viernes, 17 de marzo de 2017

1740* La lucha entre derechas e izquierdas: De la Operación Cóndor a la Operación Lava Jato

Número 1740  | 15MAR2017 | Año 12



De la Operación Cóndor a la Operación Lava Jato:


El final de la lucha entre izquierdas y derechas y 

la necesidadde la Voz Autónoma 

del tercero excluido


José Ángel Quintero Weir -  RUPTURA.INFO 7/3/17




 sólo cuando nuestro corazón habla el cuerpo se estremece
El que sueña, en La última leyenda
.


Dedicado con el más profundo respeto a Boaventura de Sousa Santos



I.-  Contextualización


Lo primero que debemos decir es que el presente texto resulta de la necesidad imperante de hablar, de no poder seguir guardando silencio, pues, ciertamente, ante la confusión de nuestra realidad venezolana en la que, evidentes delincuentes con prontuario criminal pueden ser limpiados de sus crímenes por la voluntad del primer mandatario nacional y convertirlos en proveedores de Justicia Suprema, no sería “tan grave” o, por lo menos, sería comprensible en el contexto de la búsqueda de permanencia en el poder, sino que se hace grave cuando, académicos e intelectuales asumidos como lo más preclaro del pensamiento crítico, humanista y de izquierda, lo justifican, precisamente, a partir del hecho de que tales criminales están al servicio de la permanencia en el poder de quien verbalmente se asume como gobierno de izquierda o revolucionario.

Así, hace tiempo que habíamos decidido no opinar más, sobre todo, porque internacionalmente comenzamos a sentir la presión del silencio y, en términos de la “lucha Libre”, “la puesta de espaldas” que amigos comenzaban a ejercer sobre nosotros, no sólo poniendo en duda nuestras apreciaciones, sino solicitando la cancelación de invitaciones que, para ellos, algunos “desprevenidos”, aún se atrevían a hacernos. 

Por decir un ejemplo, la penúltima vez que estuve en México fui invitado por algunos profesores de la Facultad de Economía de la UNAM, quienes, llegaron a definirse en algún momento como “zapatistas-pejistas”. Por supuesto, tal bodrio ideológico resultaba inaceptable para los zapatistas, sobre todo, cuando era el PRD (del Peje-López Obrador) en Chiapas, y en los territorios zapatistas quienes planificaban, dirigían y ejecutaban los más terribles planes de división, confrontación y paramilitarismo en contra de las comunidades zapatistas y del EZLN. Ni hablar de Oaxaca.


En todo caso, los mencionados profesores, ya cuando me disponía a regresar a Venezuela me invitaron a un supuesto encuentro con estudiantes de la Facultad de Economía; en verdad, se trataba de dos de sus tesistas cuyos trabajos versaban acerca de Venezuela y, por supuesto, la “revolución bolivariana” “anti-imperialista”, y todos los etcéteras que el lector quiera sumar.
La invitación fue más bien una especie de celada en la que, estos sabios de la economía “socialista” querían confrontar y desencarnar a este “derechista”, “anti-bolivariano” y “anti-chavista” que andaba peregrinando sus ideas “contra-revolucionarias” por América Latina, y, por supuesto, ellos, “zapatistas-pejistas”, no sólo estaban destinados a confrontarlo sino a liquidarlo con el poder de la ciencia económica y académica, nada menos con dos de sus más preparados pupilos tesistas quienes, además, acababan de regresar de una estancia de “investigación” en Caracas.


La cosa es que casi un año después fui invitado por estudiantes del posgrado de Estudios Latinoamericanos de la UNAM a un Congreso sobre Pedagogía Crítica a realizarse en la Facultad de Ciencias Políticas. Debo decir, que fue la UNAM quien me envió los boletos aéreos; sin embargo, a la hora del evento, esos estudiantes que se atrevieron a invitarme realmente no encontraban su propio rostro, pues, algo pasaba. 

El hecho es que me habían pagado un boleto altamente costoso, que representaba por lo menos casi seis meses mi sueldo como Profesor Titular de la Universidad del Zulia en Venezuela, para que yo dijera, en 10 minutos lo que ha representado una lucha de cerca de 20 años por nuestra Educación Autónoma en las comunidades indígenas de Venezuela.


Ningún profesor del mencionado posgrado se acercó, no a escucharme a mí, sino a sus propios alumnos; en fin, sentí el más profundo desprecio de quienes, luego, en medio del debate, pusieron de manifiesto su verdadero pensar: representábamos una visión profundamente crítica de eso que se ha pretendido exponer como la visión de un gobierno “revolucionario”, “anti-imperialista” y de “izquierda”, atacado por la derecha y por los “traidores” (como yo) venidos de la izquierda.


Antes de terminar esta contextualización absolutamente necesaria, no puedo dejar de mencionar como recuerdo en nuestro accionar político en Venezuela, que a finales de los 60 y comienzos de los 70, nuestra labor como militantes de las FALN, era visitar legalmente, a los presos políticos en la Cárcel Nacional de Maracaibo. 

En verdad, las FALN sólo tenían allí a un preso (Felipe Rojas), quien purgaba una condena de 15 años por rebelión militar, los demás presos pertenecían a otras organizaciones políticas como la OR (Organización de Revolucionarios), entre los que se encontraba Jorge Rodríguez, padre del hoy Alcalde del Municipio Libertador en Caracas y dirigente máximo del Partido de Gobierno, quien, para ese tiempo debía ser un niño que, años después, perdió a su padre al ser asesinado por la policía política en la tortura luego de haber sido entregado por quien, posteriormente, Chávez nombró Vice-Ministro de Cultura de la “Revolución Bolivariana”


En fin, y para no hacer más largo esta contextualización; de lo que queremos hablar es acerca de la debacle conceptual, política e ideológica de eso que, hasta ahora, conocemos como “pensamiento crítico”, “humanístico de izquierda”, sobre todo, cuando le metemos la lupa en las circunstancias políticas actuales. Por sólo mencionarles un último ejemplo, hasta el momento en que esto escribo (enero 19 de 2017; 4:43 pm), han sido reportados 90 niños wayuu muertos por desnutrición en La Guajira colombiana; sabemos de otros tantos en el costado venezolano, pero nos es imposible ofrecer cifras, pues, para la “revolución bolivariana” es “contra-revolucionario” que los médicos ofrezcan cifras de todos los niños que mueren de inanición, o de las madres wayuu que mueren en los partos.


En todo caso, las cadenas de televisión colombianas (RCN; El Tiempo, entre otras), mediante hermosas mujeres vestidas como para ir de bodas, reportan, como si cualquier cosa, que otro niño wayuu ha muerto por hambre, y, de inmediato, pasa a las noticias del espectáculo, no sin antes anunciar que los acuerdos de paz con las FARC van viento en popa, que los guerrilleros de este grupo están recibiendo, como fue el compromiso, unos 600 dólares diarios, algo así como mi sueldo de dos años y medio, pues, actualmente, el mismo es de 20 dólares mensuales. Esto lo digo porque, en efecto, yo tengo ese sueldo miserable, pero lo tengo, ahora imagínense a las familias wayuu, perseguidas por el gobierno colombiano, venezolano y las guerrillas (FARC y ELN); definitivamente, están muriendo de mengua en medio de la celebración de la izquierda y la derecha por los acuerdos de Paz (que más bien deben ser denominados como de Requien in Pax de los wayuu).


