viernes, 13 de enero de 2012

Intelectuales Orgánicos versus Intelectuales Críticos

Número 695 |
 enero 8 de 2012 |
 Año 7º


PLATAFORMA 2012
para la
Recuperación del Pensamiento Crítico




Texto completo del manifiesto que un grupo de intelectuales argentinos
 generó en busca de adhesiones 
para
“escapar al efecto impositivo de un discurso hegemónico”



documento


Escapar al efecto impositivo de un discurso hegemónico no es una tarea fácil.
Pero es necesario y posible generar una voz colectiva que enuncie este problema y lo transforme en acto de demanda.
Si algo nos define como intelectuales es pensar sobre el mundo y la sociedad en la que vivimos, poner en cuestión los problemas que nos plantea, promover el debate de ideas, intentar leer más allá de la letra manifiesta y visibilizar lo oculto, tratar de salir de la mera apariencia de los efectos para bucear en las causas que los determinan.
En síntesis, sostener nuestra capacidad y conciencia crítica y manifestarla, romper el silencio, como paso imprescindible hacia un accionar colectivo y transformador.
No encontramos este ánimo en algunos trabajadores del campo de la cultura, a quienes hemos respetado y queremos seguir respetando, pero que al colocarse como voceros del Gobierno han producido una metamorfosis en relación con su historia y su postura crítica.
Nos encontramos ante verdaderos escándalos de diferente naturaleza y calidad, que tienen como denominador común la impunidad en relación con las responsabilidades de quienes nos gobiernan.
Y de manera paralela, asistimos a la construcción de un relato oficial, que por vía de la negación, ocultamiento o manipulación de los hechos, pretende investir de gesta épica el actual estado de cosas.

Javier Chocobar, Diego Bonefoi, Nicolás Carrasco, Sergio Cárdenas, Mariano Ferreyra, Roberto López, Mario López, Mártires López, Bernardo Salgueiro, Rosemary Chura Puña, Emilio Canavari, Ariel Farfán, Félix Reyes, Juan Velázquez, Alejandro Farfán, Cristian Ferreira.
Vemos crecer la lista de los asesinados.
Muertes que en su repetición no dejan de asombrarnos. Muertes que van cubriendo toda nuestra geografía.
Muertes que, lejos de ser inocentes, marcan un encarnizamiento represivo que no puede ser negado ni atribuido a lejanas decisiones para des responsabilizar al gobierno central.
Ahora descubrimos que desde 1994 somos un país federal, y que por lo tanto las muertes dependen de las policías provinciales, o de los caciques locales.
Curiosa apelación al federalismo, cuando es el Gobierno nacional el que ejerce el centralismo unitario y decide de hecho los presupuestos provinciales, el que resuelve candidaturas, impone ministros y se abraza con los gobernadores casi al mismo tiempo de ocurridos los hechos.
Muchas de las últimas muertes están vinculadas a la carencia de tierra, y detrás de cada nombre hay una historia de vida que se remonta a la histórica lucha de los pueblos originarios contra el despojo del que han sido objeto.
El proceso de concentración de la propiedad de la tierra y la soja-dependencia de los últimos ocho años son un correlato en el presente de aquel despojo, que el discurso oficial oculta.
El “relato” hegemónico pretende imponerse sobre la materialidad y el valor simbólico de estas muertes. 

Efectivamente, en torno a estos y muchos otros hechos se elabora un discurso oficial que construye consensos, porque aparenta dar cuenta de una serie de necesidades sociales y reivindicaciones nacionales mientras se afianza la persistencia de lo mismo que aparenta cuestionar.
Este relato disciplinador y engañoso utiliza la potencia de los recursos comunicacionales de que dispone crecientemente el Gobierno para ejercer control social mediante la inducción de mecanismos alienatorios sobre las formas colectivas de la subjetividad.
Quieren aparecer como actores de una gesta contra las “corporaciones”, mientras grandes corporaciones como la Barrick Gold, Cerro Vanguardia, General Motors, las cerealeras, los bancos o las petroleras –y el propio Grupo Clarín, hoy señalado como la gran corporación enemiga– han recibido enormes privilegios de este gobierno.
Quieren también aparecer como protagonistas de una histórica transformación social, mientras la brecha de la desigualdad se profundiza.
Y cuando la realidad se impone sobre el “relato”, los voceros oficiales y oficiosos del gobierno sostienen que se trata de “lo que falta”.
Según los intelectuales reunidos en Carta Abierta, “lo que falta” sería –más allá de las “asignaturas pendientes” que estarían dispuestos a admitir– una cuestión de “imaginación política”. Y lo que es evidencia y síntoma de lo que no sólo no se transforma sino que se profundiza sería –como en el fenómeno de las placas tectónicas– algo así como restos traumáticos del pasado en el interior de un proceso transformador, que reaparecen una y otra vez.
El contenido de la producción ideológica oficial se inscribe en una metodología.
La discusión de ideas es sustituida por la descalificación del interlocutor y toda disidencia es estigmatizada. 

