Número 1151 | abril 18 de 2014 | Año IX
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El Regalo Que Nos Hizo
EL CUENTO DE LOS GENERALES
QUE SE
CREYERON SU
PROPIO CUENTO (*)
GABRIEL GARCÍA
MÁRQUEZCuando el general Charles de Gaulle perdió su último plebiscito, en 1969, un caricaturista español lo dibujó frente a un general Francisco Franco minúsculo y ladino que le decía, con un tono de abuelo: «Eso te pasa por preguntón». Al día siguiente, el que fuera el hombre providencial de Francia estaba asando castañas en su retiro de Colombey-les-deux-Eglises, donde poco después había de morirse de repente y sólo mientras esperaba las noticias frente a la televisión. El periodista Claude Mauriac, que estuvo muy cerca de él, describió las últimas horas de su vida y su poder en un libro magistral, cuya revelación más sorprendente es que el viejo general estaba seguro de perder la consulta popular. En efecto, desde la semana anterior había hecho sacar sus papeles personales de la residencia presidencial y los había mandado en varias cajas a unas oficinas que tenía alquiladas de antemano. Más aún: algunos de sus allegados piensan ahora que De Gaulle había convocado aquel plebiscito innecesario sólo para darles a los franceses la oportunidad que querían de decirle que ya no más, general, que el tiempo de los gobernados es más lento e insidioso que el del poder, y que era venido el tiempo de irse, general, muchas gracias. Su vecino, el general Francisco Franco, no tuvo la dignidad de preguntarles lo mismo a los españoles, y poco antes de su mala muerte convocó a los periodistas que su propio régimen mantuvo amordazados durante cuarenta años y también a los que su propio régimen pagaba para que lo adularan, y los sorprendió con una declaración fantástica: «No puedo quejarme de la forma en que siempre me ha tratado la Prensa». Por preguntones acaba de ocurrirles lo mismo que a De Gaulle a los militares turbios y sin gloria que gobiernan con mano de hierro a Uruguay. Pero lo que más intriga de este descalabro imprevisto es porque tenían que preguntar nada en un momento en que parecían dueños de todo su poder, con la Prensa comprada, los partidos políticos prohibidos, la actividad universitaria y sindical suprimida y con media oposición en la cárcel o asesinada por ellos mismos, y nada menos que la quinta parte de la población nacional dispersa por medio mundo. Los analistas, acostumbrados a echarle la culpa de todo al imperialismo, no sólo de lo malo, sino también de lo bueno, piensan que los gorilas uruguayos tuvieron que ceder a la presión de los organismos internacionales de crédito para mejorar la imagen de su régimen. Otros, aún más retóricos, dicen que es la resistencia popular silenciosa, que, tarde o temprano, terminará por socavar la tiranía. No hay menos de veinte especulaciones distintas, y es natural que algunas de ellas sean factores reales. Pero hay una que corre el riesgo de parecer simplista, y que a lo mejor es la más próxima de la verdad: los gorilas uruguayos -al igual que el general Franco y al contrario del general De Gaulle- terminaron por creerse su propio cuento. Es la trampa del poder absoluto. Absortos en su propio perfume, los gorilas uruguayos debieron pensar que la parálisis del terror era la paz, que los editoriales de la Prensa vendida eran la voz del pueblo y, por consiguiente, la voz de Dios, que las declaraciones públicas que ellos mismos hacían eran la verdad revelada, y que todo eso, reunido y amarrado con un lazo de seda, era de veras la democracia. Lo único que les faltaba entonces, por supuesto, era la consagración popular, y para conseguirla se metieron como mansos conejos en la trampa diabólica del sistema electoral uruguayo. Es una máquina infernal tan complicada que los propios uruguayos no acaban de entenderla muy bien, y es tan rigurosa y fatal que, una vez puesta en marcha -como ocurrió el domingo pasado-, no hay manera de detenerla ni de cambiar su rumbo. Sin embargo, lo más importante de esta piña militar no es que el pueblo haya dicho que no, sino la claridad con que ha revelado la peculiaridad incomparable de la situación uruguaya. En realidad, la represión de la dictadura ha sido feroz, y no ha habido una ley humana ni divina que los militares no violaran ni un abuso que no cometieran. Pero en camino se encuentran dando vueltas en el círculo vicioso de su propia Preocupación legalista. Es decir: ni ellos mismos han podido escapar de una manera de ser del país y de un modo de ser de los uruguayos, que tal vez no se parezcan a los de ningún otro país de América Latina. Aunque sea por un detalle sobrenatural: Uruguay es el único donde los presos tienen que pagar la comida que se comen y el uniforme que se ponen, y hasta el alquiler de la celda En realidad, cuando irrumpieron contra el poder civil, en 1973, los gorilas uruguayos no dieron un golpe simple, como Pinochet o Videla, sino que se enredaron en el formalismo bobo de dejar un presidente de fachada. En 1976, cuando a este se le acabó el período formal, buscaron otra fórmula retorcida para que el poder armado pareciera legal durante otros cinco años. Ahora trataban de buscar una nueva legalidad, ficticia con este plebiscito providencial que les salió por la culata. Es como si la costumbre de la democracia representativa -que es casi un modo de ser natural de la nación uruguaya- se les hubiera convertido en un fantasma que no les permite hacer con las bayonetas otra cosa que sentarse en ellas. (*) NOTA: Este texto de García Márquez fue publicado en España inmediatamente después del plebiscito del 80. En Uruguay circuló en fotocopias, ya que, como lo dice GM, la dictadura militar tenía el control total de la prensa. Alguna historia de cobardías y arribismo en los medios de prensa también contribuyó, pero en algún momento habrá que explicar ese singular aplastamiento total de la sociedad uruguaya.
FERNANDO MOYANO
Llora la
Palabra Cuando
Muere un Poeta- Escritor
POEMA SIN LUTO
Hoy
te quiero tristeza,
aunque no me entiendas, hoy te quiero, tristeza. No creas tristeza que hoy, te lo llevas todo, no lo creas tristeza, no lo creas, hay cosas que no te puedes llevar, ese amor irremplazable y eterno con gusto a tinta y a papel con alas que en mi lengua se moja de alma. No, no podrás llevarte tristeza la historia de nuestros espejos que en su polvo escrito nos han de seguir revelando que todos somos macondo. Tampoco podrás tristeza, llevarte mi soledad cien años acompañada, ni mis putas tristes, ni la mala hora, porque entre el amor y los demonios y en mis tiempos de cólera, la hojarasca de todos los otoños tendrá una mama grande que parirá en todos los cielos el discurso de un general. Por eso, hoy te quiero tristeza, aunque no me entiendas, porque no tendré un relato náufrago y porque me queda un coronel que me escriba más allá, de una muerte anunciada. Hay tiempos que en el transcurso del infinito nos dejan con desiertos abrasados por la felicidad Antonio Correa
Macondo se
queda huérfano:se fue Gabriel García
Márquez
vaya a saber a qué lugar lejano...
Chau Gabo!!! Autor de Cien años de soledad y pilar fundamental del Realismo Mágico. Premio Nobel, tuvo que empeñar las joyas de su mujer para poder escribir su gran obra, de la que solo pudo mandar por correo una parte por falta de dinero. 'La hojarasca’, en 1955, marcaba su inicio como narrador y Memoria de mis putas tristes', en 2004, lo cerraba. Macondo y Aracataca, las dos tierras en una (la real y la creada) que 'Gabo' inmortalizó para siempre se quedan sin padre, por mucho que sus letras no puedan morir. Muy anormal, mezquino y feo habría de volverse el mundo para borrarlas. Pero él, el escritor que simbolizará para siempre la fusión perfecta entre imaginación y realidad, ya no escribirá más. Como bien dijo Neville, y viene muy al caso, se puede impedir que un autor publique, pero no que sea escritor. Y es que a García Márquez (6 de marzo de 1927, Aracataca) no le resultó fácil, por mucha gloria .que haya vivido después, terminar la que estaba llamada a ser su gran novela. El juglar del siglo XX, pero sobre todo el hombre que nos hizo felices: ése fue Gabriel García Márquez. Mucho más que un Premio Nobel (recibido tarde: en 1982) ha sido Gabo uno de los escritores que más felicidad ha procurado a quienes lo han leído, o mejor dicho: a quienes han sabido leerlo. Sirve, sirve la obra de García Márquez, y mucho, para recordar que la literatura puede ser un camino para hacernos felices y dejarnos menos solos. Porque más allá de la evasión, o con ella pero tendiéndoosla, hay letras que, y ésas son las del colombiano, hacen real esa compleja meta. A través de Gabo descubrí como nunca el increíble poder de la palabra escrita. Macondo existe y existirá siempre porque Gabo lo vivió, lo imaginó, lo escribió y le dio vida para siempre. El realismo mágico no ha muerto, porque vive en cada esquina de cada país, donde la realidad supera la ficción, si quieren hacer un tributo al escritor, cambiemos esa condición de Macondo, y rompamos la historia sin miedo, sin tanto titubeo... Hasta Siempre Gabo!!! Salute
MARINA MONTERO
@PostaPortenia
postaporteñ@ 1151 - 2014-04-18 |
Argumentum populistum
“Mérito
santificante de la magnitud”,
decía
Ambrose Bierce*
Refiriéndose a la multitud que congregó la presentación del Indio Solari en Gualeguaychú el sábado 12, dijeron en “Madafaka” (Radio Cooperativa, AM 770, 15-4-14, 22.50 horas): “Que se traslade tanta gente para ver a una persona, merece respeto”. Aplicando el mismo razonamiento, si millones y millones sostuvieran que el Sol gira alrededor de la Tierra, ¿merecerían respeto? Y si un aislado opositor se enfrentara a ellos sosteniendo lo contrario, ¿debería ser quemado vivo? ¿O todos merecerían respeto, y lo que habría que examinar es el mérito intrínseco de sus respectivas creencias? Y, en este caso, ¿qué validez tendría el argumento cuantitativo —tal como lo utilizaron en “Madafaka” y lo utiliza el populismo (cuando le conviene) — de reclamar respeto para los peregrinos a Gualeguaychú, porque eran muchos? Obviamente, estas líneas no pretenden internarse en la evaluación de las calidades artísticas, políticas y éticas de Solari. Solo quieren llamar la atención sobre las debilidades del argumentum populistum utilizado en su favor, el cual, cuando la realidad no es de su gusto, sus impulsores usan en el sentido inverso. Por ejemplo: "¿Solo doscientas mil personas fueron a su recital? Eso quiere decir que 39.800.000 lo repudiaron" * Filibustero, s. Pirata de poco bordo, cuyas anexiones carecen del mérito santificante de la magnitud (“Diccionario del Diablo”). juan-del-sur.blogspot.com
Juan del Sur - postaporteñ@ 1151 - 2014-04-18
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Postalinas y Chamuyos
Lo que
comenta Polidoro en la patria no es para todos
NORBERTO R. Sr. Director: Otra vez Gonzalo Abella haciendo de payaso y de paso tratando de currar algún votito desprevenido para la SECTA del 6-puntismo. Ahora nos viene con la historia de 20 años del 6-puntismo y con sus banderas "LAVADAS Y BAUTIZADAS" en las aguas del SALSIPUEDES!!!! HAY QUE JODERSE!!!. Mejor este nuevo recluta de último momento del PODRIDO 6-PUNTISMO se refiere a las patoteadas, intentos de asesinato, conatos de prepotencia que todos los enfermos mentales de la secta protagonizaron en todos los años que estuvieron en el Penal, contra los otros presos (contra los botones nunca, ahí ARRUGABAN). El TERRORISMO contra sus propios familiares, a los que les decían "que se despedían" porque los iban a matar (como hacen teatro los "gambusas" actuales, para motivar a sus familiares en las cárceles donde cumplen condena). Déjese de joder con la secta 6-puntista que en Uruguay somos pocos y nos conocemos todos y la secta del 6-puntismo es la bazofia más grande que se produjo en la cárcel. Ah, me olvidaba Presidente Gonzalo para cuando nos va a contar la HISTORIA del submarino soviético, que iba a liberar a los presos, PERO SOLO A LOS 6-PUNTISTAS, o eso también no es cierto? Vale c.e.r.