Finalmente, queremos dejar claro que el presente texto (que esperamos sea nuestra última palabra acerca de este asunto), no busca tocarles la llaga a los de la “izquierda” (aunque ciertamente será casi imposible no hacerlo), porque nos hayamos pasado a la derecha, tal sería una haragana interpretación no necesariamente atribuible a la muchedumbre, a “las masas”, ni siquiera a los gobernantes de izquierda o derecha quienes suelen utilizarla para descalificar su planteamiento; sino que quienes más la usan son, precisamente, intelectuales muy bien y académicamente formados en el “saber de la ciencia social, filosófica y política”, tipos y tipas que pueden recitar textos completos de Kant a Marx y escribir largos tratados de filosofía de Liberación sin la liberación de los pueblos; en fin, si dependiéramos de estos sujetos, definitivamente, hasta los zapatistas estuvieran jodidos, mucho más nosotros los indios venezolanos que, no hemos logrado (aunque en esas andamos), levantarnos como los zapatistas y decir, ¡Por el amor de Dios, ya basta!


Así, pues, ya deben saber por dónde va la vaina con este escrito, porque lo cierto es que no va ni por la derecha, pero tampoco por la izquierda, sino por la necesidad de hacer visible la voz de esos terceros excluidos de cualquier idea de liberación como si no existieran, o como si toda liberación fuera exclusiva y sólo posible de ser prodigada desde la misma colonialidad del poder y del saber, sea esta de derecha o de izquierda; de tal manera que la voz no escuchada hasta ahora y de la que los zapatistas son nuestros más evidentes voceros (que no Evo Morales y, mucho menos, el MAS de su Vicepresidente por mucho que citen a Marx o a Lenin), en tanto que, hablan desde el corazón de un pensar otro mundo realmente posible en donde, hasta ellos, los traidores, puede que quepan (si en verdad recuperan su condición humana)


Vale decir, cuando la derecha y la izquierda nos pretenden ofrecer este momento como una nueva confrontación de estos dos supuestos exclusivos mundos, nosotros, indios, sabemos que ellos hablan de cómo zanjar sus diferencias de poder a partir de nuestra definitiva liquidación como pueblos y, sobre todo, como posible voz que los demás pobres no indios puedan aferrarse y proponerse a seguir en función de la construcción de una muy otra sociedad.
Advertimos, finalmente, que muy probablemente no llegue a usar lo que la academia tiene como muy metodológicamente preciso, el llamado “aparato crítico” (nunca he entendido por qué se trata de un aparato que entiendo como mecánico), y del que tanto gustan los lectores de revistas científicas y académicas; sin embargo, desde ya, y para bajar la neurosis de cualquiera, confieso de antemano que muchas de las ideas que aquí expresaré tiene autores previos, que no me estoy fusilando a nadie sino que actuó de acuerdo a lo que políticamente nuestros pueblos consideran correcto, es decir, toda palabra que nos ayude a recuperar nuestra mano de lucha es valedera y para nada importa su nombre, pues, todo nuestro saber se ha levantado históricamente en el perfecto equilibrio entre el renombre (KEINI) adquirido por quien es capaz de crear un elemento transformador de nuestra existencia y, al mismo tiempo, por el individual apaciguamiento de su renombre (keitita) que el mismo sujeto realiza para que su creación sea en verdad palabra de todos en la comunidad. 

No me adueño, pues, de la palabra de los otros, ni siquiera de la mía que, justamente ahora y después de haberlos claramente advertido, les comenzaré a exponer como homenaje a Boaventura de Sousa Santos, aunque muy probablemente, él no la apruebe, pero sabemos que lo llevará a lo que nosotros llamamos ayunka amo e’inkarü (pensar con el corazón), y de seguro sabrá explicar desde otra perspectiva lo que es pensar (AYUNKA) desde una epistemología del sur.


Así, y sin más preámbulos, entrémosle al asunto y, lo haremos, intentando ser entendidos por mi hermano, quien nunca entiende lo que lee que yo digo en la internet. Comencemos.


II.- Donde hablamos del tácito acuerdo entre la ciencia social desde la izquierda apuntalando proyectos económicos de la derecha


Comenzaremos por lo más actual, pero para poder ir más atrás en el tiempo, pues, sólo de esa forma creemos poder explicar mejor lo que para Boaventura es la expresión de una realidad que debe ser entendida desde una “sociología de las emergencias”. 

Para nosotros, sin embargo, la lucha cotidiana de los pueblos indígenas de Venezuela y de toda Abya Yala se trata de la permanente confrontación entre la imposición (ya desde la derecha o desde la izquierda) de las “urgencias que impone su lucha por el poder”, en contra del tiempo de “la memoria de la comunidad” que, desde la conquista y colonia europea hasta nuestro presente republicanamente criollo y occidentalizado, ha sido permanentemente descalificada por la colonialidad del poder y del saber (ya de derecha o de izquierda), pues, a su parecer, el pensar y accionar indígena siempre resulta lento en su desplazamiento económico y político, parsimonioso en su organización social y, casi detenido en una especie de “tiempo azul” espiritualmente concebido, tratado y ejercido.


Así, pues, y entrando en tema, nos parece fundamental narrar un hecho recientemente ocurrido en la Facultad Experimental de Ciencias de la Universidad del Zulia, a raíz del debate provocado por el Decreto del Presidente Maduro que impone, a troche y moche, un programa de explotación minero masivo y extraordinario mediante el llamado Arco Minero del Orinoco (AMO) que, superficialmente, él y sus adláteres nos presentan como única y desesperada salida revolucionaria del Estado-gobierno bolivariano para enfrentar la urgencia de lograr sostener su poder frente al ataque imperialista de una supuesta guerra económica que busca, sobre todo, liquidar la esperanza revolucionaria que en toda Suramérica sembró el Eterno Comandante Chávez, instaurando un camino, no sólo para el continente, sino para todo el Planeta Tierra. (¡Chale!)


Así, dada la urgencia económica que los imperialistas imponen al gobierno revolucionario, la única vía de sostener económicamente la continuidad del proyecto liberador y socialista de izquierda en todo el continente y el Caribe, se debe lograr, “tácticamente” (dicen sus economistas y reconocidos intelectuales), obtener la suficiente liquidez monetaria necesaria para dar continuidad a los programas sociales instaurados por El Eterno y, para ello, el Estado-gobierno revolucionario debe usufructuar la entrega indiscriminada y vergonzante de cualquier parte del territorio nacional, sobre todo, en el contexto de nuestra evidente quiebra económica. Por ello, una antropóloga de izquierda de la muy ilustre Universidad del Zulia, al no encontrar otro argumento más convincente para un público entre desprevenido y asombrado, terminó reventando en una desesperada declaración en la que decía algo como esto (citamos de memoria): 

“si estos pueblos indígenas van a morir por la explotación del Arco Minero, por lo menos, lo harán en manos de la revolución y no de la derecha”


En cualquier otro momento, frente a una barrabasada como esta, nos hubiéramos conformado con decir: huelgan los comentarios. 

Sin embargo, las circunstancias económico-políticas y sociales actuales de Venezuela nos impide dejar dudas acerca de lo que pensamos, pues, no sólo se trata de que diariamente vemos a nuestros hermanos padecer el hambre hereje; YUKPAS desarraigados pidiendo limosnas en los semáforos de las principales avenidas de la ciudad de Maracaibo; barí que mueren de paludismo o tuberculosis, niños wayuu que mueren de desnutrición en la Guajira, y cientos de miles mujeres, ancianos y ancianas haciendo interminables filas para conseguir alimentos o medicamentos para alargar la más terrible de las existencias; sino que, además, los factores de poder (llámese “institucionalidad democrática”, partidos del poder y de la oposición; Tribunal Supremo de (In)Justicia, así como factores de poder internacional: UNASUR, CELAC; ONU, OEA, etc., se presentan quebradas en su cuerpo y espíritu, pues, quien dirige la UNASUR es un reconocido financiado por narcotraficantes y asesinos como Pablo Escobar Gaviria; la CELAC no es más que el nuevo espacio de dominio político internacional del Estado-gobierno Militar más longevo en el mundo, sólo equiparable en dominio y atrocidades a Corea del Norte (hablamos de Cuba), y la ONU y la OEA, se presentan como unas viejas e inofensivas viudas de la Guerra Fría, siempre cuidándose de no decir algo que vaya más allá de la defensa de su manutención heredada; vale decir, un Secretario General de la ONU o de la OEA, no es otra cosa que un objeto puesto y dispuesto para no decir y no hacer nada, eso sí, cobrando en dólares y con todos los gastos pagados con el hambre y la miseria de los de abajo de todo el mundo.