Trivialización del debate, bravata “intelectual”, sacralización de sus referentes con independencia de las acciones que producen, son sólo algunas de las modalidades en las que se expresa el intento de imponer un discurso único. Cuando desde los medios públicos se utiliza la denigración de toda voz crítica por medio de recortes de frases, repeticiones, burlas y prontuarización como procedimiento intimidatorio y se invalida a esas mismas voces cuando se expresan en otros medios, se produce una encerrona que por una u otra vía sólo promueve el silencio.
Hoy la homogeneidad discursiva empieza a estar atravesada por algunas filtraciones que la erosionan: el relato épico ha iniciado un proceso de cierto desenmascaramiento.
La asociación entre derecho de huelga y extorsión o chantaje, o la justificación de la sanción de la Ley Antiterrorista, serían expresiones paradigmáticas de este fenómeno.
A pesar del afán disciplinador del discurso hegemónico, es nuestra responsabilidad como intelectuales y trabajadores de la cultura romper el silencio que pretende amordazar el pensamiento crítico y promover un debate transformador de los grandes problemas que plantea el presente

Es necesario. Y es posible

 

Perfil 8/1/12 -
postaporteñ@ nº695 - 2012-01-08


 

La intelectualidad al palo



Fuente: hoy, ovalada. A veces romboidal

Los intelectuales

Personas dedicadas al cultivo de ciencias y letras. Campesinos, digamos, del saber. Personas que han alcanzado un conocimiento sobrenatural de las cosas de la vida.
A diferencia de la gente común y ordinaria, que de la vida sólo entiende que debe mantenerla viva.
Los intelectuales son personas que escriben y hablan y piensan. Todas las personas escriben, hablan y piensan.
Los intelectuales forman opinión a través de sus palabras.
Todas las personas forman opinión a través de sus palabras. Y ahora los intelectuales de profesión empezaron a reunirse en proclamas políticas, en una especie de voz unívoca.
Que la Carta Abierta, que esa tal de Proclama 2012, que Horacio González o la Sarlo.
Todos estos intelectuales padecen un entorpecimiento sustantivo, porque intelectual es un adjetivo.
Es como que alguien dijera: “Nosotros, los Bonitos que abajo firmamos....”.
Pero a los intelectuales les gusta adjetivarse.
Bien, desde luego. Eminente intelectual. Ilustre intelectual. Prestigioso intelectual.
Pero el término intelectual, ya desde su enunciación, no admite una adjetivación que lo descalifique.
Es decir, todo intelectual, por la sencilla razón de serlo, es una eminencia, una persona ilustre y prestigiosa. 

Faltaría más. Decir, por ejemplo, que Majul es un intelectual, porque lo es, porque escribe, piensa y habla, nos mete a todos en un brete.
Y a Majul lo eleva al cielo inmaculado de la sabiduría.
A los intelectuales los ataca una sensación de bienestar cuando encuentran su nombre en un artículo que, por caso, refiere las inclinaciones literarias de los intelectuales. Y si no figuran en esas líneas, entonces resuelven que el autor del artículo es un idiota. Los que se llaman a sí mismo intelectual, me causan cierta sospecha.
¿Tienen un poder cognoscitivo del alma humana?
¿Cómo lo alcanzaron? ¿Con tres sobres de gofio? No aconsejo el gofio después de la sandía o de la lectura de un libro de Stamateas, otro intelectual.
Intelectual de veras, práctico, directo, y por sobre todas las cosas corajudo,
es mi querido amigo Carlos, el Rengo, del MTD-Lanús. Hace tiempo fue a verlo a Manolo Quindimil, el difunto cacique peronista de Lanús, para decirle que en el barrio La Fe había chicos que se alimentaban a fuerza de mate cocido, arroz y pan.
“No sé si usted lo sabe, pero nosotros ya creamos más de cien comedores populares en Lanús”, le dijo Quindimil con orgullo. El Rengo lo miró feo y le dijo: “¡Y a usted le parece bien eso!”.
Pago por ver a alguno de estos intelectuales de las cartas semiabiertas o de la proclama 2012 o 1910 respondiéndole de ese modo a Quindimil, en la cara, en su despachomuseoperonista de Lanús.
Presumo que no debo explicarle a un intelectual el ánimo y el sentido de la respuesta del Rengo.

Llegan tarde todos esos intelectuales.
Es que hace muchos años mucha gente que también escribe, habla y piensa, se puso a buscar caminos.
Pero todos estos intelectuales, de uno y otro lado, porque nos han enseñado que existe uno y otro lado, y al que no respete esa regla ¡minga!, digo, estaba diciendo, que todos estos intelectuales que ahora se juntan como cabritos de letras en una carta abierta o proclama, ignoraban a esa otra gente, mucha, pero mucha, que también piensa, escribe y habla. Y, por sobre todas las cosas, lucha.
Hasta hay locos intelectuales sin diploma ni doctorado que dieron la vida.
Cuando matan a uno de esos pobres condenados, las cartas abiertas explotan y las proclamas saltan, te llenan páginas de diarios y revistas y te cagan por completo la casilla de correo electrónico.
Te la llenan de condenas, de solidaridad, de bronca, de gotas de ojo con pergamino.
Los intelectuales.
¿Una casta? ¿Un fin en sí mismo?
Digo: ¿tan lejos de la academia está el cordón de la vereda? ¿Tan lejos de la biblioteca está la calle, su perfume, las calles que caminan personas que también escriben, piensan y hablan?
No hay cosa mejor que un buen libro.
Cuando, claro, uno no tiene un buen amigo, un buen compañero de caminata. Los libros y los espacios cerrados y ese confort de la nebulosa del más allá son geografías maravillosas. Pero aíslan.
El intelecto queda prisionero del ombligo.
El ejercicio incesante del razonamiento lejos de la intemperie, de la reflexión lejos del mundanal ruido, atasca, emboba, convierten al intelectual con diploma en un decidor de causalidades sobre hechos que no ha vivido, salvo por tevé, hechos y acontecimientos que apenas ha conocido por escrito, jamás en vivo y directo. Hechos por los que nada ha hecho. Cosas que les ocurren a millones de Otros que a duras penas conocen.
Actúan a la manera de psicoanalistas de la sociedad que nos quieren convencer de las virtudes del capitalismo serio. Mientras ellos miran los lomos de libros en los anaqueles de las librerías, los otros intelectuales estudian el precio de un paquete de arroz en un almacén o en un supermercado.