MOVIMIENTO
REVOLUCIONARIO ORIENTAL
1961 – 21 de
Abril – 2014 53 aniversario
A 10 AÑOS DE GOBIERNO PROGRESISTA
GANE QUIEN GANE EL QUE PIERDE ES EL PUEBLO
Perspectivas
de la Lucha por un Programa de Soluciones Populares
Lunes
21 de abril 19 horas Fernández Crespo 2288 esq. Hocquart - MVD -
CHARLA SOBRE
1º DE MAYO, SUATT
Viernes, 25 de abril a las 19:00 Clemente Cesar 2291 esq. San Martin (Local sindical) De cara al 1º de Mayo estaremos realizando una actividad en el local sindical, para fraternizar y charlar sobre la historia y perspectivas del día de los trabajadores: -Panel -Proyección de audiovisual -Olla popular -Espectáculo artístico POR UN 1º de MAYO CLASISTA Y COMBATIVO,
ARRIBA LOS QUE LUCHAN!!
1º de Mayo
DE LUCHA
Y CONSTRUCCIÓN
Charla - -DebateSobre la situación de la clase y las perspectivas del clasismo 25 de abril Hora 19 en UTHC ( Av. Italia y Sambucetti)
TENDENCIA CLASISTA Y COMBATIVA -TCC -
24 DE ABRIL
FELIZ
¡¡Día de los Municipios de América!!
Desde nuestra trinchera de Lucha, mandamos un Sincero y Fraterno Saludo a todos los Compañeros Municipales Organizados en nuestro País y en toda América. Esperando que las Autoridades cumplan con sus Obligaciones y Nuestros Derechos Inalienables Apostando a la Unidad y Lucha Organizada sumando y creando Conciencia en los Compañeros que aún continúan aislados en su Individualismo Teniendo en cuenta ¡¡La Lucha de Clases e Independencia de Clase!! Realidad del Municipio de Santa Lucía- Somos Trabajadores y como tal debemos de Organizarnos y Formalizar nuestra Filial, para llevar al seno de nuestro Sindicato la realidad y necesidades de cada sector del Municipio Santalucense esto debe surgir de la Base, de la Plantilla de Empleados y Obreros, nadie mejor que nosotros sabe de nuestras carencias tanto en condiciones laborales como en el plano salarial. Observamos disconformidad en todas partes, pero consideramos más productivo y necesario tener en claro que nadie nos va a regalar nada, los Trabajadores desde nuestras Raíces debemos Conquistar Mejoras en Base a la Lucha y esto se logra con la Organización. SALUD……
“LOS DERECHOS SE ARRANCAN, NO
SE MENDIGAN”
Santa Lucía
MOVIMIENTO SOCIALISTA ORIENTAL- CO.MU.NA.
Aniversario
del jefe de la primera revolucion proletaria triunfante
Las guitarras Yamandu Palacios y Oxehufwud (vikingo) La participacion especial del Camarada Profesor Ruiz P. Faget La adhesión de los partidos hermanos : PCPE-PCM, los camaradas argentinos ex Refundación Comunista .
Ante la necesidad de un Gobierno Obrero y Popular
25 de Abril 18.30 hs Fernadez Crespo 2288
Primeros
comentarios del CELS sobre
el proyecto de leysobre la regulación
de la protesta social
Nos preocupa el proyecto de ley “Convivencia en manifestaciones públicas” presentado por diputados del Frente Para la Victoria. Es un retroceso respecto de estándares sobre protesta social que se fueron construyendo durante todos estos años. Por ejemplo, al clasificar ciertas protestas como ilegítimas, exigir la notificación previa a la policía y establecer plazos exiguos para la mediación El proyecto intenta ampliar los márgenes del control estatal sobre el derecho a la protesta mientras persisten casos de represión violenta de manifestaciones y cuando aun no se ha hecho justicia por asesinatos cometidos en protestas sociales como el 19 y 20 de diciembre de 2001, el Parque Indoamericano, la represión a la comunidad qom en Formosa o los asesinatos en Ledesma La participación en manifestaciones y protestas no es un mal necesario sino un componente esencial de la democracia y de las luchas sociales por la ampliación y consolidación de los derechos
posta - postaporteñ@ 1151 - 2014-04-18
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SANGRE y ROSAS
A 40 años
del asesinato impune de las muchachas de abril
Samuel Blixen Brecha, Montevideo, 16-4-2014 Sólo alguien cansado, medio dormido, con las alertas bajas, podía transitar desprevenido las calles del barrio, a las 4 y media de la mañana. De hecho, buena parte de los vecinos de Brazo Oriental, en la lengua que se apoya en Burgues y en San Martín, habían huido despavoridos llevando a sus hijos menores, a sus padres ancianos, no importa a dónde, con tal de escapar de las balas que atravesaban paredes, rebotaban en el pavimento, salían de las esquinas, de las azoteas, dibujando una malla de muerte antes de que la muerte posible fuera anunciada por el estruendo, que se oía incluso en el Cerrito y en La Blanqueada. Dorval Márquez, agente de Policía, pedaleaba su bicicleta con un resto de voluntad después de una jornada de trabajo agotadora, cuando una bala de carabina o de fusil, salida de no se sabe dónde, disparada por no se sabe quién, lo mató en seco, inmediatamente, aun antes de que la rueda dejara de girar, acostada en el pavimento No fue el único muerto por balas militares aquella madrugada de domingo que completaba una noche de sábado para los que aún tenían ánimo de juerga después de dos años de guerra interna implacable. Eso sí: no fue una bala perdida la que abatió a Dorval; fue una bala premeditada, disparada por las dudas, con poca reflexión y mucha impunidad, por si acaso el que pedaleaba la bicicleta fuera el mismo “sedicioso” al que pretendieron detener dos horas antes. La explosión provocada por el disparo rompió el silencio que se había instalado al fin, y por un momento se temió que la locura volviera a empezar A las 2.30 del domingo 21 de abril de 1974, las decenas de oficiales y soldados del Grupo de Artillería comandados por el coronel Juan Modesto Rebollo y supervisados a su vez por el Organismo Coordinador de Actividades Antisubversivas (OCOA) comenzaron a tomar posiciones a lo largo de la calle Mariano Soler, en la paralela Carabelas y en las transversales Fomento y Ramón de Santiago, aunque el despliegue llegó hasta bulevar Artigas, hasta Luis Alberto de Herrera. No fueron particularmente sigilosos al cerrar las calles y ocupar todas las azoteas de las cuadras más cercanas al objetivo: un modesto edificio de apartamentos de Mariano Soler 3098 bis. Las corridas por las veredas, las órdenes asordinadas, los ruidos en el techo, interrumpieron el sueño e instalaron el miedo en los vecinos A las 2 .40, oficiales y soldados entraron en tropel en el estrecho corredor, convencidos de que iban a capturar a Washington Barrios, “Camilo”, militante del MLN, que arriesgaba su legalidad imprimiendo afiches contra la dictadura y volantes para el próximo Primero de Mayo con una impresora instalada en el sótano de su vivienda. No sabían, los represores, que “Camilo” había viajado el día anterior a Argentina, con la esperanza de obtener dinero para evacuar a una pareja y una beba de nueve meses, y a dos muchachas. Todos habían sido liberados recientemente, después de meses de encierro por razones tan nimias que no justificaron, siquiera, el pase al juez militar. Pero no lograban obtener trabajo, eran políticamente leprosos, y semanalmente debían someterse al destrato de la vigilancia en los cuarteles. Como muchos otros, dejaron de presentarse en el cuartel y automáticamente se convirt ieron en fugitivos. Intentaron ocultarse en casa de un amigo, en La Teja; providencialmente un vecino les alertó: “Ojo, que hay una ratonera”. Finalmente, a través de una red de amigos, se contactaron con Washington, que dejó a las dos jóvenes al cuidado de su esposa, en su casa, y solicitó a su cuñada que escondiera a la pareja y a la beba Los militares que entraron en la vivienda de Mariano Soler cometieron un primer error: los oficiales al frente del pelotón –los mayores José Gavazzo y Manuel Cordero, los capitanes Armando Méndez, Julio César Gutiérrez y Mauro Mauriño, y el teniente Jorge Silveira– se equivocaron de apartamento, fueron hasta el fondo y golpearon la puerta número 8. Sus aterrados habitantes explicaron que Barrios vivía en el 5. Desandaron sus pasos a los gritos, contagiando el nerviosismo a los soldados que se agolpaban en el corredor, dispuestos a cumplir órdenes, a ser sumisos en la disciplina, si tan sólo las órdenes no fueran contradictorias, antagónicas, ilógicas, en el coro histérico de gritos y amenazas Volvieron a equivocarse: los oficiales exigieron a los gritos que abrieran la puerta número 5, entraron insultando y puteando, blandiendo metralletas que apuntaban indistintamente a los ocupantes, un hombre, su esposa y la hija menor. “¿Dónde está Washington Barrios?”. El hombre, en calzoncillos, dijo: “Soy yo”, y automáticamente varios se abalanzaron sobre él, golpeándolo y arrastrándolo hacia el corredor, hasta que alguien gritó: “No, a ese no lo maten que es el padre” En un creciente paroxismo los oficiales se abrieron paso a través de los soldados que se apiñaban en el corredor y enfilaron hacia enfrente, al apartamento número 3. Desde el suelo, Washington Barrios padre intentaba captar la atención de los militares para postergar el desenlace que se leía en los rostros crispados, en las miradas desorbitadas, y su esposa, Hilda Hernández, los seguía llorando y rogando: “No las maten, no tiren que mi nuera está embarazada” Derribaron la puerta y entraron en la vivienda disparando sus armas. Se sorprendieron: de hecho, la puerta daba acceso a un patio abierto; las ráfagas barrieron las paredes y destrozaron el baño y la cocina, que daban al exterior. Los soldados apostados en las azoteas también comenzaron a disparar. Las balas traspasaban la mampostería. Un vecino de otro apartamento salió despavorido en calzoncillos, pidiendo por favor que dejaran de tirar porque las balas traspasaban la pared: “Van a matar a mis hijos”; lo obligaron a ponerse con las piernas abiertas y las manos contra la pared. Desde allí oyó unas voces femeninas gritando que querían entregarse. Otros gritos advirtieron que el capitán Gutiérrez había caído. (Había sido herido por sus propios camaradas; la bala le perforó el cuello y el capitán murió un mes después.) Ya no fue posible detener la balacera en el apartamento, en el corredor, en la calle, en las azoteas, que repetía el reflejo automático, instintivo, de accionar el gatillo. Los disparos partían de cualquier lado dirigidos hacia ningún lado; no había fuego enemigo, sólo descargas que terminaron concentrándose sobre la puerta de madera de dos hojas que comunicaba con un gran espacio, cuarto y comedor, y cuya pared parecía que terminaría por derrumbarse horadada por los impactos No se sabe cuánto tiempo continuaron los militares disparando ráfagas, una tras otra. Las balas se incrustaron en los techos, destrozaron las puertas, hicieron saltar las ventanas en añicos, agujerearon las paredes de ladrillo y perforaron las medianeras del patio. Detrás de la puerta del comedor los militares encontraron a tres jóvenes en camisón, acurrucadas, abrazadas entre sí y, por cierto, desarmadas. No preguntaron por Washington Barrios; simplemente las acribillaron, fuera de sí, incapaces de contener el miedo