De tal manera, pues, la antropóloga de marras no está muy lejos del contexto del pensamiento de la llamada “comunidad internacional” a la que le vale madres si pueblos enteros son masacrados; si lenguas y culturas desaparecen; si un gobierno aquí o allá viola los derechos humanos de cientos, miles o millones de seres en cualquier parte del mundo; porque de lo que parece tratarse es de la global naturalización de tales violaciones, pues, cómo reclamarle a Cuba la violación de los derechos humanos de todos aquellos pequeños seres que, terminan por lanzarse a enfrentar un mar de tiburones en balsas de tablas o flotadores de llantas de camiones si, al mismo tiempo, la Ley Patriota enarbolada por George Bush es capaz de legalizar la tortura; si  Kin Yon Un, heredero del trono en Corea del Norte asesina y lanza a los perros a su familia por considerarlos traidores de derecha si, al mismo tiempo, cualquier turco, sirio o libanés puede ser pateado a las orillas del metro en Berlín, París o Londres.


O que, finalmente, el gobierno socialista de Michelle Bachelet le aplique a los Mapuches la Ley antiterrorista impuesta por el superderechista Augusto Pinochet para juzgarlos por defender sus territorios; o que Lula da Silva o Dilma Rousseff en Brasil persigan, apresen y juzguen indios que luchan contra la construcción de grandes represas en sus territorios; o que Evo Morales enfrente militarmente a los indios del TIPNIS opuestos a que sus territorios sean divididos por una carretera que sólo beneficia a las transnacionales y a la Odebrecht.

 En todo caso, nuestra conclusión no puede ser otra que aquella a la que muy previamente llegó el Sub-Comandante Marcos al decir que, “la izquierda (en América Latina) no es más que el otro brazo de la derecha.


En este sentido, la antropóloga a la que hacemos referencia no está fuera de contexto; sin embargo, su atrabiliaria, racista y ETNOCIDA interpretación de la realidad económica y política de Venezuela; por la que, no menos de ocho pueblos indígenas estarían siendo condenados a desaparecer de un plumazo para beneficio económico de las más oscuras mafias rusas, chinas y canadienses quienes, desde ya, ostentan concesiones que les otorgan la posesión territorial de unos 112 mil kilómetros cuadrados (algo así como del 12% del territorio nacional), a orillas del río Orinoco; ya que, a su parecer, tal entrega se justifica en la medida en que tal usufructo del territorio nacional y de nuestra soberanía se hace nada menos que en función del sostenimiento en el poder de un supuesto proyecto de revolución de izquierda con un más que supuesto papel histórico en la liberación general de América Latina.
Pero, es justo decir que la entrega del territorio nacional no es un hecho nuevo, ni se trata de algo inventado por la izquierda, hoy representada por extraños seres como Alí Rodríguez o Julio Escalona; por el contrario, lo único que podemos decir es que, estos extraños seres le enseñaron a Chávez lo que ya antes en Venezuela, el pensamiento colonial había establecido como nuestra supuesta condición natural de ser un territorio susceptible de ser repartido, entregado o vendido, por sus gobernantes, sean estos los reyes de España o sus Presidentes republicanos “para bien de la población criolla nacional mayoritaria”; solo que, lo repartido, entregado o vendido, siempre resultan ser los territorios de los pueblos indígenas.

 Así, pues, la antropóloga no ha dicho nada que históricamente no haya sido dicho o hecho previamente; por tanto, en la lógica de la derecha o de la izquierda nada hay que reprocharle, pues, como parte de su formación en la disciplina científica que ostenta, demuestra claramente su fidelidad conceptual a los preceptos que han conformado su espíritu. Vale decir, es una auténtica representante de la colonialidad del saber para la sustentación de la colonialidad del poder, lo que supone, entre otras cosas, que la ciencia que desarrolla sólo alcanza a ser ciencia, hasta el momento en que su ideología entra en el verdadero terreno de la liberación de los pueblos y, llegado a este punto, siempre es preferible decir: ¡que se jodan los indios!   

  
III.- Donde hablamos del final de la lucha entre derechas  e izquierdas, o por mejor decir, he aquí su desmadre, ahora nos toca hablar a nosotros



A.- De la Operación Cóndor a la Operación Lava Jato



Hace algunos años, el sociólogo Immanuel Wallerstein planteó que la vuelta al capitalismo más ortodoxo (también nombrado como neo-liberalismo), se estableció en el mundo justo en Inglaterra con la asunción del poder por Margaret Thatcher y, en América Latina, en Chile, con Augusto Pinochet luego del sangriento derrocamiento del Presidente Salvador Allende en 1973. Según Wallerstein, este giro económico-político resultó de la conclusión a la que los grandes factores de poder económico mundial arribaron, pues, consideraron que el periodo del llamado Estado de bienestar instaurado en el mundo después de la II Guerra Mundial había llegado a su fin.


No podía ser de otra manera, pues, al final de la guerra en 1945, los Estados Unidos militarmente victoriosos y con una inmensa capacidad de producción industrial, no contaba con una población en condiciones económicas de comprar el volumen de mercancías que estaba en capacidad de producir ya que, ni Inglaterra, Alemania, Italia y Europa en general, estaban en condiciones de ello. Así, restaurar el mercado fue el propósito fundamental del llamado Plan Marshall que, en efecto, nunca se trató de la benevolencia del victorioso frente a los derrotados, apoyándoles económicamente para reconstruir las ciudades que sus mismas bombas habían destruido; o recomponer el aparato industrial destruido por la guerra, sino que la reconstrucción de infraestructuras y recomposición del aparato industrial requería de una masa de trabajadores que, por esa vía, dejaban su condición de parados por la guerra y pasaban a ser asalariados con una capacidad salarial para comprar.


Esto implicó, que el propio imperialismo norteamericano impulsara una política de fortalecimiento de los aparatos estatales nacionales como vehículos de un superficial proceso de industrialización; pero también, una “descolonización” controlada, pues, en modo alguno se trataba de auspiciar ningún proyecto de auténtica liberación, sino de la necesidad de crear nuevos mecanismos de dominación en el contexto de la nueva etapa de acumulación capitalista que, entre otras cosas, exigía la liberación de las colonias en virtud de su condición de consumidores.


Por tanto, el llamado proceso de “descolonización” nunca tuvo como propósito liquidar la colonialidad de las naciones sometidas, sino de la liberación de mercados de consumidores antes bajo el dominio de una potencia colonial particular. Al mismo tiempo, esta especial “descolonización” dejaba a merced de empresas transnacionales el desarrollo de industrias, fundamentalmente extractivistas en África y Asia, antes sujetas al poder colonial de Inglaterra, Francia, Alemania o Italia. Durante esta “descolonización” controlada, los Estados Unidos se reservaron todo el arco de islas del Mar Caribe (sin contar a Cuba y Puerto Rico, pues, para el imperialismo norteamericano éstas estaban fuera de discusión ya que las habían obtenido luego de su “victoria” militar contra España en 1898). Así, todas las pequeñas islas que componen este arco, así como algunos territorios continentales como la llamada hasta ese momento Guyana Inglesa (territorio venezolano apropiado por Inglaterra), y la Guyana Francesa, vivieron una especie de traspaso de propiedad en la continuidad del tutelaje de sus antiguos imperios.