Todos estos intelectuales que se pusieron a crear bandas de intelectuales, si quieren que alguna vez los llamemos intelectuales de veras, que salgan al mundo.
Que se desnuden. Queremos verlos en bolas. Queremos, todos los que nunca jamás seremos intelectuales y ni por asomo firmaremos esas cartas de firmar y ya, queremos que todos estos intelectuales, los de una margen u otra, se saquen de encima esta cosa de aglutinación o congregación política y continúen haciendo lo que hacían antes, y algunos lo hacían muy bien: pensar, razonar, criticar, aprobar, apoyar o denunciar y maldecir a las cosas de un gobierno o de una oposición.
Se juntan porque ahora les da cosa pensar, decir, escribir, criticar por cuenta propia.
Le temen a algo que podríamos llamar el monstruo del error solitario.
Se juntan, entonces, con el afán de ser un atado de ramas que nadie podrá partir.
Con ustedes no va esta historia del atado de ramas. A los unos y los otros es fácil partirlos.
Sin violencia, desde luego. Los acontecimientos, la postura de ustedes frente a los acontecimientos, los va a partir al medio con el correr del tiempo.
A los que suponen que hay una revolución en marcha y a los que suponen que hay una revolución socialista en marcha que es necesario detener ya y de cualquier modo.
Estos intelectuales que se llaman a sí mismo intelectuales. Los de la carta abierta o a medio abrir o perdida o contracarta o cómo quieran llamarlo.
Todos, los de uno y otro lado, han leído mucho.
Se devoraron bibliotecas. Pero a todos les falta absorber el humo de la calle. No el humo de los años sesenta y setenta.
El humo de estos días y el humo de aquel tiempo en el que sabían pronunciar alguna palabra que a uno lo llevaba a decirse: “¡Pero mirá vos!”
Hoy todos apuestan a una cosa fundacional.
¿No les alcanza con eso de decir algo?
Pero algo inteligente.
¿Por qué se metieron en este bolonqui casi idiomático y dejaron a un lado lo que hacían antes, es decir, pensar, reflexionar y decir desde un lugar por completo independiente, libre, a salvo de todo fanatismo?
Yo los extraño a todos. A la Sarlo, a Feinmman, a González. Extraño sus palabras de un par de décadas atrás. ¿Por qué esta cosificación del pensamiento?
Los está desnucando la foto. Y supongo que un verdadero intelectual no puede permitir que te mate la foto. 

Ese asunto de aparecer.
El buen intelectual es un tipo anónimo.
Crea conflictos de pensamiento pero sin nombre propio. Hay que volver al cuentapropismo del pensamiento. 

De pronto los tipos van a la tele, tienen una columna en algún diario, en alguna revista, y caen en la cuenta de que tienen todo eso porque son brillantes. No, señor.
Lo tienen porque saben a qué atenerse; saben qué pueden decir y qué no. No porque alguien se los indique. 

Porque los acorrala un límite.
Un límite, una línea de puntos. Un círculo de palabras raras que no tiene sustento en la charla de esquina. 

Palabras de intelectuales que discurren al margen de millones de orejas.



“Palabras como `intelectual´ y `latinoamericano´ me hacen levantar instintivamente la guardia, y si además aparecen juntas me suenan en seguida a disertación del tipo de las que terminan casi siempre encuadernadas (iba a decir enterradas) en pasta española (1)”.


De Julio Cortázar a Roberto Fernández Retamar, carta fechada el 10 de mayo de 1967
(1) Pasta española: Encuadernación en piel de cordero teñida de color leonado o castaño y decorada generalmente en jaspe salpicado.
7 de enero, 2012
 


Hernán López Echagüe
- postaporteñ@ nº695 -





 

Haití: País ocupado



Consulte usted cualquier enciclopedia. Pregunte cuál fue el primer país libre en América.
Recibirá siempre la misma respuesta: Estados Unidos. Pero Estados Unidos declaró su independencia cuando era una nación con 650 mil esclavos, que siguieron siendo esclavos durante un siglo, y en su primera 
Constitución estableció que un negro equivalía a las tres quintas partes de una persona.

Y si a cualquier enciclopedia pregunta usted cuál fue el primer país que abolió la esclavitud, recibirá siempre la misma respuesta: Inglaterra.
Pero el primer país que abolió la esclavitud no fue Inglaterra sino Haití, que todavía sigue expiando el pecado de su dignidad.

Los negros esclavos de Haití habían derrotado al glorioso ejército de Napoleón Bonaparte, y Europa nunca perdonó esa humillación.
Haití pagó a Francia, durante un siglo y medio, una indemnización gigantesca, por ser culpable de su libertad, pero ni eso alcanzó. Aquella insolencia negra sigue doliendo a los blancos amos del mundo.

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De todo eso sabemos poco o nada.
Haití es un país invisible
Sólo cobró fama cuando el terremoto del año 2010 mató más de 200 mil haitianos.
La tragedia hizo que el país ocupara, fugazmente, el primer plano de los medios de comunicación.
Haití no se conoce por el talento de sus artistas, magos de la chatarra capaces de convertir la basura en hermosura, ni por sus hazañas históricas en la guerra contra la esclavitud y la opresión colonial
Vale la pena repetirlo una vez más, para que los sordos escuchen: Haití fue el país fundador de la independencia de América y el primero que derrotó a la esclavitud en el mundo.
Merece mucho más que la notoriedad nacida de sus desgracias
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Actualmente, los ejércitos de varios países, incluyendo el mío, continúan ocupando Haití.
¿Cómo se justifica esta invasión militar? Pues alegando que Haití pone en peligro la seguridad internacional
Nada de nuevo.