que nace de la tensión Cuando las armas dejaron de escupir balas, cuando el capitán Gutiérrez y el coronel Rebollo –que había sido herido levemente en un brazo– fueron evacuados, cuando los generales Julio César Rapela y Esteban Cristi “se apersonaron en el lugar del enfrentamiento”, el teniente Jorge Silveira, “Chimichurri”, a quien le esperaba una larga carrera especializada en asesinatos, torturas y violaciones, se dio un respiro, regresó al apartamento 5 y encaró a Hilda Hernández corajudamente: “Dígame dónde está su hijo, que yo mismo lo mato”, sin que hasta hoy se sepa por qué tanto encono En el apartamento 3, los oficiales dispusieron que se armara una “ratonera”, es decir, tres o cuatro soldados que aguardarían un improbable regreso de Washington Barrios. En un rincón del comedor, detrás de la puerta, quedaron los cuerpos acribillados y desfigurados de Diana Maidanik, 21 años, estudiante de la Facultad de Humanidades y maestra de jardín de infantes; Laura Raggio, 19 años, estudiante de la Facultad de Psicología; y Silvia Reyes, 19 años, esposa de Washington Barrios, embarazada de tres meses. Es posible que los responsables de lo que después se conoció como “la masacre de Brazo Oriental” ni siquiera tuvieran idea de a quiénes estaban asesinando; la justificación vino después, con el débil argumento, estampado en los comunicados de las Fuerzas Conjuntas, de que los militares habían respondido al fuego de los sediciosos y que en la casa fue hallado un “berretín con armas”. El invento era irrelevante: ni aun así se justificaba la furia homicida, más cuando, 32 años después, ante un juez penal, José Gavazzo reconocería, indolente –indiferente a los sentimientos de los familiares que revivían en el careo el dolor intacto– que “Barrios no era un objetivo importante” Todo estuvo a punto de repetirse, una hora más tarde, a eso de las 3 y media, cuando los militares volvieron a copar calles y azoteas en la zona de Jacinto Vera y Estivao, en el Buceo, en un edificio de apartamentos independientes, en uno de los cuales vivían los padres de Silvia Reyes, y en otro, al fondo, Stella, la hermana de Silvia. Como antes, entraron en el corredor y fueron golpeando todas las puertas. Stella y la pareja con su hija lograron a duras penas escurrirse; dejaron a la beba en la puerta de la abuela de Stella y treparon a la azotea, pero los soldados apostados en los techos las vieron. Como antes, se desató una balacera infernal, incontrolada. Previendo lo de antes, un megáfono tronó una orden: “¡Paren, que nos estamos tirando entre nosotros!”. Stella y la pareja lograron descolgarse hasta los fondos y se escondieron en un galpón. Recién al amanecer los soldados las encontraron. Las ataron con u na cuerda de colgar ropa y comenzaron a torturarlas, allí mismo, en la calle, pero no para obtener información, para descargar el miedo acumulado. Los vecinos, testigos de la saña, pedían que no las mataran. Después, en el cuartel de La Paloma, Artillería 1, con más método y menos prisa, Gavazzo y Juan Modesto Rebollo –cuya herida no le impidió torturar– interrogaron a Stella sobre Washington Barrios Recién a media mañana del domingo, los cuerpos de las tres chicas –las “muchachas de abril”– fueron retirados del apartamento devastado y trasladados al Hospital Militar. Al mediodía la “ratonera” fue levantada para que un pelotón de soldados, trasladado en varios camiones, iniciara el desguace del apartamento 3. Desde el otro lado del corredor, en la puerta de enfrente, Jacqueline, la hermana de Washington Barrios, vio impotente cómo se llevaban todo el mobiliario, rúbrica postrera de la impunidad, burla del dolor, gesto impúdico de rapacidad. Se llevaron hasta la puerta de entrada, los tapones y las tapas de las llaves de las luces; Jacqueline vio cuando sacaban la máquina de coser y el colchón del sofá cama empapados en sangre. No pudieron llevarse el placar del dormitorio, que estaba empotrado; lo rompieron Por la tarde, Washington Barrios padre entró en el apartamento 3: el revoque de las paredes formaba una alfombra en los pisos, y en el comedor el blanco se confundía con el rojo de la sangre. Las paredes estaban salpicadas. “Era horrible. Las balas incrustadas tenían trozos de cuero cabelludo”. El padre contabilizó 140 impactos de bala El lunes 22 las tres familias de las víctimas recibieron llamadas telefónicas conminándolas a retirar los cadáveres en el Hospital Militar. Los padres de Diana Maidanik comprobaron que su hija había recibido 35 balazos; la madre de Laura Raggio no pudo sobreponerse a la visión de su hija con una herida de bala en la cabeza; más tarde, cuando la velaban, creyó que Laura se había teñido el pelo, pero era sangre. El padre de Silvia Reyes debió reconocer a su hija –identificarla– en la morgue: contó más de 38 impactos de bala en todo el cuerpo. Las heridas revelaban que habían recorrido el cuerpo con dos ráfagas, de arriba abajo, cuando ya estaba muerta. Nadie se atrevió a decirle nada cuando le sacó el anillo de matrimonio de la mano derecha y lo guardó para su yerno, a quien nunca más volvió a ver Pero aún no había acabado el calvario: cuando se realizaba el velorio de Silva, un grupo de soldados entró en la casa, se dirigió a los fondos, donde vivía Stella, y comenzó a saquear la casa. Mientras al frente los familiares lloraban a la muerta, al fondo los soldados se llevaban todo lo transportable mientras cantaban “Uruguayos campeones…”. El padre de Silvia no soportó la provocación, encaró al general Rapela, que solía comprarle obras de arte y pretendió, en el forcejeo, arrebatarle el arma. Rapela no se lo esperaba, y antes de que atinara a una reacción, un tío de Silvia logró tranquilizarlo. A la hora del sepelio, cuando sacaron el féretro de la casa, los vecinos de la zona aguardaban compactos, en la vereda de enfrente; cubrieron el féretro con una lluvia de rosas En 1985 las familias Barrios y Reyes formalizaron la denuncia sobre los asesinatos de las muchachas de abril, pero en 1986, ley de caducidad mediante, el caso fue archivado por orden del presidente Julio María Sanguinetti. Diecinueve años después, en octubre de 2005, un equipo de abogados de IELSUR, organización no gubernamental, pidió retomar la indagatoria, que recayó en el juzgado penal a cargo del juez Pablo Eguren. Insólitamente, el escrito que solicitaba la reapertura del caso no reclamaba expresamente –como es habitual– responsabilidades penales para quienes estaban implicados en el operativo que culminó con los asesinatos. El fiscal Enrique Moller, experto en archivar causas de violaciones a los derechos humanos, ni lerdo ni perezoso aprovechó el pretexto para solicitar que se desistiera de la investigación. El juez Eguren estuvo de acuerdo. Al reactivarse todas las causas, en 2012, el expediente volvió al despacho del juzgado penal de 8º Turno, ahora a cargo de la jueza Graciela Eustaccio. Pero hasta el presente, a 40 años de los sucesos, no hay ninguna sanción penal para los responsables de los asesinatos La desaparición de Washington Barrios Exactamente seis meses después de aquel domingo que amaneció teñido en sangre en el barrio Brazo Oriental, el mayor José Gavazzo regresó al edificio de Mariano Soler 3098 bis y volvió a golpear la puerta del apartamento 5. Los padres de Washington Barrios supieron al instante que nada bueno traía la visita. Si hasta ese momento el estudiante y empleado de 22 años, nacido en Cúcuta, Colombia, y nacionalizado uruguayo, que contaba apenas con un antecedente por pintadas callejeras, no figuraba entre los objetivos de la represión, algo hizo cambiar la apreciación, porque el operativo de Brazo Oriental, además de los cientos de cartuchos que quedaron desparramados en el apartamento y en la zona como muestra de la barbarie desatada, concentró lo más graneado de la inteligencia represiva Fortuitamente, Washington se escabulló y algunas semanas después logró informar a la familia que estaba vivo y que se había refugiado en Argentina. Pero nada más se sabía. Por eso, la presencia de Gavazzo sólo podía ser del peor augurio. El mayor, que desde la caída en desgracia de los oficiales del Batallón Florida se había convertido en pieza clave de la coordinación, se hizo el canchero ante los padres de Washington: “Camilo está bien, fue detenido en Córdoba”, dijo, y mostró un papel, con escritura a mano, que Hilda, la madre, reconoció como la de su hijo. “Querida vieja, viejo, flaquita. No se preocupen, yo me encuentro bien. Dentro de poco nos vemos." ¿Qué objeto tenía entregar esa esquela? Era una manera de revelar, gratuitamente, una coordinación entre argentinos y uruguayos que después sería negada así se amontonaran las evidencias cuando comenzó a investigarse el Plan Cóndor, del que Gavazzo fue un diligente ejecutor. Washington Barrios fue detenido un mes antes de la visita de Gavazzo, el 17 de setiembre, tras un allanamiento en una casa en calle 6 esquina 9, barrio Cabo Fariña, ciudad de Córdoba, junto con otros argentinos acusados de pertenecer al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Según informaciones de prensa, de origen policial, en el domicilio se encontraron armas y explosivos, algunas de las cuales fueron sustraídas en el copamiento de la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos, en agosto de 1974, por comandos del ERP En los interrogatorios, según el comisario Héctor García Rey, secretario de Seguridad y jefe de Policía de la provincia de Córdoba, Barrios reclamó ser tratado según las disposiciones de la Convención de Ginebra sobre Prisioneros de Guerra porque, dijo el comisario que dijo el detenido, era combatiente de guerra. Insólitamente para un combatiente que manejaba un arsenal en su casa, el 11 de octubre Barrios fue procesado por el delito de entrada ilegal al país y condenado a seis meses de prisión. Ese mismo 11 de octubre fue conducido por orden judicial desde Córdoba hasta Lomas de Zamora, en la provincia de Buenos Aires. Segundo capítulo insólito: el 20 de febrero de 1975, cuando cumplía cuatro de los seis meses de pena, el juzgado 3 de La Plata decretó su libertad; se ordenó que Washington Barrios fuera devuelto a Córdoba, para trámites administrativos. En el trayecto simplemente desapareció; en el juzgado “oficialmente se informa que se fugó en el trayecto de La Plata-Córdoba”, así nomás, sin ninguna aclaración, ningún detalle, ninguna explicación; apenas se consigna que “no existen indicios sobre su destino posterior”, y no los habrá hasta que el caso de Washington Barrios sea oficialmente declarado como desaparición forzada. En el expediente de La Plata, según le contó el fiscal a la madre, Hilda Hernández, constaba que las Fuerzas Armadas uruguayas habían reclamado al detenido por ser uruguayo. Pero el expediente, a su vez, ya no tan insólitamente, desapareció del juzgado, con lo que se cerró un círculo de crímenes, infamias e impunidades.