En todo caso, el Plan Marshall no se propuso otra cosa que restaurar el mercado mundial en beneficio del aparato industrial y productor de mercancías de los Estados Unidos en base a: 

1) Apoyar económicamente el proceso de restauración de las infraestructuras destruidas por la guerra en los países europeos (Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, etc.); 

2) Impulsar un proceso controlado de “descolonización” en términos de mercado y no de independencia política para las antiguas colonias antes sometidas, ya por países del Eje Nazi (Alemania-Italia-Japón), como por países aliados como Francia e Inglaterra, pues, a fin de cuentas, para el capitalismo la hermandad cuesta y el vencedor siempre cobra; y, 

3) Este proceso de descolonización controlado suponía la necesidad de impulsar el fortalecimiento de los aparatos estatales, no sólo en las colonias “liberadas”, sino también, en países que como Venezuela, fueron fieles suplidores de petróleo durante la guerra, pero cuya explotación petrolera estaba en manos de Inglaterra y Holanda, quienes, antes de la Guerra Mundial, llegaron a ser aliados de Alemania para cobrar a la fuerza a Venezuela, supuestas deudas del Estado venezolano y por lo que, de manera conjunta, atacaron militarmente los puertos de Maracaibo y Puerto Cabello en tiempos del Dictador Cipriano Castro, quien, en medio de estos ataques, muy a pesar de su talante dictatorial en contra de la población, lo que expresa y criminalmente era ejecutado por su más frío lugarteniente y compadre:

 Juan Vicente Gómez; pues bien, ante el ataque anglo-germano, Cipriano Castro lanzó un discurso superficialmente anti-imperialista por el que, aún hoy, la izquierda nacional lo enarbola como parte del acervo del pensamiento anti-imperialista venezolano, y, por lo mismo, la izquierda se ha encargado de despojar a la dictadura de Castro de sus más crueles crímenes y, por añadidura, al encargado de ejecutarlos materialmente:
 Juan Vicente Gómez.

Así, al final de la II Guerra Mundial el poder estadounidense hizo “caída y mesa limpia”, especialmente, en lo que se refiere al llamado “patio trasero” de su dominación imperialista en América Latina. 

Este momento es interpretado por Rómulo Betancourt como una “tardía llegada” de los norteamericanos al negocio petrolero venezolano, pues, desde Castro y Gómez, éste había permanecido en manos de inglesas y holandesas.


Ahora que, cuando hablamos de negocio petrolero, nos referimos al hecho de que por encima de cualquier dato de explotación o producción petrolera efectiva, se trataba de un verdadero dominio territorial nacional que, para ese momento, según el mismo Betancourt, Gómez había entregado cerca del 80% del territorio nacional a empresas inglesas y holandesas que, dicho sea de paso, debían incluir a familiares y muy allegados al dictador, como socios en los contratos de explotación, por lo que las regalías generadas debían ser entregadas de manera directa a los mismos y, por esa vía, llegar al dominio del Dictador.

Ahora bien, para 1973 el llamado Plan Marshall y su período de Estado de Bienestar, según el parecer de los más poderosos factores de poder económico mundial, había llegado a su fin; sobre todo, porque el capital financiero se había robustecido en unas dimensiones que exigía abrir cauces a nuevas inversiones y, por otro lado, porque el fordismo como sistema de producción resultaba ya un modelo anacrónico a la luz del avance de las nuevas tecnologías que, al mismo tiempo, pusieron punto final al proceso de sustitución de importaciones que el imperialismo había establecido como nuestro camino al desarrollo y sobre cuya lógica, desde los años 50 a los años 70, la derecha (social-demócrata o social-cristiana) y las fuerzas de izquierda en todos sus matices, se disputaban el poder de los Estados.


En todo caso, un nuevo contexto en el proceso de acumulación capitalista se presentaba y en este nuevo escenario, no era el capital industrial (y la producción industrial) el factor determinante para los centros del poder económico mundial, sino que el capital financiero exigía paso libre a sus inversiones en cualquier parte del mundo, sobre todo, en aquellas áreas territoriales a las que, en su momento, la producción industrial y su tecnología no estaba en capacidad de ocupar y territorializar. 

Por supuesto, tal exigencia requería de una absoluta libertad de penetración y dominio de espacios y territorios que, de alguna u otra forma, el anterior Estado de bienestar y, sobre todo, la lucha de comunidades que sustentadas en el discurso legal de los Estados-gobiernos de la época, habían logrado medianamente proteger espacios territoriales propios que, en el nuevo contexto resultan fundamentales al nuevo periodo de acumulación; sin embargo, y como quiera que sea, el proceso anterior de fortalecimiento de los Estados-nacionales hizo posible la construcción de todo un discurso legal que, al nuevo contexto de acumulación capitalista le resultaba, por lo menos, agobiante.


Es este, pues, el contexto económico y político sobre el que en los años setenta se instauran y sustentan las dictaduras militares en Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y hasta Brasil, y cuyo desarrollo permitió sustentar el diseño y ejecución de la llamada Operación Cóndor, considerada por los militares en el poder como una acción política-militar necesaria, no sólo como puntal para su sostenimiento en el poder, sino como sustento social a la nueva etapa de acumulación capitalista de los grandes factores de poder económico mundial que, ciertamente, muy conscientes estaban de los efectos sociales del giro económico-político que, como consecuencias, traería lo que ahora imponían.


De tal manera que, no es posible entender en toda su dimensión la Operación Cóndor sin ubicarla en el espacio económico-político que los factores de la colonialidad impusieron como lugar para su existencia, muy a pesar de nuestra voluntad política, social o cultural, pues, nunca se ha tratado de lo que pensemos o de la fuerza con que gritemos nuestras consignas, ya contra las dictaduras militares del Cono Sur, o contra los mismos criminales militares que hoy en Venezuela, por ejemplo, se autocalifican como de izquierda, lo que muchas veces ha puesto a dudar a nuestros vecinos suramericanos a brindar cualquier apoyo a la lucha de nuestras comunidades, aún sabiendo de nuestra desgracia.


Por tanto, es posible decir que la Operación Cóndor no fue necesariamente un invento personal de los militares dictadores en el Cono Sur, sino que resultaba una acción que ellos ejecutaban en el contexto de implantación de la nueva etapa de acumulación y que requería,  el control social a muerte.


Desde esta perspectiva, la Operación Cóndor no sólo se trató de la confabulación criminal para liquidar enemigos políticos de las dictaduras, sino de una verdadera “limpieza territorial”, esto es, la desaparición de todo sujeto cuya memoria política asomara la posibilidad de reterritorializar la lucha social contra el capital; de allí la práctica de despojar  a las madres de sus hijos luego de asesinarlas. 

Esto, que para cualquier ser humano no puede menos que resultar abominable; se trata de una práctica históricamente establecida en nuestro continente por los conquistadores europeos en contra de las poblaciones indígenas pero que, posteriormente, fue igualmente desarrollada por los gobiernos republicanos en casi todo el continente pero con gran  intensidad en los países del cono sur, que lanzaron verdaderas campañas militares que terminaron por desaparecer a los ONÁS, los Kaweskar, diezmar a los Mapuches, a los KALCHAKIS y los indios fueguinos, a quienes se liquidaba en función y en virtud de la imposición territorial de la modernidad, sus niños sobrevivientes, igual fueron objeto de entrega a familias criollas de la época.