Todo a lo largo del siglo XIX, el ejemplo de Haití constituyó una amenaza para la seguridad de los países que continuaban practicando la esclavitud. Ya lo había dicho

Thomas Jefferson: de Haití provenía la peste de la rebelión. En Carolina del Sur, por ejemplo, la ley permitía encarcelar a cualquier marinero negro, mientras su barco estuviera en puerto, por el riesgo de que pudiera contagiar la peste antiesclavista.

Y en Brasil, esa peste se llamaba "haitianismo".
Ya en el siglo XX, Haití fue invadido por los marines, por ser un país "inseguro para sus acreedores extranjeros". Los invasores empezaron por apoderarse de las aduanas y entregaron el Banco Nacional al City Bank de Nueva York.
Y ya que estaban, se quedaron diecinueve años.
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El cruce de la frontera entre la República Dominicana y Haití se llama "El mal paso".


Quizás el nombre es una señal de alarma: está usted entrando en el mundo negro, la magia negra, la brujería...
El vudú, la religión que los esclavos trajeron de África y se nacionalizó en Haití, no merece llamarse religión. 

Desde el punto de vista de los propietarios de la civilización, el vudú es cosa de negros, ignorancia, atraso, pura superstición.
La Iglesia Católica, donde no faltan fieles capaces de vender uñas de los santos y plumas del arcángel
Gabriel, logró que esta superstición fuera oficialmente prohibida en 1845, 1860, 1896, 1915 y 1942, sin que el pueblo se diera por enterado.


Pero desde hace ya algunos años las sectas evangélicas se encargan de la guerra contra la superstición en Haití. Esas sectas vienen de Estados Unidos, un país que no tiene piso 13 en sus edificios, ni fila 13 en sus aviones, habitado por civilizados cristianos que creen que Dios hizo el mundo en una semana.
En ese país, el predicador evangélico Pat Robertson explicó en la televisión el terremoto del año 2010. Este pastor de almas reveló que los negros haitianos habían conquistado la independencia de Francia a partir de una ceremonia vudú, invocando la ayuda del Diablo desde lo hondo de la selva haitiana.
El Diablo, que les dio la libertad, envió al terremoto para pasarles la cuenta.
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¿Hasta cuándo seguirán los soldados extranjeros en Haití? Ellos llegaron para estabilizar y ayudar, pero llevan siete años desayudando y desestabilizando a este país que no los quiere.
La ocupación militar de Haití está costando a las Naciones Unidas más de 800 millones de dólares por año.
Si las Naciones Unidas destinaran esos fondos a la cooperación técnica y la solidaridad social, Haití podría recibir un buen impulso al desarrollo de su energía creadora.

Y así se salvaría de sus salvadores armados, que tienen cierta tendencia a violar, matar y regalar enfermedades fatales.

Haití no necesita que nadie venga a multiplicar sus calamidades. Tampoco necesita la caridad de nadie. Como bien dice un antiguo proverbio africano, la mano que da está siempre arriba de la mano que recibe.
Pero Haití sí necesita solidaridad, médicos, escuelas, hospitales, y una colaboración verdadera que haga posible el renacimiento de su soberanía alimentaria, asesinada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras sociedades filantrópicas.
Para nosotros, latinoamericanos, esa solidaridad es un deber de gratitud: será la mejor manera de decir gracias a esta pequeña gran nación que en 1804 nos abrió, con su contagioso ejemplo, las puertas de la libertad.


(Este artículo está dedicado a Guillermo Chifflet, que fue obligado a renunciar a la Cámara de diputados cuando votó contra el envío de soldados uruguayos a Haití.)


Brecha, Montevideo, 5-1-2012
 
EDUARDO GALEANO

- postaporteñ@ nº695 - 2012-01-08



 

NO SON SÓLO MEMORIA, 

SON VIDA ABIERTA...



Uruguay:


COMPAÑER@S FALLECID@S al 31.12.2011


 lista de cr@s fallecidos a la fecha, 31 de diciembre de 2011. Esta lista comprende compañer@s fallecidos, asesinados, autoeliminados y desaparecidos desde el año 1968 a la fecha
Acompaña el alias y el Nro. de pres@ en el Penal de Libertad  o Punta de Rieles
Hemos computado 875

Y serán bienvenidos los datos que nos permitan completar la misma


N e s t o r
rana 059
Västerås, Suecia
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¿QUÉ TAL UN CANON

 POR MUERTO?



El martes 3 hubo una masiva movilización en el Centro Cívico de Bariloche.
La minería es un saqueo a la sociedad en general, ya que las regalías que deja son exiguas en comparación con las que genera”, aseguró la coordinadora del Parlamento Mapuche de Río Negro*.
¡Problema de regalías! Y se lo dejan decir, y lo difunden, para que aprendamos
La coordinadora del Parlamento Mapuche no quiere terminar con una explotación que es catastrófica y letal: quiere agrandar la torta a ver si ella también muerde
Esto es para los que levantan el fetiche de que los pueblos indígenas son angélicos.
No es así; son personas atravesadas por intereses y ambiciones, y también capaces de solidaridades y abnegaciones. Como todos
Pero, nosotros, ¿estamos de acuerdo en ponerle un precio a la vida?
¿Si pagan bien, pueden matar? Desde hace años estamos sometidos a la acción persistente de esta clase de consejeros que nos alecciona "hay que sacarles más, pagan poco".
Sí, usted los conoce: Bonasso, De Gennaro, Solanas...
¡Nada de "más regalías"!
Debemos avanzar hacia una ley prohibiendo la minería a cielo abierto en todo el país: una ley que la prohíba y condene como genocidas y traidores a la patria a los funcionarios nacionales, provinciales y locales que la autoricen o la promuevan. Y, mientras tanto, multiplicar la resistencia de Famatina en cada lugar donde nos quieren imponer la muerte
Eso, o autoricémosla y pongamos una ventanilla que cobre un canon: tantos pesos por cada muerto, tantos otros por el nacido con deformidad, y una tasa por acuífero agotado o contaminado
Pero que quede claro: yo no quiero convivir en la misma trinchera con los andan detrás de este negocio