SEMANA
DE HOMENAJES A
LAS “MUCHACHAS DE ABRIL”
Invitamos a la inauguración de LAS MUCHACHAS DE ABRIL
La historia de nuestra gente y nuestros barrios, forma parte de nuestro Patrimonio. La construcción de la Memoria de sus vidas y sus luchas nos remite a nuestra experiencia como sociedad. Lunes 21 de abril 12.00 hs. Inauguración exposición “Las Muchachas de Abril”. Museo de la Memoria. 18.00 hs. Colocación Marca de la Memoria: Mariano Soler 3098 bis y Ramón de Santiago (Brazo Oriental). Espectáculo artístico. Martes 22 de abril 19.00 hs. Presentación de documental de Ignacio Guichon. Charla debate. Poesías y espectáculo artístico con Cristina Fernández y Washington Carrasco. Centro Cultural Terminal Goes, Avda. Gral. Flores y Domingo Aramburú. Miércoles 23 de abril 19.00 hs. Presentación de documental de Ignacio Guichon. Charla debate. Canciones. Sede de Crysol, Joaquín Requena 1533. Domingo 27 de abril 16.00 hs. Cierre de los homenajes. Presentación documental de Ignacio Ghichon. Charla debate. Espectáculo artístico con Las Ménades (danza) y Daniel Viglietti. Museo de la Memoria, Av. Instrucciones 1057.
Asociación de Amigas y Amigos del Museo de la
Memoria
posta - postaporteñ@ 1151 - 2014-04-18
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Miguel Conde Olgado 15 años de postergación e injusticia
Quien quiera
anular a otro ser humano tiene
que impedirle que trabaje
Son 15 años nada más y nada menos que quince años, han pasada ya tres administraciones gubernamentales la de Ángel Rozas, cuando se genera el conflicto, Roy Nikisch; Jorge Milton Capitanich y está en curso la administración de Juan Carlos Bacileff Ivanoff y la herida sigue abierta, porque la carpa está ahí, porque nadie ha reparado la Injusticia. Son 1 5 años de vida de frustraciones y desilusiones. Para que tengamos idea del tiempo, todavía presidia el país Carlos Menem. No habían sucedido los hechos dramáticos del 2001, los 5 presidentes, la década kirchnerista. El 15 de abril Miguel Conde Olgado cumple 15 años de protesto, contra su patronal la empresa del Estado SECHEEP que Injusta y arbitrariamente lo hecho de su seno, concurriendo en una Injusticia intolerante. Ya que Conde por ser delegado gremial tenia doble protección constitucional. La Constitución nacional garantiza la tutela sindical y la estabilidad absoluta del empleado público. En el año 2005 lo justicia se expidió en 2° instancia, en un fallo laboral ejemplar, se expresó rotundamente a favor de las demandas y los derechos de Miguel Conde Olgado. La justicia dijo que: "la patronal violó la protección sindical y declaró nulo el sumario y el despido, estableciendo claramente que los funcionarios persiguieron, menoscabaron, restringieron y obstruyeron la actividad sindical legítima que desempeñaba, que hubo trato arbitrario, persecución y discriminación, que Incurrieron en conductas Injuriantes en contra de la dignidad de la persona del trabajador. Los jueces hablan por sus fallos. La emblemática carpa de Miguel resiste estoicamente frente a lo administración de SECHEEP como un gallardete, dejando una mancha indeleble a la comunidad toda, que pide a gritos una solución al conflicto y el allí como un abanderado de la dignidad y del orgullo. Su mayor delito fue tener la osadía y el coraje de hacer públicas graves denuncias sobre el vaciamiento de la empresa y la paulatina privatización, como de tercerizar los servicios. Sus injustos perseguidores no contaron nunca con la tenacidad de Miguel, quien transformó su infortunio personal en una carpa de protesta, que es una cátedra de docencia ciudadana, de cómo debemos defender nuestros derechos contra los abusos de los funcionarios. Dejando una herida abierta que nos acusa y cuestiona por nuestra flojera. Fiel a sus principios y su conducta espera, pero ¡hasta cuándo la espera! Por favor señores gobernantes terminen con esta injusticia o tienen que pasar 15 años más o los años que le queden por vivir a Miguel. Sera que un día leeremos el epitafio “acá murió dignamente en su carpa un trabajador, un luchador; de nuestro ciudad" . Por favor va a ser muy triste para los Resistencianos
posta - postaporteñ@ 1151 - 2014-04-18
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Gracias Gabo...
Ese es el contenido de nuestro envío, precedido por una reflexión del brasileño Emir Sader, que precisamente nos sitúa en ese tiempo y esas circunstancias Redacción de SERPAL 1967 latinoamericano: El Gabo y el "Che" A Gabo siempre le gustaba reiterar que, como periodista -profesión que él siempre reivindicó- su más grande frustración era que no podría dar la noticia más importante de su vida. Pero la verdad es que la más importante de su vida no ha sido la dolorosa noticia del 2014, ni tampoco el glorioso Nobel de Literatura del 1992, sino el lanzamiento de Cien años de soledad, en 1967. En el siglo XX América Latina tuvo un gran protagonismo a escala mundial. Iniciado, políticamente, con la masacre de los mineros chilenos en la Escuela Santa María de Iquique, en 1907 y, 3 años más tarde, con la Revolución Mexicana, se anunciaba que sería un siglo de revoluciones y contrarrevoluciones. El marco definitivo de esa trayectoria vendría con la Revolución Cubana de 1959 Pero 1967 fue un año simbólicamente determinante para la historia del continente y para su proyección mundial. Es el año de la publicación de la obra más importante de nuestra literatura -Cien años de soledad-, pero también porque es el año de la muerte del Che. Una, la más grande obra prima de la literatura latino-americana, otro, el personaje cuya gesta llevó a que su imagen se transformara en la más reproducida en el mundo No hay nadie que haya leído Cien años de soledad y que no se acuerde de las circunstancias - dónde, cuándo, con quién, en qué edición- en las que leyó por primera vez el libro. Como no hay nadie que haya vivido en aquel no tan lejano 1967, que no se acuerde de cuándo, dónde, con quién, supo de la noticia dolorosamente verdadera de la muerte del Che El discurso del Gabo al recibir el Nobel de Literatura es la más notable reivindicación de América Latina. Allí, él afirmó que, al igual que se reconoce a nuestro continente su genial creatividad, originalidad y genialidad en las artes, se debe dejar de intentar imponer desde fuera proyectos políticos hacia nosotros, dejándonos que ejerzamos, de la misma manera en los caminos de nuestra historia, la genialidad, la creatividad y la originalidad que se nos reconoce en el arte. Emir Sader (profesor y sociólogo brasileño) Fuente: Publico.es
LA SOLEDAD
DE AMÉRICA LATINA
Gabriel García
Márquez. (*)Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen. Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro. La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en r ealidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas. Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de Am&eac ute;rica Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años. De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega. Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad. Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, q ue Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes. No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo. América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera pos ible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad. Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios. Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad teng an por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra. Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido. Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Ilíada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poes&iac ute;a que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos. En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias. ( * ) Texto del discurso de agradecimiento leído por Gabriel García Márquez al recibir el premio Nobel de literatura en 1982. Envío de SERPAL 477 -14 Gabriel García Márquez
(1927-2014)
Bateman:
misterio sin final
Fue su primer
reportaje tras ganarse el Nobel de Literatura. Un relato de la desaparición
de Jaime Bateman Cayón, el comandante guerrillero del M-19 Semana, Bogotá, 18-4-2014 (Correspondencia de Prensa E.H.) Este primer gran reportaje de Gabriel García Márquez después de haber ganado el Nobel de Literatura, tiene su origen en una reunión informal con la redacción de esta revista. Durante una discusión sobre la desaparición de Bateman, García Márquez manifestó su extrañeza ante el hecho de que semanas después del accidente, los medios de comunicación no hubieran realizado la obvia investigación que imponía un suceso de esta naturaleza. Criticó el "síndrome de la chiva" que, según él, vive el periodismo colombiano y apostó que podía demostrar que un tema bien investigado podía ser más interesante que cualquier "chiva", aun cuando apareciera con retraso. La apuesta, como verán nuestros lectores, la ganó García Márquez y aquí está el resultado. El reportaje fue publicado por Semana en la edición del 6 de agosto de 1983 Bateman: misterio sin final La avioneta monomotor Piper PA 28 con matrícula colombiana HK 2139P y piloteada por el político conservador Antonio Escobar Bravo, salió del aeropuerto "Simón Bolívar" de Santa Marta a las 7:45 de la mañana del pasado 28 de abril con un plan de vuelo visual cuyo destino final era el aeropuerto civil de Paitilla en la ciudad de Panamá. Sin embargo, 7 minutos después aterrizó a pocos kilómetros de la población de Ciénaga, en una antigua pista comercial fuera de servicio, donde la esperaba un grupo de 10 personas. Tres subieron a bordo: dos hombres y una mujer. El más alto de ellos, flaco y un poco escuálido, con una camisa de mezclilla azul y una gorra de capitán de barco, era el hombre más buscado de Colombia desde hacía 5 años: Jaime Bateman Cayón comandante máximo del M-19... Sólo ellos y unos pocos miembros de la organización sabían que la avioneta debía hacer una escala clandestina en otro aeropuerto fuera de servicio cerca de Montería, donde estaba prevista una reunión con delegados del Ejército Popular de Liberación (EPL), para discutir los pormenores de un programa de acciones conjuntas. Después debía proseguir hacía Panamá, donde se suponía que iba a llegar un emisario personal del presidente Belisario Betancur, para entablar conversaciones de paz. La avioneta hizo un último contacto con el control aéreo de Panamá 2 horas y 17 minutos después de