Aclaramos que lo anteriormente dicho, nada tiene que ver con ninguna especie de pago de Karma por daños previamente ejecutados u omitidos por los criollos en su hacer, sino que la Operación Cóndor como la Operación de Liquidación indígena en todo el Cono Sur de América, no responde sino a la misma imposición del proceso de acumulación capitalista que exigió, en ambos momentos históricos, la liberación de espacios territoriales de la presencia física o expresión material de cualquier población presente en los mismos; pero también, de toda memoria cuya presencia contradiga radicalmente el modelo a imponerse. Ahora que, justo es decir, la única diferencia entre el dolor indígena y el de las madres de los desaparecidos durante las dictaduras, es que los pueblos indígenas, liquidados y desmembrados, nunca tuvieron la posibilidad de que las madres-abuelas despojadas de sus nietos indios, pudieran protestar en las plazas públicas de Chile, Argentina y Uruguay.

 Ellos, sencillamente, dejaron de existir aunque están vivos, pues, allí, tercamente siguen los mapuches, ahora perseguidos como terroristas, los CALCHAQUÍS siguen viviendo y r-existiendo porque en verdad, para ellos, la muerte es mentira.


Así, pensar que la Operación Cóndor solo se trató de la criminal persecución de militantes de izquierda (que ciertamente lo fue), por las dictaduras militares derechistas, sin establecer sus vinculaciones con la nueva etapa de acumulación capitalista a la que tal Operación daba respuesta política y militar, fue una falsa apreciación política que provocó una equivocada orientación de la lucha de los movimientos sociales afectados por esa Operación; pero también, del movimiento social en general, pues, ello atizó la existencia en un mismo movimiento como el peronista; por ejemplo, de grupos que desde la izquierda (los Montoneros), enfrentaban a la dictadura militar en Argentina, pero, asimismo, grupos como la AAA (La Triple A), ultraderechistas de igual origen peronista, formaban parte de los escuadrones de muerte que, en más de una oportunidad, se encargaron de ejecutar las acciones de secuestro, tortura y muerte en el contexto de la Operación Cóndor.


Sobre esta falsa premisa la izquierda latinoamericana no sólo justificó históricamente su derrota política; sino que, a contravuelta, se vale del mismo argumento para justificar sus propios crímenes políticos hoy ejecutados por algunos de sus representantes en el ejercicio del gobierno con los mismos propósitos: permanecer en el poder; pero sobre todo, para justificar una orfandad ética que parece perder, justo en el ejercicio del poder desde la misma lógica y continuidad de la colonialidad; es por ello que, la izquierda en los gobiernos llamados progresistas de fines de los noventa, no sólo naturalizó al capitalismo como sistema del que, a su parecer, resulta imposible desprenderse y por lo que sus teóricos más representativos justifican bajo un supuesto etapismo o periodo de transición que, una vez tomado el poder, resulta ser inevitable al proceso de instauración definitiva del poder popular y, para ello, cabe la posibilidad de hacer uso político de los vicios propios del capitalismo como mecanismo y/o plataforma válida para la sustentación económica del supuesto “proyecto de liberación”.


He allí, pues, el contexto del actual “escándalo” de la Operación Lava Jato. Vale decir, hacer y obtener dinero a través de negocios como el narcotráfico o la corrupción política y administrativa de la derecha, parece a la izquierda, no sólo permisible sino hasta necesario, en tanto que, como eufemismo, verbalmente sustenta la continuidad de su lucha por la transformación del mundo sí y sólo sí, ellos tienen el poder; sin embargo, por ser la transformación social del mundo un objetivo muy a largo plazo, resulta para ellos natural entender que en el camino algunos de sus miembros, por añadidura, termine enriquecido o como representando a una “nueva burguesía”, a costa del dolor, del hambre y la miseria de todos los excluidos.


fin parte 1 









1. b) 

La Operación Lava Jato o el fin de la izquierda en América Latina

parte 2 


La instauración de la nueva etapa de acumulación capitalista, muy por encima de los cálculos de sus impulsores en el Consenso de Washington, no se haría sin recibir la respuesta crucial de los pueblos que supieron en sus carnes la condena a muerte de su historia. 

Así, a poco más de una década después del derrocamiento de Salvador Allende, 1988 para ser exactos, Carlos Andrés Pérez gana holgadamente las elecciones en Venezuela basando su campaña en una especie de vuelta a la abundancia económica que, producto del boom de los precios del petróleo durante su primer mandato (1973-1978) hizo posible la creación del espejismo de lo que él llamó “la Gran Venezuela”, esto es, el ingreso al país de una cantidad de divisas por concepto de venta de petróleo, que permitió a su gobierno generar la ficción de “riqueza” al punto de regalar a Bolivia un barco refrigerado (El Sierra Nevada), para las exportaciones de este país que aún hoy, no tiene un puerto de anclaje propio; dicho sea de paso, tal regalo fue altamente cuestionado por la izquierda venezolana, especialmente, por los partidos que con Chávez y hasta hoy día, merodean en el gobierno como mosquitos a la piña dulce. 

En todo caso, en el contexto de fines de los años ochenta, la holgada victoria electoral recientemente obtenida le pareció suficiente a Carlos Andrés Pérez como para instaurar la nueva etapa de acumulación exigida por los grandes factores de poder económico y político mundial, sin acudir a la fuerza criminal militar impuesta en los países participantes de la Operación Cóndor.


Los acontecimientos inmediatamente posteriores a su toma de posesión como Presidente en la que, por cierto, un invitado muy especial fue Fidel Castro, dejaron al desnudo su falsa lectura del nuevo contexto histórico-político latinoamericano. 

He llegado a pensar que Carlos Andrés Pérez nunca llegó a entender, que tanto para el pueblo que había votado por él en diciembre de 1988, como para los grandes factores de poder económico mundial, él ya no representaba lo que creyó representar. 

Es por ello que jamás vio venir el estallido social de febrero de 1989, apenas retirándose la corte de invitados a su toma de posesión y justo inmediatamente de declarar su primer ajuste económico para enfrentar la crisis que, con su “popularidad”, pensó implantar sin que hubiera un solo muerto. 

El Caracazo le estalló en pleno rostro y pienso que aún hoy, en su tumba, su espíritu estará preguntándose ¿qué pasó?, ¿por qué pasó lo que pasó?


Aturdido por el estallido social de quienes estaba convencido controlaba con su verbo, tampoco vio venir las intentonas golpistas de 1992 (4 de febrero y 27 de noviembre del mismo año), jamás sospechó de las vinculaciones de su propio Ministro de Defensa (Ochoa Antich), o del propio expresidente Rafael Caldera, y todos los llamados “notables”, entre los que se encontraban dueños de periódicos, periodistas, intelectuales de izquierda y de derecha, quienes, no sólo sabían lo que estaba por suceder, sino que apoyaron lo que efectivamente sucedió.


En todo caso, el Caracazo (1989), así como la Marcha por el Territorio y la Dignidad en el Ecuador, La Guerra del Agua en Cochabamba (Bolivia), hasta el levantamiento armado de las comunidades mayas zapatistas de Chiapas en 1994 (México), pusieron patas arriba la mesa del poder en toda América Latina/Abya Yala, y por lo que, sobre la ola de sangre derramada por los pueblos y comunidades de abajo, elementos posicionados como pertenecientes a la ideología de izquierda, alcanzaron electoralmente asumir los gobiernos en Brasil, Ecuador, Bolivia, Argentina y Venezuela, enarbolando como banderas propias, la necesidad de una transformación radical y fundamental de sus constituciones en lo que representaría el nuevo pacto social, cuyo acento estaría (prometieron), en la necesidad de defensa de las comunidades.


En este contexto, la esperanza era total y todo parecía indicar que, efectivamente, por lo menos Suramérica vivía un esplendor, y, muy especialmente Venezuela, pues, el costo mundial del barril petrolero pasó de 8 dólares en 1998 a 25, luego a 35, después a 43, y ya para el 2010 promediaba los 140 dólares el barril; vale decir, un nuevo y más descomunal boom de precios petroleros hacía posible sustentar cualquier proyecto de transformación social en nuestro país y, asimismo, apoyar cualquier otra iniciativa en esta dirección en todo el continente.