Juan del Sur

RANA 059-Juan del Sur - postaporteñ@ nº695 - 2012-01-08



 

"El socialismo es una doctrina triunfante"



 Entrevista con Antonio Cândido,

crítico literario, sociólogo y militante


Joana Tavares   -   Brasil de Fato


  Antonio Cândido, considerado uno de los principales intelectuales de Brasil, habla en entrevista de su profunda creencia en el socialismo como una doctrina exitosa
Crítico literario, profesor, sociólogo, militante.
Un sólo adjetivo no consigue definir la importancia de Antonio Cândido para Brasil.
Considerado uno de los principales intelectuales del país, mantiene una postura socialista, cordialidad, elegancia, sentido del humor y optimismo.
Antes de comenzar nuestra entrevista, dice que vivió prácticamente todo lo confuso del siglo XX y participó 
activamente de él escribiendo, debatiendo, participando en manifestaciones, ayudando a dar lucidez, claridad y humanidad a toda una generación de alumnos, militantes sociales, lectores y escritores.
  Tan bueno en la palabra como en lo escrito, habla sobre su método de análisis literario, de los libros que le gustan, de su infancia, del comienzo de su militancia, de la televisión, del MST, de su profunda creencia en el socialismo como una doctrina triunfante. “Lo que se piensa que es la fase humana del capitalismo es lo que el socialismo le arrancó”, afirma.


  Brasil de Fato. ¿Usted es socialista?

 Antonio Cândido –  Ah, claro, enteramente.
Es más, creo que el socialismo es una doctrina totalmente triunfante en el mundo. Y no es una paradoja: ¿qué es el socialismo?
Es el hermano gemelo del capitalismo, nacieron juntos en la revolución industrial.
Es indescriptible lo que era la industria en el comienzo: los obreros ingleses dormían debajo de la máquina y los despertaban de madrugada a latigazos. Eso era la industria; ahí comenzó a aparecer el socialismo.
Llamo “socialismo” a todas las tendencias que dicen que el hombre tiene que caminar hacia la igualdad, que 
es el creador de la riqueza y que no puede ser explotado. Comunismo, socialismo democrático, anarquismo, solidarismo, cristianismo social, cooperativismo… todo eso.
Esas personas comenzaron a luchar para que los obreros no fueran maltratados, después para trabajar solo doce horas, luego, para trabajar hasta diez, ocho; para que las mujeres embarazadas no tengan que trabajar, para que los trabajadores tuvieran vacaciones, para tener escuela para los niños, cosas que hoy son banales.

Conversando con un antiguo alumno, que es un joven rico, industrial, me dijo: “usted no puede negar que el capitalismo tiene una fase humana”.

 El capitalismo no tiene nada de fase humana
. El capitalismo se basa en la plusvalía y en el ejército de reserva.
Es necesario tener siempre miserables para tirar el exceso que el capital necesita. Y la plusvalía no tiene límite. Marx decía en la “Ideología Alemana”: las necesidades humanas son acumulativas e irreversibles.
Cuando usted anda descalzo, anda descalzo. Cuando usted descubre las sandalias, no quiere más andar descalzo.
Cuando descubre los zapatos, no quiere más la sandalia.
Cuando descubre los calcetines, quiere zapatos con calcetines y va por ahí, no tiene fin.
El capitalismo está basado en eso.
 Lo que se piensa que es la fase humana del capitalismo es lo que el socialismo le arrancó con sudor, lágrimas y sangre.
Hoy es normal que el obrero trabaje ocho horas, tenga vacaciones… todo es conquista del socialismo.
El socialismo solamente no acertó en Rusia.

      ¿Por qué? 

 A. C. –  Se volvió capitalismo. La revolución rusa sirvió para formar el capitalismo.
El socialismo acertó donde no llegó al poder; hoy esta infiltrado en todos los lugares.


¿El socialismo como lucha de los trabajadores?
 A. C. –  El socialismo como camino para la igualdad. No es la lucha, es a causa de la lucha.
El grado de igualdad de hoy fue obtenido por las luchas del socialismo.
Por lo tanto, es una doctrina triunfante.
Los países que pasaron por la etapa de las revoluciones burguesas tienen un nivel de vida para el trabajador porque el socialismo luchó para tener lo que quería.
 No voy a decir que países como Francia y Alemania son socialistas, pero tienen un nivel de vida mejor para los trabajadores.
 ¿Para usted es posible que el socialismo pueda existir triunfando sobre el capitalismo?
 A. C. –   Estoy pensando más en la técnica de la esponja. Si de aquí a cincuenta años en Brasil no hubiera una diferencia mayor a diez entre el mayor y el menor salario, si todos tuvieran escuela… no importa que sea con la monarquía, puede ser el régimen con el nombre que sea, ¡no necesita ser el socialismo!
Digo que el socialismo es una doctrina triunfante porque sus reivindicaciones están siendo adoptadas cada vez más.
 No tengo cabeza teórica, no sé cómo resolver esa cuestión: el socialismo fue extraordinario para pensar la distribución económica, pero no fue tan eficiente para efectivamente hacer la producción.
El capitalismo fue más eficiente porque tiene lucro. Cuando se suprime el lucro, la cosa se pone más complicada. Es necesario conciliar la ambición económica que el hombre civilizado tiene – así como tiene ambición de sexo, de alimentación, tiene ambición de poseer bienes materiales – con la igualdad.
Quien puede resolver mejor esa ecuación es el socialismo, de eso no tengo la menor duda.
Creo que el mundo marcha hacia el socialismo; no el socialismo académico típico
. Las personas no saben lo que va a ser.
 ¿Qué es el socialismo? Es lo máximo de igualdad económica. Por ejemplo: soy un profesor jubilado de la Universidad de Sao Paulo y gano muy bien, gano probablemente cincuenta, cien veces más que un trabajador rural. Eso no puede ser.
El día en que en Brasil el trabajador de pico y pala gane apenas diez o quince veces menos que el banquero, está bien: es el socialismo.