decolar de Santa Marta, y cuando se encontraba a 55 millas náuticas del aeropuerto de Paitilla, pero no aterrizó nunca. Esto es todo cuanto se sabe con seguridad absoluta cuatro meses después de la desaparición de Jaime Bateman, y al cabo de una búsque da intensa por tierra, mar y aire durante 70 días. Todo lo demás son suposiciones. Recogiendo sus pasos La suposición más arraigada --contra toda evidencia- es que no ha muerto. Cada quien tiene un argumento propio y una esperanza distinta para seguir en el engaño, como ocurre con Emiliano Zapata en México, como ocurrió durante tantos años en el mundo con Adolfo Hitler, y como ha ocurrido desde siempre con otros tantos que han sido devorados por la leyenda. En cambio, los únicos que creen que en efecto está muerto sin ninguna duda son algunos amigos de la infancia de Bateman que estuvieron con él en Santa Marta en los días previos a su desaparición. Pero su certidumbre tampoco se funda en ningún análisis racional, sino todo lo contrario, en la creencia Caribe de que hay seres con el privilegio sobrenatural de volver a los sitios de sus afectos y repetir los mismos actos de sus mejores recuerdos en los días anteriores a su muerte. Se dice entonces que esa persona está "reco giendo sus pasos". Bateman, en efecto, se comportó en la última semana de su vida como si lo estuviera haciendo Había llegado a la costa Caribe el 19 de abril, cuando concedió la que había de ser su penúltima conferencia de prensa en algún lugar cercano a Cartagena, con motivo del decimotercer aniversario de su movimiento. Si bien trataba siempre de darle algún contenido histórico a aquella fecha, nunca fue muy cuidadoso con su propio cumpleaños --cinco días después--, y muchas veces, inclusive, lo olvidaba Este 24 de abril sería diferente. A pesar de los riesgos enormes que corría permaneciendo en una región donde todos los servicios oficiales de seguridad debían saber que se encontraba, se empeñó en celebrar su cumpleaños en la ciudad de su nacimiento --Santa Marta--, a donde no iba por razones de prudencia elemental desde hacía 7 años. Allí estaban las querencias de su juventud: nombres y lugares que le revolvían la nostalgia. Las relaciones con su padre eran más bien inciertas, y las que mantuvo con sus hermanos eran buenas pero ocasionales. En cambio, las que mantuvo con su madre --la brava Clementina Cayón-- tenían la misma esencia pasional de las que tuvieron con las suyas el padre Camilo Torres y el Che Guevara, que parecían condicionadas por una dependencia umbilical al mismo tiempo entrañable y conflictivo. Algunos compañeros cercanos de Bateman han conta do que en las noches de peligro de la clandestinidad, o en las erráticas y solitarias de la selva, soltaba un largo suspiro que le salía del alma: "¡Ay, Clementma Cayón, qué será de tu vida!" Se veían con frecuencia, siempre en lugares distintos y secretos, porque la casa de ella estuvo sometida durante mucho tiempo a una vigilancia constante. Una vigilancia que tenía la misma carga de humanidad de quien la soportaba y de la ciudad donde se ejercía, que es tal vez la más doméstica del país. Clementina Cayón --no se sabe si por indulgencia o por astucia- veía al pobre vigilante parado en la esquina bajo el tremendo sol de las doce, y le ofrecía una silla para sentarse, le mandaba un jugo de guanábana, o un plato de sancocho, o un cigarrillo, y al poco tiempo tenían que cambiarlo porque ya se había vuelto como si fuera de la familia. Con todo, el riesgo del cumpleaños en Santa Marta era enorme, pero Bateman lo decidió de un modo tan terminante, que hasta sus servicios de seguridad, tan contrarios a esta clase de complacencias sentimentales, tuvieron que doblegarse El grupo completo que había asistido a la conferencia de prensa viajó de Cartagena a Santa Marta por carretera al amanecer del 20 de abril. La costa Caribe estaba en tiempo de sequía y el olor de la guayaba era más intenso en el aire ardiente. Bateman se convirtió en un guía nostálgico, en especial de los dos compañeros del comando superior --Álvaro Fayad y Carlos Toledo Plata--, que viajaban en el mismo automóvil, y que eran de otros mundos de nostalgias distintas En cada sitio del camino hizo una evocación. Después del estrecho puente que separa el mar y la Ciénaga Grande --muy cerca de donde había de abordar una semana después la avioneta de su mal destino-- ordenó una parada para desayunar con mojarras fritas y tajadas de plátano en una de las fondas de la carretera. Luego no pudo resistir la tentación de volver a su tierra cómo había vuelto tantas veces en su juventud, y le quitó el volante al conductor y siguió manejando él hasta Santa Marta, con una parada más para tomarse una cerveza matinal en el Rodadero. Días antes, Bateman había visto en Panamá la película española "Volver a empezar", que este año obtuvo el Oscar de la mejor película extranjera, y que cuenta la historia de un hombre que vuelve, ya maduro y famoso, a su pueblo natal de Oviedo. Aquella mañana tuvo de p ronto la revelación --y así lo dijo a sus compañeros- de estar protagonizando una versión viva de aquella película Ni en ese momento, ni en ninguno de los días siguientes, Bateman hizo nada por ocultarse ni por disimular su identidad. Visitó en Santa Marta todos los lugares que habían dejado algún rastro en su memoria, y tal vez lo único que no volvió a hacer como en su juventud fue jugar fútbol con bolas de trapo en la playa. Se vio varias veces con su madre, por supuesto, pero nunca en la casa de ella, y le pidió noticias de los amigos más remotos y de varias novias olvidadas. Recordaba de un modo especial a sus condiscípulos del Liceo Celedón, donde no pudo terminar el bachillerato por su conducta revoltosa. Todos, hasta donde fue posible, recibieron una invitación verbal para la fiesta de sus 44 años Tiempo de mangos Cómo no fue descubierto en una ciudad donde todo el mundo se conoce y donde andan por todas partes los agentes secretos de la guarnición militar, de la policía y de la Dirección Administrativa de Seguridad, es algo que cuesta trabajo creer. Una razón, sin duda, es que Bateman era muy popular en su tierra, y había muy pocas probabilidades de encontrar a alguien que quisiera denunciarlo, aun si estuviera en desacuerdo con él. Pero había otra razón real y además divertida. Uno de los varios hermanos de Bateman se parecía a él como si fuera su gemelo, y al igual que él era un mamador de gallo de los grandes. Desde que aparecieron en la prensa las primeras fotografías del comandante clandestino, el hermano hizo todo lo posible por aumentar el parecido: un peinado afro, un escuálido bigote de lampiño, una camisa azul, unas botas de monte. Durante un tiempo se burló de los policías amigos, sembró el desconcierto en los lugares públicos de Santa Marta, se divirtió y divirtió cuanto quiso, hasta que todo el mundo se acostumbró a la suplantación. Pero cuando el que apareció fue el Jaime Bateman de verdad, muchos que lo vieron en los mismos sitios de siempre debieron pensar que no era él sino el otro, que había resuelto seguir mamando gallo con una gorra de lobo de mar. En todo caso, ni el detective más perspicaz se hubiera atrevido a creer que el Bateman real fuera capaz de andar por la calle con su propia cara No es posible concebir una fiesta más rara que la de aquel cumpleaños. Bateman había alquilado una casa en una de las tantas playas cercanas a Santa Marta, cuyo acceso en automóvil era posible pero difícil. Abril es tiempo de mangos, que era su fruta favorita, y no sólo se hizo llevar varias cajas para él y sus invitados, sino que algunos de ellos le llevaron otras de regalo. Había ron blanco a pasto, y whisky para quien quisiera, pero la bebida oficial era la favorita de Bateman desde mucho antes de que se pusiera de moda: piña colada Las rígidas normas de seguridad enrarecieron mucho más la fiesta. Por lo menos cien invitados estuvieron en ella a lo largo del día, pero nunca hubo más de 10 al mismo tiempo. En efecto, el único modo de llegar eran los botes del alquiler al otro lado de la bahía, y sólo cabían ocho personas en cada viaje. Un bote iba y otro venía para evitar aglomeraciones en la fiesta. De todos modos, cerca de la casa había dos lanchas rápidas, dos automóviles, y toda una columna guerrillera de seguridad que hubiera podido enfrentarse a cualquier ataque sorpresivo Bateman era un hombre de parranda, pero a su modo. Bailaba bien la salsa y el vallenato, y le gustaba hacerlo, pero era un bebedor moderado. Como buen Caribe, era tímido y triste, pero disimulaba esa doble condición con su simpatía natural explosiva. Su comportamiento de cumpleaños fue lo menos convencional que pueda imaginarse. Recibía a sus invitados en pantalón de baño, brindaba con ellos, conversaba entre grandes carcajadas, bailaba un poco con un conjunto de vallenatos contratado, y comía mangos. De pronto se echaba al agua y nadaba por un largo rato mientras sus invitados seguían la fiesta, y tal vez era ese su momento más feliz, pues desde niño era un nadador rápido y ágil. Clementina Cayón llegó hacia el medio día con un cargamento de refuerzo de piña colada, y su presencia alborotó la parranda. Alguien grito, en la pausa de un vallenato: "Cl ementina Cayón: tienes una matriz de oro". Los servicios de seguridad, en todo caso, estuvieron pendientes de que a nadie se le fuera la mano con la piña colada Mensaje intempestivo Hasta ese momento, Bateman no pensaba ir a Panamá. Su proyecto era atravesar por tierra todo el país para entrevistarse con el segundo comandante del M-19, Iván Marino Ospina, quien dirigía las guerrillas del Caquetá. Por su parte, Álvaro Fayad iría a Bogotá y Toledo Plata a Cali, y todos volverían a encontrarse tres meses más tarde en las selvas del Putumayo para una reunión plenaria del comando superior. Estos planes cambiaron de pronto porque Bateman recibió un mensaje intempestivo de Panamá, según el cual se esperaba allí un emisario personal del presidente Betancur que deseaba entrevistarse con él. Al parecer, el mensaje no era muy explícito, pero hacía suponer que se trataba de una personalidad de alto rango y Bateman esperaba una ocasión como esa desde que se frustró la posibilidad de entrevistarse con el presidente de Colombia en Nue va Delhi durante la conferencia de los No Alineados. De modo que en menos de 24 horas cambió todos sus planes inmediatos y decidió el viaje imprevisto que lo condujo al desastre El interés que tenía Bateman de entrevistarse con Betancur para