Pero, he allí que la visión colonial de la izquierda en el poder, y, sobre todo, la haraganería intelectual de sus más “preclaros ideólogos”, nunca se atrevieron a sobrepasar el concepto de “renta del suelo” como factor esencial no sólo para la eufemística formación de una  burguesía nacional que, según ellos, esta vez sí sería nacionalista y revolucionaria; sino que mucho menos, intentó siquiera salirse del redil del consabido acasillamiento electoral de los excluidos mediante programas de asistencia y, por el contrario, darle continuidad al proceso de enriquecimiento de sus oportunistas satélites, tal como solían hacer aquellos a quienes, supuestamente, la “revolución” había liquidado, esto solían resumirlo sus más insignes burócratas con la expresión: 

“Necesitamos tener el poder para poder”

En este sentido, podemos atrevernos a decir que la categoría “renta del suelo” y su dominio, ha resultado ser el fundamento conceptual del proceso sobre el que, tanto la derecha como la izquierda en América Latina, en diferentes momentos históricos, han sustentado tanto sus críticas como sus justificaciones a la particular corrupción material y simbólica de cada uno de ellos; por mejor decir, no es posible comprender el por qué se produce la llamada Operación Lava Jato sin apelar a la historia de la categoría “renta del suelo” en tanto que, sin importar la ideología, es su “dominio” y “control” lo que orienta ética y políticamente a cualquier fuerza que en un momento determinado llega a detentar el poder del Estado-gobierno en cualquier república de América Latina.


Dicho de otra manera, y, en conclusión, para los marxistas latinoamericanos (militantes o intelectuales), quien domina la “renta del suelo”, sea por explotación petrolera, carbón, cobre, o cualquier elemento hoy designado con el término inglés commodities, puede perpetuar su poder eternamente, pues, se da por hecho que el dominio material de la renta constituye el fundamento del poder mismo y de aquel que lo detenta, y, para ello, en nada interviene su definición ideológica como de derecha o de izquierda, pues, a fin de cuentas, ambas ideologías parten del mismo lugar de ver el mundo; esto es, se trata de la misma visión occidental del poder colonial en contra de los de abajo no occidentales.


Establecido así el origen teórico de nuestro desmadre nacional, creemos ahora necesario aclarar la idea que la expresión Lava Jato encierra en sí misma, cosa a la que los medios de divulgación ni siquiera intentan poner atención. Así, Lava Jato es una expresión muy propia del portugués hablado en Brasil que, como vemos, se conforma mediante dos términos: 

Lava (del verbo lavar, lavado; lo lavado), y Jato (pronunciado fonéticamente como: yato), se trata de una acción realizada a chorro, es decir, el lavado del que se habla se hace a propulsión a chorro, lo que semánticamente se refiere al lavado de dinero en grandes cantidades, o del lavado a chorro de grandes cantidades de dinero



A sabiendas de esta traducción y, sobre todo, por la imposibilidad de ocultar el hecho de que miles de millones de dólares han sido saqueados por los gobernantes de izquierda, o  el lavado de miles de millones de dólares provenientes del tráfico de narcóticos y puestos a  circular ilegalmente o, fuera del control del mercado, ya como parte de sobornos, o para la constitución de empresas, o para la compra de éstas, especialmente, las referidas a medios de comunicación, es por lo que elementos como Alí Rodríguez o Luis Britto García, intentan convertir en un acto de fuerza teórica, en sustento del proceso de conformación de una inexistente burguesía nacional capaz de contribuir con sus “inversiones” a los cambios político-económicos que, como parte del desarrollo de las fuerzas productivas es lo que hará posible el fortalecimiento de una clase obrera en condiciones de construir, por sí sola, el socialismo. La magnitud de tal sofisma sólo es comparable con el tamaño del enriquecimiento obtenido por estos teóricos y demás petardistas
Sin embargo, desde la más elemental sabiduría popular ya sabíamos que después de la muerte de Bolívar y del fin de la Gran Colombia, todo gobierno criollo siempre resultó en sí mismo, la expresión de la corrupción del espíritu de aquellos que alcanzaron el poder gubernamental del Estado en cualquier lugar de América y que, para su sustentación y continuidad, siempre terminan alimentando con dineros de la hacienda pública (producto de su dominio de la renta), a sujetos que, así enriquecidos, se conforman falsamente como clase “burguesa” nacional; pero que siempre está más comprometida con la continuidad en el poder de sus benefactores que con algún proyecto de “desarrollo” nacional que, les obligaría a invertir capitales que nunca están dispuestos a realizar sino es por la vía del Estado-gobierno, de allí que la permanencia del benefactor en el ejercicio del poder siempre resulta fundamental a la existencia de “sus apóstoles”.


Vale decir, la historia económica y política de América Latina no puede ser comprendida desde una visión, digamos, ortodoxa del marxismo (que es la que ha abundado entre nosotros), ya que en relación a la formación de la clase burguesa, por ejemplo, ésta nunca es el resultado de un proceso de acumulación en el contexto del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de la corrupta complicidad entre quienes ejercen el poder político del Estado-gobierno y determinados sujetos que el mismo poder político promueve a través del drenaje de parte de la renta en función de la sustentación económica y continuidad del poder político de los gobernantes


Ahora bien, si en el contexto de implantación de la nueva etapa de acumulación capitalista en los 70, la Operación Cóndor resultaba militar y criminalmente necesaria a los intereses de los dictadores, quienes, por esa vía creyeron extender y resguardar su dominio político en el espacio territorial del cono sur involucrado; asimismo, la Operación Lava Jato ha representado una acción conjunta entre los Estados-gobiernos, particularmente auto-definidos como de izquierda o progresistas, en función de la desviación de recursos económicos a través de grandes comisiones por contratos otorgados a grandes empresas, por el mero ejercicio de su poder, especialmente de construcción, como la brasilera Odebrecht y que, en buena parte, eran destinados a la sustentación en el poder de esos mismos factores que, en nombre de la redención social, saqueaban a sus pueblos, pues, otra muy buena parte de tales desviaciones eran destinadas al enriquecimiento personal de algunos elementos pertenecientes a las estructuras de poder en todos y cada uno de los países involucrados (Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Nicaragua, Cuba y pare usted de contar)


Ello, muy a pesar de que “de los dientes hacia afuera”, el discurso de los líderes hablaba de la posibilidad de transformar nuestras sociedades y aún del mundo, en algo más allá del dominio de la renta del suelo o de su entrega para su explotación por las transnacionales.


No de balde, en Venezuela, por ejemplo, el discurso de Chávez y sus acólitos se tiñó de un patrioterismo que ha terminado en el absurdo de un nacionalismo más vinculado al nazi-fascismo alemán donde palabras como “patria” o “libertad” fueron manipuladas hasta el punto de torcer su significación hasta llegar a referirse, en términos del poder, justamente a todo lo contrario de su significación originaria.  


