 1976. Durante ese período, ningún obrero dejó su vida en Astarsa por accidente de trabajo.
Tampoco en Mestrina, el otro astillero importante de la zona.

Producido el golpe (1976), los dos establecimientos fueron ocupados militarmente. Sesenta trabajadores fueron secuestrados.

Treinta permanecen desaparecidos.

La represión distó de ser al voleo.

Los militares disponían de listas confeccionadas por la patronal y por elementos del sindicato naval del Tigre, que se mantenían allí por el fraude electoral y la complicidad estatal.
Cito a Benencio en un reportaje reciente que contestó a Página 12: "No se entiende la represión en Astarsa, si no se entiende qué fue el control obrero de las condiciones de trabajo: nosotros decíamos qué era salubre y qué insalubre en cada lugar, lo mismo sucedió en Mestrina y así durante tres años, y eso que es un tema que siempre fue vendido y entregado por la burocracia sindical".
Luis y su amigo el "Polaco" Rubén Díaz, delegado en Mestrina, eludieron la represión. Tiempo antes del golpe, en prevención dejaron de concurrir a sus trabajos y se ocultaron. Como la mayoría de la militancia naval del Tigre, se habían vinculado con la Juventud Trabajadora Peronista en 1973.
Vuelvo a citar a Luis.
En 2006, durante una charla ante un centenar de docentes, en el marco del IX Encuentro Nacional de Historia Oral, un asistente preguntó por la influencia de Montoneros en la agrupación sindical y él respondió:
"Hay una subestimación de nosotros los laburantes que se da seguido (...) Cuando me invitan a hablar, me dicen ‘Bueno, pero ustedes fueron, digamos, captados por los Montoneros y después a partir de ahí hicieron todo lo que quisieron’.

Yo no me sentí jamás así.
En el caso nuestro no pasó nada de eso.
¿Por qué?
Primero porque como les confesaba recién, yo aprendí a pensar, también, no mucho, pero un poquito, y eso me posibilitó poder discernir qué era lo bueno y qué era lo malo para mí.
Lo que pasó concretamente con Montoneros, teníamos una ambivalencia ahí (...)
Porque nosotros duramos tanto y tuvimos tanta fuerza y pudimos hacer lo que hicimos, no porque éramos valientes, sino porque también había un miedo hacia nosotros, que si a nosotros nos pasaba algo iba a intervenir la organización.
Y lo segundo y que es lo central para mí (...) es que nosotros, cuando se acerca la JTP y empezamos a transitar el camino, nada fue fácil, fue una discusión muy, muy grande (...)

Los que sabíamos lo que había qué hacer dentro de fábrica éramos nosotros.

Digo: ¡no nos subestimen tanto!"
En este punto conviene aclarar que Luis no fue un obrero formado en el peronismo revolucionario.
De origen muy humilde, recibió inicialmente influencias clasistas a secas.
Pasó por la izquierda peronista en el momento de auge, pero fue ante todo un militante social. Ejemplar, indispensable, casi huelga decirlo.
Al "Polaco" y a Susana Togno también los conocí en el 88, junto con Luis.
Ellos ya habían fundado el Centro de Estudios del Trabajo (CET), dedicado a promover la formación e intervención de los trabajadores en el control y mejoramiento de sus condiciones de trabajo.
Susy era fonoaudióloga - la hipoacusia laboral es moneda corriente en la industria - y contaban con otros profesionales comprometidos y expertos como el ingeniero Carlos Vaca y el médico Abel Bohoslavsky.
Gabriel Fernández y Vivian Elem, por entonces editores del periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, diseñaban el boletín CET.
En 1988 la ONG pasó a contar con una pata en el estado.
Transcurrían los comienzos reformistas de la gobernación Cafiero (a su ministro Luis Brunati, la Bonaerense le tiroteó el despacho respondiendo al primer intento de reformarla) y Vaca, más el licenciado Guillermo López Bentos y yo, durante un tiempo quedamos a cargo de la Inspección de Higiene y seguridad en el Trabajo en la provincia de Buenos Aires, donde logramos algunos avances merced a la colaboración del cuerpo de inspectores y el apoyo de cargos superiores.
Fueron años de intensa actividad, sobre todo en capacitación obrera en sindicatos.
Pero remábamos contra la corriente.
La hiperinflación y la necesidad de defender las fuentes de trabajo absorbían las mejores intenciones y el triunfo del neoliberalismo bajo Menem y Duhalde hizo el resto.
La financiación internacional que habían conseguido el Polaco y Luis se agotó y ellos se refugiaron en la FJA, la federación de sindicatos judiciales de provincias, adherida a la CTA.
El Polaco Díaz (quien por supuesto era tucumano y morocho y no rubio de ojos claros como Luis) publicó un libro sobre sus años '70, "Los claroscuros del alma".
Aunque una parte reproducía los trabajos del CET sobre la experiencia de Astarsa y Mestrina, la principal era testimonial.
Conservo el original que me trajo para pedirme opinión sobre la redacción.
Le sobrevolaba un aire melancólico, algo así como un existencialismo criollo.
Él falleció en 2003 (tuve que recurrir a su viuda Marta para precisar la fecha). Susy Togno murió pocos años después.
En los '90, un día Luis me contó alegre que unos periodistas compañeros le estaban grabando largas entrevistas sobre su militancia.
Eran Eduardo Anguita y Martín Caparrós, los autores de "La voluntad".
Casi simultáneamente, David Blaustein también filmó un testimonio de Benencio, que incluyó en su película "Cazadores de utopías".
En 2006, Luis viajó a Italia para testimoniar en el juicio que concluyó en la condena en ausencia contra genocidas victimarios de desaparecidos y asesinados de origen italiano, como Martín Mastinu y Mario Marras, compañeros suyos del astillero.
Aquí, con la derogación de las leyes de impunidad, las marchas anuales en vísperas del 24 de marzo frente a Astarsa, en su Tigre, cobraron nuevos bríos. Ahora, cuatro prefectos aguardan en Marcos Paz la condena argentina que no podrán eludir.
La penúltima vez que vi a Luis fue el 12 de noviembre pasado en la ex-ESMA. Integró un panel en el marco del encuentro sobre "Empresas y terrorismo de Estado".
Y aunque como hubiera dicho mi madre "la procesión va por dentro", se lo veía contento con los aplausos y el reconocimiento de los asistentes, que lo rodearon al terminar.
La última fue el 30 de noviembre, en el viejo local de la CTA de la avenida Independencia.

Esa vez, él y yo estuvimos entre el público asistente a la presentación de "Biografías y relatos insurgentes", de nuestro amigo el médico Bohoslavsky, quien militara en el PRT-ERP.

Yo llegué sobre la hora y Luis se fue antes de terminar.
Cuando lo advertí, estuve a punto de salir detrás suyo y no lo hice.
Te debo, querido, el último abrazo y me consuelo con estas líneas.

publicado por

Darío Vive - Portal Latinoamericano de crítica social y pensamiento plebeyo





 
ABAJERO-El Mortero - postaporteñ@ nº694 - 2012-01-07

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