entablar un diálogo de paz sin intermediarios se había convertido en una obsesión. Pero en aquel momento estaba convencido, por numerosos indicios, de que el gobierno no quería dialogar con él. El último de esos indicios --el 3 de abril- parecía demasiado evidente. De regreso de Cancún, donde se entrevistó con los otros presidentes del grupo de Contadora, Betancur había hecho una escala breve en Panamá. Bateman lo había esperado ahí con la ilusión de verlo, y durante todo el día se mantuvo a la expectativa a muy pocas cuadras del lugar en que Betancur conversó por más de una hora con el entonces coronel Manuel Antonio Noriega, jefe de los servicios de seguridad de la Guardia Nacional de Panamá, y su comandante actual. Betancur y Noriega trataron entre otras muchas cosas sobre la s actividades del M-19 en Panamá, pero en ningún momento se planteó la posibilidad de una entrevista con Bateman Desilusionado una vez más, éste le escribió al presidente una carta en la cual insistía en la urgencia de una tregua para entablar un diálogo de paz. La carta fue entregada al presidente de Panamá, Ricardo de la Espriella, quien se la leyó por teléfono a Betancur el 21 de abril, cuando Bateman estaba en Santa Marta. Tal vez éste pensó que el envío de un emisario presidencial a Panamá fuera el resultado de esa carta, y por eso resolvió viajar a Panamá con tanta urgencia. Sin embargo, ninguna fuente colombiana ha podido confirmar que en realidad existiera la disposición presidencial de mandar un emisario a Panamá por aquellos días. Lo único que ocurrió fue una diligencia de sondeo que hizo el presidente de la Comisión de Paz, Otto Morales Benítez, --poco antes de su renuncia-- pero era una tentativa tan vaga que el presidente Betancur n o estaba enterado de ella ni merecía un viaje tan apresurado de Bateman a Panamá Piloto de confianza Durante su semana en Santa Marta, Bateman se vio varias veces con un viejo amigo: el político conservador Antonio Escobar Bravo a quien había conocido muy joven, y con quien había vuelto a hacer contacto a través de Toledo Plata, cuando ambos eran representantes a la Cámara. Muy pocos sabían entonces que Escobar era un piloto con la experiencia necesaria para andar por cualquier parte del país en su avioneta monomotor. Había hecho su curso completo en el Aeroclub del Atlántico, en Barranquilla, donde había obtenido la licencia de piloto privado número 767 por resolución número 3550 de la Dirección Aeronáutica Civil en 1976. Esa licencia le permitía pilotear una nave con un peso máximo de 5.670 kilos, y su avioneta sólo pesaba 1.156. De acuerdo con su hoja de vida, su conducta como aprendiz había sido buena, su aptitud también buena, y adem&a acute;s entusiasta y constante. Su chequeo de vuelo el 15 de febrero de 1983 --dos meses antes del accidente-- había sido satisfactorio, y su examen médico fue calificado como perfecto para volar. Sin embargo, en términos profesionales estrictos, no podía considerarse un piloto experto, pues esta calificación requiere entre 3 mil y 4 mil horas de vuelo, y Escobar sólo tenía 800, incluidas las de la escuela Su avioneta estaba bien equipada con un sistema doble de radio VHF, un sistema doble de navegación VOR que permite determinar desde tierra la posición de la nave, un sistema de radioayuda (ADF) y un sistema ILS para aterrizar por instrumentos. Sin embargo, por su nivel de experiencia, Escobar no estaba autorizado para servirse de este último sistema. La única falla grande de ese equipo era la falta de un radar, que hubiera sido lo más útil de todo en la emergencia de Panamá Pero muy pocas avionetas como la de Escobar lo tienen instalado de origen, y su instalación posterior es de un costo muy elevado. En todo caso, Bateman le tenía confianza. De modo que cuando se planteó en Santa Marta la urgencia de viajar a Panamá lo llamó a la playa donde vivía, y se pusieron de acuerdo para irse al día siguiente La diez personas que esperaban la avioneta en el aeropuerto fuera de servicio cerca de Ciénaga, eran las siguientes: Bateman, Toledo Plata, Nelly Vivas, Conrado Marín, dos miembros de la dirección nacional y cuatro miembros de la seguridad del movimiento. Llegaron en varios automóviles antes del amanecer, y esperaron la avioneta en un rincón discreto. Aterrizó a las 7:52, que era más o menos la hora prevista. Los tres que la abordaron de inmediato eran Jaime Bateman, Nelly Vivas y Conrado Marín, que iban hacia el frente del Caquetá por la vía de Panamá. Nelly Vivas era una bióloga caleña, especializada en París durante ocho años, y profesora en el colegio Santiago de Cali. Había ingresado al M-19 unos 6 años antes, formaba parte en la actualidad del comando superior, y había sido la encargada de hacer los primeros contactos con el ex presidente Carlos Lle ras Restrepo, cuando éste dirigía la Comisión de Paz bajo el gobierno de Turbay Ayala. Conrado Marín era un campesino de Florencia que había ganado el grado de mayor en las guerrillas del Caquetá. Fue uno de los primeros que se acogieron a la ley de amnistía del presidente Betancur, pero cuatro compañeros suyos amnistiados junto con él fueron asesinados por desconocidos en el curso de pocos meses en las calles de Florencia Temiendo correr igual suerte, Marín se reincorporó al movimiento después de entrevistarse con Bateman en Santa Marta. Fayad no estaba en el aeropuerto porque había viajado a Bogotá por carretera la noche anterior Entre el aterrizaje y el decolaje de la avioneta no debían transcurrir tres minutos, pero hubo un retraso imprevisto, cuando Bateman apareció en la puerta y pidió una cajetilla de cigarrillos a los compañeros que se quedaban. Estaba satisfaciendo sin duda un deseo de última hora de alguno de los pasajeros, o tal vez del piloto, porque él había dejado de fumar desde hacía 8 años. Fue una demora suplementaria de 4 minutos Bateman ocupó el asiento en que viajaba siempre: el del copiloto. Había viajado tanto allí, que estaba seguro de poder improvisar un aterrizaje de emergencia, sólo por lo que había visto en tantas horas de vuelo. Viajaba tranquilo, con su buen humor de siempre, pero había declarado alguna vez que era capaz de todo en la vida menos de lanzarse en paracaídas. Cuando se movía en automóvil llevaba una pistola Browning metida en el cinturón debajo de la camisa, una metralleta, y por lo menos una granada al alcance de la mano. Pero antes de aquel último vuelo le había dejado la metralleta a Álvaro Fayad, y llevaba sólo la pistola y dos granadas Su único equipaje era un maletín de mano con una muda de ropa, dos mil dólares en efectivo, un cassette con las canciones de Celina y Reutilio, y la edición en español de "Doña Flor y sus dos maridos", del brasilero George Amado, que había querido leer después de ver la película. Llevaba un walky talky VHF con un alcance de 18 kilómetros, con el cual solía comunicarse desde el aire con algunos comandos de tierra del M-19, como pensaba hacerlo antes de aterrizar cerca de Montería para estar seguro de que no lo esperaba ninguna sorpresa en el aeropuerto secreto. Llevaba también un pasaporte colombiano con una foto auténtica pero con un nombre distinto. Pero el objeto más insólito que llevaba era un equipo emisor de señales luminosas, capaz de lanzar bengalas rojas y azules a grandes alturas. Estaba diseñado para casos de pérdidas en el mar o en la selva, y Bateman lo había comprado en su último viaje a Panamá No era extraño, pues su afición por los juguetes electrónicos fue siempre objeto de burlas cordiales de sus compañeros, pero sus amigos caribes lo habrían interpretado sin duda como un acto premonitorio. Más tarde, durante las búsquedas inútiles en la selva, la certidumbre de que Bateman llevaba aquella máquina de salvación fue una de las esperanzas más firmes de las comisiones de rescate. Pero cuando la avioneta partió del viejo aeropuerto de Ciénaga nadie debió pensar en eso. El cielo era diáfano y sin una sola nube, como para un viaje feliz. Sin embargo, a esa hora exacta, el satélite meteorológico de los Estados Unidos estaba fotografiando la vasta extensión desde Urabá hasta Nicaragua, que empezaba a cubrirse de espesas nubes e malos presagios Otro tipo de contrabando Álvaro Fayad llegó a Bogotá esa misma tarde, después de una larga noche de carretera, y pensó que a esa hora Bateman debía estar tranquilo en Panamá. Se alegró de que no lo hubiera acompañado en el largo viaje por tierra, como estaba previsto, porque su automóvil había sido detenido seis veces por patrullas del ejército, de la policía de aduanas y del control de tráfico de drogas. En todos los casos, los ocupantes habían tenido que identificarse, por lo menos en tres les iluminaron las caras para compararlas con los retratos de las cédulas de identidad, y los sometieron a rápidos cacheos. Tal vez Bateman no hubiera podido pasar por tantos filtros, no sólo por su estatura inconfundible y porque ya había sido visto muchas veces en la televisión, sino porque tenía una seña de identidad más reveladora que las mismas huellas digitales: su pierna derecha En efecto, a los 9 años de edad, Bateman fue atropellado por un camión cuando jugaba fútbol con una bola de trapo en una calle de Santa Marta. La pierna le fue enyesada sobre la herida y con el hueso astillado, y aquella chapucería le causó una gangrena cuyos estragos no sanaron jamás. Fueron inútiles incontables tratamientos y varios injertos de hueso. Su tibia sin carne estaba apenas cubierta por una piel tensa y apergaminada que volvía a ulcerarse al menor tropiezo. Las largas marchas en la selva eran un martirio perpetuo, y en muchas ocasiones tuvo que retirarse de la lucha para someterse a nuevos tratamientos. Era una marca imborrable que todos los servicios secretos conocían, y siempre que encontraban a alguien que pudiera ser Bateman le levantaban la bota del pantalón para ver el estado de su pierna. En la única ocasión en que era él en realidad, tuvo la suerte inconcebible de que e l soldado le levantó la bota de la pierna sana, y lo dejó seguir Fayad durmió aquella noche sin recibir ninguna noticia de Bateman. Al día siguiente muy temprano, dos miembros del equipo de comunicación de Bogotá le avisaron que la avioneta de Escobar no había llegado a su destino, pero él pensó que tal vez había aplazado el vuelo. Sin embargo, poco después le confirmaron que en efecto la avioneta había salido de Santa Marta a la hora prevista, pero no había hecho la escala en Montería ni había llegado a Panamá. Entonces llamó