Por otro lado, es importante señalar que así como la Operación Cóndor pudo ser silenciada o enmascarada por el tiempo que duraron las dictaduras involucradas en sus crímenes, precisamente, por la complicidad imperialista y la violencia que éstas esgrimían en contra de sus enemigos; la Operación Lava Jato pudo ser enmascarada ante los pueblos por la coyuntura del boom de los precios de las materias primas (commodities) en el mercado mundial; así, los altos precios del petróleo que llegó alcanzar los 140 dólares el barril en la década que va de 2002 a 2012, hizo posible el espejismo de la vuelta de la Gran Venezuela de CAP, ahora llamada “Revolución Bolivariana” es por lo que ahora, a los efectos del desmadre que hoy tenemos como resultado, CAP y Chávez son la misma mierda (con sus diferencias de detalle, claro está)


En todo caso, en el momento en que se produce la caída de los precios mundiales de los energéticos y demás commodities, porque, al fin y al cabo, se trata de mercados no controlados por los revolucionarios ahora en el poder de nuestros Estados dependientes y que, en la lógica del capitalismo mundial antes y ahora en su nueva fase de acumulación, nunca han dejado de ser algo más que proveedores de materias primas y/o energéticos; es cuando la máscara de la supuesta abundancia que, dicho sea de paso, todos los gobiernos de izquierda adjudicaron a su sola presencia, se cae estrepitosamente y toca al pueblo comenzar a sacar cuentas y, ciertamente, estas no cuadran, sobre todo, cuando vemos; por ejemplo, en Venezuela, a Tarek El Aisami como dueño de empresas en Venezuela y los Estados Unidos; comprando periódicos a través de testaferros y con cuentas bancarias (hoy cerradas por el Imperio) en los Estados Unidos, Panamá y el Reino Unido; o a un Diosdado Cabello que puede darse el lujo de enviar a su hija, aspirante a ser cantante, a vivir y estudiar en París sin que se sepa cómo le hace con su pensión de militar retirado o su dieta de Diputado para cubrir sólo el boleto de avión; o también ver a una Cristina Kirchner como dueña de hoteles exclusivos, o ver por la televisión a uno de sus favorecidos lanzar maletas llenas de dólares al interior de un convento,  al tiempo que unas monjitas se hacían las weyas de que no sabían lo que traían las maletas y que no era otra cosa que parte del botín que, para el funcionario kirchnerista, se trataba de lo que creía haber ganado, pues, en la lógica del ejercicio de la colonialidad del poder no existen límites éticos, pues, la sociedad no existe, sino el Yo personal del presidente, sus ministros y cualquier puto acólito (con el perdón de la palabra)


 En todo caso, se trataba de parte de lo que el pueblo argentino más pobre había sido despojado por sus traidores; pero, lo mismo podríamos decir de Chávez, Lula, Evo, Lugo, los sobrinos de Maduro, y pare usted, otra vez, de contar.


En todo caso, no es nuestro interés tratar de demostrar la pudrición que corroe el espíritu de nuestras naciones en todo el continente, pues, se trata de hechos observables día a día y, para saberlo, en verdad no necesitamos de CNN, pues, en Venezuela este desfalco que sobrepasa una década y media se ha traducido en un empobrecimiento que, por sólo mencionar un ejemplo, un maestro de primaria, un profesor de secundaria, un académico universitario o un médico cirujano, para sobrevivir, debe realizar por lo menos dos labores adicionales; esto es, debe ser maestro y luego ser taxista; o vendedor de hotdogs (perros calientes), al tiempo que los sobrinos del Presidente confiesan haber sacado grandes cantidades de droga en aviones de PDVSA a través de la rampa presidencial, o que elementos del gobierno exhiban sus grandes fortunas y  propiedades restregándolas, sin el menor recato, en el rostro de los que hoy sobreviven revisando diariamente la basura de finos restaurantes o de mercados populares (¿Qué dirá el Santo Padre, que vive en Roma?)


En fin, la Operación Lava Jato no ha sido más que la conformación de una red dirigida y ejecutada por los detentadores del Estado-gobierno en Venezuela, Brasil y Argentina, por solo mencionar los más importantes Estados-gobiernos involucrados en lo que pareciera ser la globalización latinoamericana de la corrupción, instaurada luego de la lucha y muerte de las comunidades de abajo que pusieron sus espaldas para que éstos miserables treparan a las más altas esferas del poder político en sus respectivos países y que, al igual que los militares de las dictaduras de los años 70 de la Operación Cóndor, una vez en el poder,  parecieron acordar una red de corrupción económico-política que, ciertamente, les ha permitido hacer fluir y trasladar grandes cantidades de dinero extraídos de las arcas públicas para beneficio de sí mismos y de sus allegados y a costa del hambre y miseria de los pueblos.


Todo esto nos lleva a concluir que, al responder a la misma lógica del poder y su ejercicio, es posible establecer (en medio de las diferencias), un singular paralelismo entre la llamada Operación Cóndor y la Operación Lava Jato. 

Es casi seguro que mis muy pocos lectores con corazón de izquierda nos acusen de comparar peras con manzanas, pues, ciertamente, aparentemente resultan incomparables la Operación Cóndor y la Operación Lava Jato, especialmente, dada la condición de violencia policial-militar de la primera y de corrupción económica la segunda, y no podemos más que reconocer la razón de un argumento como este, pues, ciertamente, hoy es posible tener casi con absoluta certeza la cantidad de muertos y desaparecidos durante la Operación Cóndor; por el contrario, resultará muy  difícil determinar con precisión el alcance del daño que el latrocinio de la Operación Lava Jato ha impuesto sobre la carne y corazón de nuestros pueblos, no sólo en cuanto a la expansión de la pobreza y el hambre en cifras poblacionales, sino en sus vinculaciones con la maximización de la violencia que, por hambre, por sólo mencionar una variable, en Venezuela, se ha disparado a magnitudes imposible de cuantificar; igualmente resulta difícil cuantificar el número de muertes que por falta de medicamentos, o niños que mueren al nacer por falta de insumos en los hospitales se han producido durante los últimos dos o tres años, pues, la desaparición de las estadísticas de inflación del Banco o de muertos registrados en las morgues y hospitales, ha sido la orden de silencio más severamente vigilada por la revolución bolivariana; por tanto, no nos es posible cuantificar el número de muertos y desaparecidos; así como será muy difícil determinar el alcance de los daños generados por desnutrición a los sobrevivientes de la crisis en el contexto de la Operación Lava Jato en Venezuela, Brasil,  o Argentina.



En todo caso, una cosa sí debe quedar definitivamente clara: tanto para la Operación Cóndor como para la Operación Lava Jato, los detentadores del poder (de Derecha los primeros y de Izquierda los segundos) de los Estados-gobiernos, en efecto se confabularon en función del mismo objetivo: someter ya por la fuerza, ya por el control de los recursos económicos legales (pero también de negocios ilegales como el narcotráfico), en una especie de control del hambre, a sus pueblos y, ambos, justifican sus acciones en virtud de la necesidad de su perpetuidad en el poder de sus Estados; por lo que, podemos concluir, que para los excluidos, desde la colonialidad no es posible un proyecto liberador de los de abajo.

  

1.  c) La voz del Tercero Excluido en la construcción de otro mundo posible

Debo confesar, que sólo mencionar la idea del final de la izquierda, ciertamente, me conmueve, pues, como quiera que sea, que a pesar de que durante los últimos 30 años he buscado despojarme de toda parafernalia ideológica aprendida desde la colonialidad occidental en la que, igualmente, he sido víctima y victimario, lo que me ha llevado a enfrentar mi propia historia personal en la que por mucho tiempo estuve convencido de representar a un hombre de izquierda; entender que tal definición sólo formaba parte de mi aceptación o sometimiento colonial; por momentos, se torna en la aceptación de quienes me acusan de pertenecer o ser un hombre de derecha


Así, pensar en el final de la izquierda (tal como aprendimos a serlo), siempre resulta considerar nuestro propio final como sujetos participantes de la historia de imposición de esa noción; pero también (eso me alienta), la necesidad de resurgir desde un pensamiento otro, pues, se trata de un acto de conciencia individual o, por lo menos, de difícil socialización; sobre todo, porque se trata del momento en que el sujeto es visto y se siente visto como fuera de todo conjunto; esto es, se trata de un sujeto aparentemente solitario, enfrentado a dos supuestos poderosos enemigos: la ideología (y los ideólogos) de derecha y la ideología (y los ideólogos) de la izquierda, pues, al fin y al cabo, como una escopeta de doble cañón, ambos le dispararán con la misma fuerza desde sus dos cañones como al tercero excluido o, ajeno al espacio natural de lucha que da vida a la historia de su existencia material y simbólica.  