      ¿Qué avances consiguió el socialismo en el mundo?

A. C. –  El socialismo es el caballo de Troya dentro del capitalismo.
Si quitas los rótulos y ves las realidades, verás cómo el socialismo humanizó al mundo.
En Cuba yo vi el socialismo más próximo al socialismo.

Cuba es una cosa formidable, lo más próximo a la justicia social; no Rusia, China, o Camboya.
El comunismo tiene muchos fanatismos; en cuanto el socialismo democrático es moderado, es humano. Y no hay verdad final fuera de la moderación, eso ya lo decía Aristóteles, la verdad está en medio. Cuando yo era militante del PT – deje de ser militante en 2002, cuando Lula fue electo – era del ala de Lula, de la articulación, pero sólo votaba a los candidatos de la extrema izquierda para tocar a los del centro.
Es necesario tener izquierda y derecha para formar la media.
 Estoy convencido de eso: el socialismo es la gran visión del hombre que no ha sido todavía superada, de tratar al hombre realmente como ser humano.
Pueden decir: “la religión hace eso”, pero hace eso sólo para quienes son adeptos a ella; el socialismo hace eso para todos.
El socialismo funciona como esponja: hoy el capitalismo está embebido de socialismo.
En el tiempo en que mi hermano Roberto – que era católico de izquierda – comenzó a trabajar, yo era muy chico; él era señalado como comunista por decir que en Brasil había miseria.
Decir eso era ser comunista, no estoy diciendo metáforas. Hoy, la Federación de las Industrias -Paulo Maluf- dice que la miseria es intolerable.
El socialismo está andando; no con el nombre, pero aquello que el socialismo quiere, la igualdad, está andando.
 No aquella igualdad que algunos socialistas y los anarquistas decían; la igualdad absoluta es imposible. Los hombres son muy diferentes, hay una cierta justicia en remunerar más a aquellos que sirven más a la comunidad, pero la desigualdad tiene que ser mínima, no máxima.
Soy muy optimista.
  Brasil es un país pobre pero hay una cierta tendencia igualitaria en el brasileño – a pesar de la esclavitud – y eso es bueno.
Tuve una suerte muy grande: fui criado en una ciudad pequeña, en Minas Gerais, que no tenía ni cinco mil habitantes cuando yo vivía allá.
En una ciudad así todo mundo es pariente.
Mi bisabuelo era propietario de tierras, pero la tierra fue dividida entre los hijos. Entonces en mi ciudad el barbero era mi pariente, el chofer de la plaza era mi pariente, hasta una prostituta, que fue una señorita expulsada de casa, era mi prima.
Por lo tanto me acostumbré a ser igual a todo mundo. Fui criado con los antiguos esclavos de mi abuelo; cuando tenía diez años, todas las personas con más de cuarenta habían sido esclavos.



Conocí inclusive a una esclava, la tía Vitória, que lideró una rebelión contra el señor.
No tengo historia de desigualdad social.
Digo siempre: tengo temperamento conservador, actitudes liberales e ideas socialistas.
Mi gran suerte fue no haber nacido en familia ni importante ni rica; si no, sería un reaccionario. (Risas).
  
  ¿A Teresina, que inspiró un libro con su nombre, usted llegó a conocerla?

A. C. –  La conocí en Poços de Caldas.
Ella era una mujer extraordinaria, una anarquista, mejor amiga de mi madre. Tengo un librito sobre ella. Una mujer formidable.
Pero me politicé muy tarde, con veintitrés o veinticuatro años, con Paulo Emilio.
Él decía: “es mejor ser fascista que no tener ideología”; él me llevó para la militancia.
Decía con razón: cada generación tiene su deber. Nuestro deber era político.


      ¿Y el deber de la generación actual?