a Toledo Plata, que aún estaba en Santa Marta, y éste le confirmó la verdad: la avioneta había sido declarada en emergencia el día anterior a las 12.28 por la Aeronáutica Civil de Panamá, y la búsqueda aérea había empezado de inmediato. Hasta el momento, 24 horas después, no se había encontrado el menor rastro. Fayad sólo dijo una palabra cuando colgó el teléfono: "¡Mierda!". Días después, hablando con unos amigos, resumió el impacto de aquel día con una frase: "Se me apagó la luz” El 30 de abril, "El Tiempo" publicó en su página 9 una foto de Escobar, con la noticia de que se había perdido en su avioneta sobre territorio panameño. No eran más de 20 personas que sabían, al leer aquella noticia, que detrás de ella había otra mucho más espectacular. Lo sabían, por supuesto, Fayad y Toledo Plata, los miembros de la seguridad que estaban en el aeropuerto de Santa Marta, y los dos miembros del equipo de comunicaciones que habían manejado la noticia en Bogotá. Lo sabían además otros seis miembros del equipo de seguridad, los dos miembros de la dirección nacional que seguían con Toledo Plata, el representante del M-19 en Panamá y el encargado de la seguridad de Bateman en ese país que se habían quedado esperando en el aeropuerto, y por último los seis que se quedaron esperando en Montería. Aunque Santa Marta es una ciudad donde resulta casi imposible guardar un secreto tan grande, lo cierto es que éste logro controlarse durante 22 días, hasta que el jefe de redacción de "El Universal" de Cartagena, Ángel Romero, lo descubrió por una casualidad que parece inverosímil. Poco antes, sin embargo, la base Howard del Canal de Panamá --a la que la Aeronáutica Civil de Colombia había pedido ayuda para buscar la avioneta de Escobar-- contestó con un cable que hace pensar sin ninguna duda que allí sabían quiénes iban en ese vuelo. "Esa nave no llevaba droga --decía el cable--sino otro tipo de contrabando" Los minutos que faltan Lo que ocurrió en realidad desde que la avioneta salió del aeropuerto de Ciénaga, sólo ha sido posible vislumbrarlo por la grabación de los distintos contactos que hizo Escobar con el control aéreo de Panamá. Gracias a la Dirección de Aeronáutica Civil de Colombia, y de sus técnicos mejor calificados, que nos ayudaron a descifrarla, se puede decir que el primer contacto fue hecho a las 9:52. Después de identificarse, le preguntaron a qué hora había salido de Santa Marta, y Escobar contestó que a las 7:51. El dato era falso: en realidad había salido 6 minutos antes, pero el piloto acumuló los seis que había necesitado para recoger a sus pasajeros en el aeropuerto secreto, de modo que no quedara ninguna pista de ese aterrizaje clandestino. Fue su único dato falso. Nunca dijo que viajaba solo --como se publicaría más tarde--, aunque es probable que lo hubiera dicho si se lo hubieran preguntado, para no entrar en contradicción con su plan de vuelo de Santa Marta. En cuanto a la escala en Montería, no se sabrá nunca por qué no la hizo ni cómo la habría justificado si la hubiera hecho, pero la foto del satélite demuestra que las condiciones del tiempo no eran propicias para un aterrizaje visual En su primer contacto informó que estaba ascendiendo de 6 mil pies --que era la altura autorizada sobre el mar- para alcanzar la de 9 mil pies. La maniobra era normal, porque en frente debía estar viendo la serranía de El Darién, que es la más alta de Panamá El rumbo que llevaba era correcto para llegar al aeropuerto de Paitilla. A las 9.57, volando ya a 9 mil pies, volvió a hacer contacto para decir que tenía mal tiempo en frente. El controlador de vuelo le sugirió que subiera a 10.500 pies, donde el tiempo era mejor, y que se mantuviera allí mientras consultaba con el control de radar cuál era la ruta con mejor tiempo. El controlador de radar se la comunicó a través del controlador de radio. El problema en ese momento era que la avioneta de Escobar no podía ser identificada en el radar, porque no disponía del equipo adecuado para darse a conocer. En cambio, era posible localizarla en el DF (Direction Finder), mediante una señal de radio emitida desde la avioneta Escobar hizo un nuevo contacto a las 10.04 para informar que volaba a 10.500 pies de altura, y que tenía mal tiempo adelante, pero que veía algunos huecos en las nubes por donde podía pasar. Su voz era tranquila, y sus cálculos y decisiones eran las de un buen navegante. Entonces el control de radio le pidió que oprimiera el botón de radio para localizarlo en el DF, y Escobar lo hizo por un instante, antes de que su señal se interrumpiera para siempre. En ese momento se encontraba a 55 millas al noroeste del cerro de Ancón, que está en el límite de la ciudad de Panamá con la zona del Canal. Esto quiere decir que aún tenía combustible para volar 2 horas y 40 minutos más, pero aún estaba sobre el Atlántico y a 30 millas de distancia de la serranía del Darién. Si el percance ocurrió en el momento en que se interrumpió la señal de radio, no hay ninguna duda de que cayó en el mar Pero no hay ninguna prueba de esto. Pudo haber volado todavía todo el trayecto marino sin hacer un nuevo contacto radial --que tal vez ya no fuera necesario-- y encontrarse con el mal tiempo insalvable cuando ya volaba sobre la serranía del Darién. Entonces no es probable que hubiera podido intentar un nuevo contacto, pues cuando una nave como esa penetra en una mala turbulencia es como si atravesara una batidora inmensa: el piloto más experto tiene que concentrar sus cinco sentidos en mantener a toda costa la estabilidad del avión, y no tiene ni manos ni alma para ocuparse del radio. Una sacudida demasiado violenta puede arrancarle un ala de cuajo. Pero si penetra por error en un cumulo nimbus, se destroza en pedazos, y sus escombros pueden dispersarse a muchas millas a la redonda Palmo a palmo La Aeronáutica Civil de Panamá hizo la exploración aérea de rutina durante 8 días. La familia de Escobar, con toda clase de colaboraciones oficiales y privadas, insistió varias semanas más. Las patrullas del M-19 cuadricularon un inmenso territorio de casi 50 mil kilómetros cuadrados durante 70 días. Exploraron palmo a palmo el universo deshabitado de la selva de Urabá, desde Montería hasta el Tapón del Darién, por el lado de Colombia. Y del otro lado, desde la frontera con el Chocó hasta la misma capital de Panamá. Sólo en esta última zona --según dato de las comisiones de rescate-- han caído entre 20 y 30 aviones desde la Segunda Guerra Mundial, de los cuales se han encontrado cuatro Una de las patmllas que buscaban la avioneta de Escobar encontró los escombros de un avión desaparecido en 1963, y estaban enredados entre la maleza, a sólo 20 metros de un camino muy transitado. Otras encontraron equipos de comunicaciones de la defensa de los Estados Unidos, perdidos desde quién sabe cuánto tiempo. Es un reino sin límites de frondas y pantanos donde apenas si penetran unas gotas de sol, y que se cierran de inmediato tan pronto como alguna nave cae en el fondo de sus entrañas La única manera de orientarse, cuando no se tiene una brújula, es observar la dirección de las hojas, que se inclinan siempre hacia el oriente. No es probable que Escobar hubiera podido salir solo, pero Bateman y Marín sabían cómo hacerlo. Este último era campesino del Caquetá y lo sabía desde la infancia. Bateman lo había aprendido, y había demostrado saberlo cuando se perdió con seis de sus hombres en la selva del Caquetá, el año pasado. Lo curioso es que el M-19 no supo en aquella ocasión que estaba perdido, hasta que no aparecieron todos sanos y salvos al cabo de un mes y medio En los métodos de orientación hay discrepancias entre los guerrilleros urbanos y los campesinos. Aquellos se sienten perdidos si no tiene una brújula. Los campesinos, en cambio, se orientan más por el instinto, y creen que las brújulas pueden ser alteradas por distintos fenómenos. Los cálculos que hizo el M-19 desde el principio indicaban que si Bateman o Marín estaban sanos después del accidente, podían salir por sus propios medios al cabo de 15 días, que es el tiempo en que podían cruzar completa la selva de Panamá. Si quedaban vivos, pero heridos como para no poder moverse, hubieran podido hacer campamento y esperar hasta un mes y medio. Después de ese tiempo, aun un hombre con la fuerza física y psicológica de Bateman no hubiera podido sobrevivir La circunstancia de que Escobar fuera un político conocido facilitó al M-19 la consecución de medios para la búsqueda. Trazaron dos planes: uno para la exploración aérea, y otro para la terrestre. Para la primera alquilaron, a precios desorbitados helicópteros y aviones particulares que sobrevolaron las selvas durante 25 días continuos. Un piloto colombiano que participó en aquella empresa descomunal ha dicho que habría sido imposible practicar una exploración más técnica y meticulosa en condiciones tan adversas. Para la búsqueda por tierra, que se inició a los 10 días del accidente, se organizaron cuadrillas de 15 hombres al mando de un jefe. Sólo éste sabía a quién buscaban, no sólo para impedir una posible desmoralización, sino para mantener al máximo la reserva de la noticia. Fue una búsqueda clandestina, con sistemas guerrilleros, que consisten en dejar señales que sólo ellos saben interpretar, y en golpear las raíces de los árboles más altos. Este es un sistema de comunicación más eficaz que un tiro al aire, o que las bengalas azules y rojas del equipo de Bateman, que no se vieron nunca. A distancias determinadas dejaban signos convencionales para que los perdidos conocieran su rumbo, dejaban campamentos con equipos de comunicación, leña seca, comida para los tres primeros días, y botiquines de primeros auxilios. Al cabo del primer mes, la búsqueda continuaba con la misma pasión que el primer día Los brujos Por esa época --el 20 de mayo-- el jefe de redacción de "El Universal" de Cartagena, Ángel Romero, descolgó el teléfono de su jaula de vidrio para hacer una llamada de rutina a las 7 de la noche, y su línea se cruzó con la conversación de una mujer y un hombre. Hablaban sin reservas de la angustia que sentían por la desaparición de Bateman, que según ellos había sido víctima de un accidente de una avioneta en Panamá. Romero voló a Bogotá al día siguiente y trató de establecer algún contacto con el M-19, pero no logró la información. Sin embargo, una fuente militar le conto que, en efecto, Bateman estaba desaparecido, pero que la historia de la avioneta era una simple cortina de humo del M-19 