A. C. –   Extrañar. Ustedes agarraron el rabo de un cohete dañado.

      En su libro “Os parceiros do Rio Bonito” usted dice que es importante defender la reforma agraria no solo por motivos económicos sino también culturales. ¿Qué es lo que cree hoy en día? 
 A. C. –  Eso es una cosa muy bonita que el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) tiene. En el movimiento de las Ligas Campesinas no había esa preocupación cultural, era más económica. Me parece bonito eso que hace el MST: formar un curso superior para quien trabaja con la pala.
Esa preocupación cultural del MST ya es un avance extraordinario en el camino del socialismo.
Es necesaria la cultura; no es solo el libro, es conocimiento, información, noticia. Mi tesis de doctorado en Ciencias Sociales fue sobre el campesino pobre de Sao Paulo – aquel que necesita arrendar la tierra, el parcero-
. En 1948 estaba haciendo mi investigación en un barrio rural de Bofete y tenía un informante muy bueno, Nhô Samuel Antônio de Camargos.
Él decía que tenía más de 90 años, pero no sabía cuántos.
Un día me preguntó: “¿Antonio, el emperador va bien? ¿No es más aquel de barba blanca, verdad?” Yo le dije: “no, ahora es otro que se llama Eurico Gaspar Dutra”. Quiero decir que está fuera de la cultura; para él, el emperador existe.
Él no sabe leer, escribir, no lee el periódico.
 La humanización moderna depende de la comunicación en grande parte; el día en que el trabajador tiene una radio en casa, es otra persona. El problema es que los medios modernos de comunicación son muy venenosos.
La televisión es una plaga.
Yo la adoro ¿sí? Vivo solo, solito, soy viudo y veo televisión, pero es una plaga.
La cosa más pérfida del capitalismo – por causa de la necesidad acumulativa irreversible – es la sociedad de consumo. Marx no la conoció, no sé cómo la vería.
La televisión, de diez minutos en diez minutos, inculca subliminalmente en la cabeza de todos – en la tuya, la mía, la de Silvio Santos, la del dueño de Bradesco, la del pobre diablo que no tiene que comer – imágenes de whisky, automóviles, casa, ropa, viajes a Europa: crea necesidades.
Y claro que no da condiciones para concretizarlas. La sociedad de consumo está creando necesidades artificiales y está llevando a los que no tienen a la desesperación, a la droga, a la miseria…
Ese deseo de las cosas nuevas es una cosa poderosa. El capitalismo descubrió eso gracias a Henry Ford; Ford sacó al automóvil de su finura y lo hizo un carro popular, los vendía a quinientos dólares. Estados Unidos entero comenzó a comprar automóviles, y Ford se fue volviendo millonario.
De repente, el carro no se vendía más.
Él se desesperó, llamó a los economistas para que estudiaran el caso y le dijeron: “pero es claro que no vende porque el carro no se acaba”.
El producto industrial no puede ser eterno
. El producto artesanal está hecho para durar, pero el industrial no; tiene que estar hecho para acabarse.
Esa es la cosa más diabólica del capitalismo.
Ford entendió eso y pasó a cambiar el modelo de carro cada año. En un régimen que fuera más socialista sería necesario encontrar una manera en que no fallen las empresas, volver durables a los productos, acabar con esa locura de renovación. Hoy, un automóvil está hecho para acabarse, la moda está hecha para cambiar; esa idea tiene como objetivo el lucro infinito.
En cuanto el verdadero objetivo no es el lucro infinito, es el bienestar infinito.



  Brasil de Fato- En sus textos es perceptible la intención de ser entendido. A pesar de ser muy erudito, su escritura es muy simple.

¿Por qué ese esfuerzo de ser siempre claro?
  Antonio Cândido – Creo que la claridad es un respeto por el prójimo, un respeto por el lector. Siempre creí -yo y algunos colegas- que, cuando se trata de ciencias humanas, a pesar de ser llamadas ciencias están relacionadas con nuestra humanidad, de manera que no debe haber jerga científica

. Puedo decir lo que tengo que decir sobre las humanidades con un lenguaje común (ya en el estudio de las ciencias humanas yo preconizaba eso), en cualquier actividad que no sea estrictamente técnica; creo que la claridad es necesaria inclusive para poder divulgar el mensaje: el mensaje deja de ser un privilegio y se vuelve un bien común.




  Su método de análisis de la literatura parte de la cultura hacia la realidad social y vuelve hacia la cultura y al texto. ¿Cómo es que explicaría ese método?

 A. C. –   Una cosa que siempre me preocupó mucho es que los teóricos de la literatura dicen que es necesario hacer eso, pero no lo hacen.
No me considero marxista pero tengo mucha influencia marxista en mi formación y también de la llamada escuela sociológica francesa, que generalmente estaba formada por socialistas.
Partí del siguiente principio: quiero aprovechar mi conocimiento sociológico para ver cómo eso podría contribuir para conocer lo íntimo de una obra literaria.
Al comienzo era un poco sectario, politizaba un poco de más mi actividad; después entré en contacto con un movimiento literario norteamericano, la nueva crítica, conocido como new criticism.
Y ahí fue un “Huevo de Colón: la obra de arte puede depender de lo que sea, de la personalidad del autor, de su clase social, de la situación económica, del momento histórico, pero cuando ella es realizada, ella es ella: tiene su propia individualidad.
Entonces la primera cosa que es necesario hacer es estudiar la propia obra.
Eso quedó en mi cabeza, pero yo no quería abrir mano dada mi formación en sociales.
Entonces es importante lo siguiente: reconocer que la obra es autónoma, pero que fue formada por cosas que vinieron de fuera de ella, por influencias de la sociedad, de la ideología, del tiempo, del autor. No es decir: “la sociedad es así, por lo tanto la obra es así”. Lo importante es cuáles son los elementos de la realidad social que se transformaron en estructuras estéticas.
Me dediqué mucho a eso, tengo un libro que se llama “Literatura y sociedad” que analiza eso.
Hice un esfuerzo grande para respetar la realidad estética de la obra y su relación con la realidad.
Hay ciertas obras en que no tiene sentido investigar el vínculo social porque ellas son pura estructura verbal; hay otras en las cuales lo social está tan presente – como “O cortiço” (casa miserable) de Aluísio Azevedo– que es imposible analizar la obra sin la carga social.
Después, ya más maduro, mi conclusión fue muy obvia: el crítico tiene que proceder conforme a la naturaleza de cada obra que analiza.
Si hay obras que piden un método psicológico, lo uso; otras piden estudio de vocabulario, la clase social del autor, también lo uso.
Tal vez yo sea aquello que los marxistas vilipendian mucho, que es el ser ecléctico.
Tal vez yo sea un poco ecléctico, lo confieso
Eso me permite tratar un número muy variado de obras.

  ¿Para abordar la estética habría un método que sería mejor?  
 A. C. –  No privilegio. Ya privilegié: primero lo social, lo mismo que llegué a privilegiar lo político. Cuando era un joven crítico quería que mis artículos demostraran que era un socialista escribiendo con posición crítica frente a la sociedad; después vi que había poemas, por ejemplo, en los que no podía hacer eso.
Entonces pasé a otra fase en la que prioricé la autonomía de la obra, los valores estéticos; después vi que depende de la obra.
Sin embargo, tengo mucho interés por el estudio de las obras que permiten ser abordadas al mismo tiempo interna y externamente.
Mi fórmula es la siguiente: estoy interesado en saber cómo lo externo se transformó en interno, cómo aquello que es carne de vaca se vuelve croqueta.
La croqueta no es vaca, pero sin la vaca la croqueta no existe, pero la croqueta no tiene nada que ver con la vaca, solo la carne
. Lo externo se transformó en algo que es interno. Ahí tengo que estudiar la croqueta, decir de dónde fue que ella vino.


  ¿Qué es lo más importante para leer en la literatura brasileña? 

 A. C. –  Machado de Assis. Él es un escritor completo.

      ¿Es el que a usted más le gusta? 


A. C. –  No, pero creo que es el que más se aprovecha.


  Entonces ¿cuál es el que a usted le gusta más?
 A. C. –   Me gusta mucho Eça de Queiroz; muchos extranjeros; de brasileños, me gusta Graciliano Ramos (creo que ya leí “São Bernardo” unas 20 veces, con mentira y todo).
Leo a Graciliano mucho, siempre, pero Machado de Assis es un autor extraordinario.
Comencé a leer con 9 años libros de adulto, y nadie sabía quién era Machado de Assis -solo en Brasil, y ni siquiera todo el mundo-, pero hoy es como un autor universal.
Él pasó la prueba del escritor grande: cuando se escribe un libro, es traducido y una crítica dice que la traducción acabó con la obra, es porque no era una gran obra; Machado de Assis, aunque esté mal traducido, sigue siendo grande.
La prueba de un buen escritor es que aunque esté mal traducido él es grande.
Si dice “la traducción mató a la obra”, entonces es que la obra era buena pero no era grande.

      ¿Cómo llevar la gran literatura a quien no está habituado a la lectura?

 A. C. –  Es perfectamente posible, sobre todo Machado de Assis. María Vitória Benevides me contó de una investigación hecha en Italia hace unos treinta años: aquellos magnates italianos, con una visión ya avanzada del capitalismo, decidieron disminuir las horas de trabajo para que los trabajadores pudieran tener cursos, se dedicasen a la cultura.
Entonces preguntaron: ¿Cursos de qué van a querer?
Pensaron que los trabajadores irían a pedir cursos técnicos pero pidieron curso de italiano para poder leer bien a los clásicos.
“La divina comedia” es un libro con cien cantos, cada canto con decenas de estrofas.





En Italia -no soy capaz de repetir con exactitud- algo así como doscientas mil personas se saben la primera parte entera, cincuenta mil saben la segunda y de tres a cuatro mil personas saben el libro entero de cabeza.
Esto quiere decir que el pueblo tiene derecho a la literatura y entiende la literatura.
El doctor Agostinho da Silva, un escritor portugués anarquista que se quedó mucho tiempo en Brasil, explicaba a los obreros los diálogos de Platón y ellos lo adoraban. Hay que saber explicar, usar el lenguaje normal.

      ¿Usted cree que al brasileño le gusta leer?


A. C. –  No sé. Brasil para mí es un misterio.
Hay editoras para todas partes, hay libros por todos lados. Vi un reportaje que decía que la ciudad de Buenos Aires tiene más librerías que todo Brasil.
Se lee muy poco en Brasil.
Parece que el pueblo que lee más son los finlandeses, que leen 30 volúmenes por año.
Ahora dicen que los libros se van a acabar, ¿no?
      ¿Qué cree usted?
 A. C. –  No sé. Yo ni tengo computadora
. Las personas me preguntan: “¿cuál es su…?” ¿Cómo se llama?
      ¿E-mail? 


A. C. – ¡Eso! Mira, yo paré con el teléfono y la máquina de escribir.
No entiendo de esas cosas; estoy alejado de todas las novedades desde hace más de treinta años.
No me intereso por la literatura actual, soy un viejo caturra. Ya doné casi toda mi biblioteca, catorce o quince 
mil volúmenes; lo que hay aquí son libros para que las visitas vean, pero pretendo dar todo.
No vendo los libros, los dono.
Siempre estuve en escuelas públicas, inclusive en la universidad pública, entonces es lo que puedo dar para devolver un poco.
Tengo la impresión de que la literatura brasileña está débil, pero eso lo creen todos los viejos.
Mis antiguos alumnos -que me visitan mucho- dicen que está débil en Brasil, Inglaterra, Francia, Rusia, en los Estados Unidos… que la literatura hoy en día esta por los suelos. Pero yo no me intereso por novedades.

       ¿Qué es lo que lee hoy en día? 

A. C. –  Yo releo: historia, un poco de política… hasta mis libros de socialismo los di todos.
Ahora estoy queriendo releer a algunos maestros socialistas, sobre todo a Eduard Bernstein (aquel al que los comunistas tenían odio).
Él era marxista, pero decía que el marxismo tiene un defecto: creer que la gente puede llegar al paraíso terrestre. Entonces, él partió de la idea del filósofo Emmanuel Kant de la finalidad sin fin.
El socialismo es una finalidad sin fin: usted tiene que actuar todos los días como si fuera posible llegar al paraíso, pero no llegará; sin embargo, si usted no hace esa lucha, caerá al infierno.



Traducción: Waldo Lao Fuentes Sánchez
 

POSTA - postaporteñ@ nº695 - 2012-01-08

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