para ocultar la verdad. Al parecer, el servicio de inteligencia de las Fuerzas Armadas estaba convencido en ese tiempo de que Bateman h abía muerto en el asalto a la población del Pajuil (Caquetá), el 9 de mayo, y que el movimiento había inventado la patraña de la avioneta para no admitir su pérdida en combate. Tal vez esta sea la razón por la cual, aún hoy, las Fuerzas Armadas siguen observando en este caso una discreción que se parece mucho a la incredulidad Sin embargo, con un criterio certero, Ángel Romero prefirió la hipótesis de la casualidad telefónica, y dio por primera vez la noticia de la muerte de Bateman en la primera página de su periódico el 30 de mayo. A pesar de la indiferencia con que fue recibida por los otros medios del país --sobre todo por los más grandes-- aquella información fue sin duda la primicia más importante y bien concebida en lo que va del año. Nadie la creyó. Sin embargo, los mismos periódicos que la rechazaron como una simple especulación, cayeron meses después en la trampa de una noticia sin origen, según la cual Bateman se había fugado del país con los fondos de su movimiento Mucho tiempo después de que la noticia era ya de dominio público, en el interior del M-19 continuaba la discrepancia de cómo emitir la confirmación oficial. Los partidarios de salir al paso de las especulaciones inevitables opinaban que debía darse después de la primera semana de búsqueda infructuosa. Sin embargo prevaleció el criterio de continuarla dentro del secreto más estricto, entre otras cosas para impedir que detrás de las patrullas de exploración aparecieran en la selva las patrullas del ejército. De modo que la búsqueda continuó, aún más allá de toda esperanza, y cuando ya empezaba a invadir las arenas movedizas de la magia En efecto, las últimas ilusiones se fundaron en la visiones de dos brujos. El primero fue uno de Panamá, a cuya revelación espontánea nadie le dio ningún crédito. Pero cuando otro brujo de Colombia que no tenía ningún contacto con el primero reveló haber tenido una visión idéntica, el racionalismo de los revolucionarios, aún el de los más duros, sufrió el estremecimiento de la duda. Las dos visiones decían que tres personas estaban en el corazón de la selva. Dos eran muy débiles y la otra era muy fuerte, pero ésta no se atrevía a caminar por el temor de ser descubierta. Aquella coincidencia inexplicable por medio de la razón occidental hizo reverdecer las esperanzas en los corazones menos crédulos, y la búsqueda continuó, sin pausas ni fatiga, hasta que aun los más temerarios tuvieron que mirar de frente a la real idad. Sólo entonces, nueve semanas después del accidente, tomaron la determinación unánime de hacer el anuncio oficial de la muerte de Bateman. Lo único que faltaba era la opinión de su sucesor, Iván Marino Ospina, que fue uno de los últimos en conocer la noticia en el corazón de la selva del Caquetá. Esa opinión llegó en el último instante, en un papel escrito de su puño y letra y macerado por el sudor, que alguien llevó hasta Bogotá escondido dentro del zapato. Marino Ospina aprobaba la divulgación de la noticia, y mandaba su primera orden: "Insistan en el diálogo"
@PostaPortenia
postaporteñ@ 1151 - 2014-04-18 |
LOS CHARRÚAS, BRACCO Y SANGUINETTI
Leer sin
prejuicios es honestidad intelectual
¿DEFIENDE BRACCO A FRUCTUOSO RIVERA?
. El libro dedica un capítulo (Páginas 150 a 175) a la matanza de SALSIPUEDES ocurrida el 1 de abril de 1831, en la que sobresale la actuación del entonces Presidente de la República, Fructuoso Rivera. El autor prefiere no verter muchas opiniones propias y más bien se limita a reproducir documentos citando diversas fuentes, aportando elementos, seguramente con la intención de que el lector extraiga sus propias conclusiones. Transcribo a continuación algunos de los breves conceptos de Bracco, cuando en la página 170, hace un pequeño resumen de la interpretación de los hechos de SALSIPUEDES, que surge al comparar documentos: “Mucho de lo que sucedió permanece en el misterio. Parte considerable de la explicación parece estar en la afirmación de Fructuoso Rivera: “Si se logra hacerlos pasar el Queguay ya no sería difícil el sujetarlos del modo que uno quiera”. Ello efectivamente ocurrió y de ese modo los Charrúas habrían caído en una trampa de muchas decenas de kilómetros cuadrados. En los bordes de esa trampa debió haber tropas escondidas con la bastante antelación como para ser imperceptibles a los “cautos Charrúas”. Así tras el o los ataques, no les sirvió a “los infieles” dispersarse ya que en todas direcciones hacia las que podían evadirse había fuerzas que los superaban en número, armamento y –era fundamental- debían disponer de caballos frescos. Tampoco pudieron – y probablemente fue el golpe que term inó de destruirlos como “nación”- resguardar a sus mujeres y niños.” ¿Se describe aquí un combate regular entre dos bandos beligerantes o se trata de una operación homicida en la que los embaucadores se aseguraron de que sus víctimas no tuvieran la posibilidad de defenderse, entrando mediante engaño a un encierro preparado para masacrarlos? Abundan en el libro pruebas que incriminan a Rivera no como simple ejecutor de un plan concebido por terceros, sino como director del operativo. Lo que es peor, lo muestran reconociendo el vil engaño que le hace a los Charrúas traicionando la confianza que éstos depositan en su palabra. En la página 161 se cita una carta dirigida a Eugenio Garzón fechada en Daymán el 1 de febrero de 1831 en la que Fructuoso Rivera expresa: “Ya no nos queda otra cosa que hacer que dar el paso sobre los salvajes. Este, creo, es más fácil, pues ya tengo tomadas algunas medidas, y las que tomaré… Los salvajes están como avispados; han sido avisados de que el Gobierno los mandaba destruir. Yo los he persuadido de lo contrario, y han quedado algo satisfechos, y a su tiempo, tendrán su merecido”
UNA MATANZA QUE NO FUE EXTERMINIO
“Es posible que la atención prestada a los trágicos sucesos de SALSIPUEDES hayan restado luz a otros aspectos relacionados con el fin de la naciones indígenas. Cabe esperar, por ejemplo, que exista documentación referida al destino de esa toldería situada en territorio uruguayo tan tarde como en el año 1835. Quizá se encuentre documentación referida a la participación de los “infieles” en las guerras que sacudieron la República Oriental del Uruguay y a Río Grande del Sur en las décadas de 1830 y 1840. Por último, cabe aguardar que nuevos estudios arrojen más luz sobre el proceso de asimilación sufrido por mujeres y niños separados de unos ”infieles” que habían perdido toda capacidad de mantenerlos a resguardo” Estas expectativas de Bracco contrastan la postura de Sanguinetti, quien pinta los hechos de SALSIPUEDES como un combate del ejército oriental contra un bando adversario, y se refiere al ultraje de mujeres Charrúas como un proceso natural de mestizaje. Dice el ex Presidente sobre “la tan mentada batalla de SALSIPUEDES, en que el ejército de la recién nacida República Oriental del Uruguay derrota a los remanentes de la ya muy reducida tribu charrúa”: “… los adversarios de Rivera hicieron de este capítulo una leyenda difamatoria en su contra, ignorando, como se señala, el apoyo político general y el reclamo de la población criolla que existía con respecto a esa tribu. En los últimos años, el “charruismo ambiente” ha amplificado hasta el delirio este cuestionamiento, que incluso hace de la sorpresa un capítulo ominoso revestido de traici&o acute;n cuando este modo de actuar fue común a ambos bandos, desde siempre, como pasa por otra parte en todo conflicto armado” Nótese que Sanguinetti considera que lo ocurrido en Salsipuedes fue un acto de estrategia militar empleando el factor “sorpresa”, convencionalmente aceptado como válido. No es eso lo que dice el libro de Bracco, que claramente presenta pruebas de la manera artera y cobarde en que fueron engañados los Charrúas, víctimas de una “trampa” mortal, por parte de quienes traicionaron su confianza. Como le gritó a Rivera el cacique Vaimaca en medio de aquella masacre, “matar amigos”, no es usar el factor sorpresa, es actuar con vergonzosa deslealtad. Dice también Sanguinetti en su artículo sobre el nuevo libro de Bracco, al referirse a la descendencia indígena a menudo obligada a vestir uniformes militares: “El propio ejército nacional se configura con un enorme aporte indígena, que pasa a ser parte del mestizaje que muestra la sociedad rioplatense, predominantemente europea sin duda, pero no ajena a la deseable mezcla de razas que también se dio”. ¿Se puede calificar como “deseable mezcla de razas” lo que ocurrió tras la captura y esclavización de mujeres Charrúas por parte de sus perseguidores? No es eso lo que surge de una lectura objetiva del libro “Con las armas en la mano” Personalmente, después de leer su libro, estimo que Diego Bracco propone la reivindicación de la ascendencia Guenoa (o Minuana), como si se tratara de una nación no perteneciente a la misma macroetnia a la que pertenecen los Charrúas, cosa que no concuerda con lo que afirman otros autores. Esta divergencia no debe extrañarnos, pues es frecuente entre investigadores en general, y cuando se trata de los albores de la historia nacional, en particular. Me hubiera gustado leer un texto más crítico respecto a los injustificables abusos sufridos por la nación Charrúa, pero puedo comprender que el autor no juzga los hechos, solo trata de reconstruirlos con el mayor rigor científico posible, mediante la comparación cuidadosa de abundante documentación. Bracco no se propone en éste libro condenar, ni mucho menos, absolver a Rivera. Quiere aportar elementos para enriquecer la discusión revisionista, y creo que lo logra Después de leerlo, estoy más seguro de que la población uruguaya debe prestarle más atención a sus orígenes étnicos y desterrar definitivamente la leyenda de que nuestros antepasados bajaron todos de los barcos en el puerto de Montevideo, por lo que seríamos una nación de inmigrantes. El libro de Bracco – aunque no sea ese su principal propósito- aporta más pruebas de la innegable raíz Charrúa que tiene la población uruguaya, y con la que podemos reconectarnos. Lo de Sanguinetti, si bien no me sorprende, no deja de indignarme. Aníbal Terán Castromán (Integrante del Grupo Olimar Pirí)
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lunes, 21 de abril de 2014
1151* Hoy Te Quiero Tristeza, Aunque No Me Entiendas
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