Esto le dije a Julio, un amigo añuu que conozco desde que era un adolescente,  quien a pesar de haber perdido un brazo nunca había dejado de trabajar como el mejor constructor y reparador de embarcaciones en la Laguna; pero que hoy día, en medio de la paralización total de la pesca, ninguno de sus compañeros necesita de su trabajo. Hablo de esto con Julio porque en sus comienzos, él se enroló en la revolución chavista, su casa era sede del Consejo Comunal y la bandera roja del PSUV, raída y sucia, aún ondea en el techo de su rancho. Pero, hoy Julio se debate entre la fe en que el gobierno enviará comida cada dos o tres meses, y la fe en que sólo Cristo basta para mitigar el hambre de sus hijos; es decir, Julio va y viene entre el opio de la revolución y el opio de la religión.

Sin embargo, cada vez la esperanza se le pone más lejos, y por momentos recuerda  junto a Santos, su padre, ya casi ciego, el tiempo en que la pesca era tan abundante en la Laguna, que cualquier niño podía pescar con arco y flecha.
Cuando eso recuerdan, aclaramos, para nada se refieren a gobiernos anteriores, sino justo al tiempo en que todas las familias de la comunidad podían, de manera autónoma, satisfacer sus necesidades materiales, y, cuando esto rememoran, es posible observar cómo ensanchan su pecho, pues, se trata de manifestar en el gesto, la dignidad implícita en su recuerdo.


La aclaratoria nos parece importante, pues, para los añuu, como para la totalidad de las naciones indígenas de Venezuela, siempre ha habido conciencia acerca de una pertenencia al Estado-nación determinada por una sujeción orientada por la colonialidad del Estado sobre las comunidades y pueblos. Dicho de otra forma, siempre han sabido los pueblos indígenas que, no importa quién esté de berrnadoran en Venezuela,  su condición es la del excluido que sólo cuenta al momento de contabilizar los votos para establecer en el poder en el gobierno central, al berrnadoran de turno.


Sin embargo, cuando se establece la nueva Constitución Nacional de 1999 (aprobada en 2000), todo un capítulo parecía reconocer, al fin, la existencia de 24 naciones indígenas y, por tanto, generó la apariencia de inclusión de los mismos, con una carga de derechos supuestamente suficientes para el ejercicio de su ciudadanía.

 Tal “inclusión”, fue celebrada por todos los pueblos, y enarbolada por la izquierda latinoamericana y mundial, como un acto de justicia por más de 500 años esperado. Todos nos fuimos con la finta: la derecha, al acusar a Chávez de ser un comunista que pretendía igualar a unos indios “desprovistos de cultura”, y la izquierda, al creer que, en verdad, Chávez hacía lo que hacía porque era comunista. Craso error


La explicación se asienta; por un lado, en el cambio político que los factores de poder económico mundial consideraron necesario ejecutar, pues, habían asimilado por las luchas sociales de fines de los 80 la repulsión popular a las medidas económicas correspondientes a la etapa de acumulación que, ciertamente, habían hecho estallar a los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina. Por el otro, porque la expansión del capital financiero requería marcos constitucionales y jurídicos capaces de brindar seguridad legal a sus inversiones en espacios donde las poblaciones indígenas estarían directamente involucradas por tratarse de proyectos a realizarse en sus territorios ancestrales y tradicionales.


De hecho, es Venezuela el último país en modificar su Constitución Nacional en toda  Suramérica, a los efectos de hacer posible la definición del estatus territorial de las poblaciones indígenas y, por esa vía, abrir cauce a la construcción del marco legal y jurídico a las nuevas inversiones que requería de tales espacios. Por mejor decir, ya en Brasil, por ejemplo, incluso en el contexto de la dictadura militar, tales cambios constitucionales hicieron posible el inicio de la demarcación territorial de los pueblos indígenas de la Amazonía, delimitación que, dicho sea de paso y aunque parezca contradictorio, fue detenida o minimizada, por lo menos en la cantidad de hectáreas reconocidas a los pueblos indígenas, precisamente durante el gobierno de Lula Da Silva luego de la dictadura. En todo caso, las Constituciones en Ecuador, Bolivia y hasta en Colombia habían abierto el cauce al reconocimiento territorial y la condición de los pueblos indígenas, negros y campesinos, en función de ofrecer estabilidad jurídica a las inversiones de los grandes factores de poder económico mundial y a los nuevos proyectos de explotación en la nueva etapa de acumulación capitalista.


Pero, además, la Constitución Bolivariana impuesta por Chávez y sus seguidores, resulta la única que, en toda Suramérica, no reconoce el estatus territorial de los espacios ocupados previamente a la existencia de los Estados-nacionales por los pueblos y comunidades indígenas, a quienes taxativamente reconoce como pueblos pero despojando a este concepto de todas sus implicaciones políticas expresas en la definición hecha por Naciones Unidas al respecto y, por el contrario, mantiene el criterio colonial de su condición no humana; en tanto que, sólo les reconoce como una especie biológica que sólo requiere de un “hábitat” para su existencia y reproducción biológica; de tal manera que, lo que nunca se atrevieron a hacer ni la dictadura militar de Brasil o el gobierno derechista de Álvaro Uribe en Colombia, lo hizo Chávez en favor de las transnacionales, pero además, con el aplauso de toda la intelectualidad de izquierda venezolana, latinoamericana y mundial.


Ahora bien, nos parece igualmente importante señalar que no existe país en toda América Latina cuente con una historia Constitucional más larga que Venezuela, precisamente, porque desde la disolución de la Gran Colombia de Bolívar, que por supuesto, generó su propia Constitución, unas 28 o 29 constituciones nacionales han sido elaboradas, aprobadas y sancionadas por los grupos que, coyunturalmente, arriban al ejercicio del poder político del Estado-gobierno, y la Constitución de Chávez no escapó a este designio, pues, en ella nada participaron los eternamente excluidos que sólo sirvieron como espalda/escalón para su ascenso al poder y como voto contable para su aprobación; más, nunca como palabra susceptible de ser considerada importante para la definición de un “contrato social” en el que sus propias vidas estaban en juego. 

Todo ello, justificado por Chávez y buena parte de los ideólogos de la izquierda latinoamericana, como necesidad para sostener el poder para poder, dicho por el cual, podía aplicarse toda la fuerza para someter a los pueblos y comunidades, pero evitar a cualquier precio una confrontación directa (y sólo como gesticulación verbal), con las transnacionales imperialistas norteamericanas, rusas o chinas.


Entonces, llegamos al día de hoy, y vemos, que entre los argumentos más poderosos, por ingenuos, de los más “sanos” izquierdistas que aún intentan sustentar sus cuestionamientos al gobierno chavista de Maduro como una posición netamente “revolucionaria”, en tanto que, para ellos, lo que cuenta es defender el supuesto “legado” de Chávez, “quien sí era bueno, mientras que Maduro y Diosdado son malos”; si esto no lo dijeran en el más dramático de los contextos que sufre todo el país, en el que ellos mismos atestiguan cómo la gente muere de mengua, o sobrevive buscando comida en la basura, ciertamente, sólo debería provocar risa; pero es el mismo contexto el que lo transforma en cinismo y, por ello, no puede menos que provocar la más grande arrechera a cualquier persona que cuente, por lo menos, con un centímetro de corazón humano.


No obstante, sabemos que los más grandes factores de poder mundial, así como las grandes transnacionales y los Estados-gobiernos (de derecha o de izquierda), no sólo se imponen a la fuerza o con la fuerza militar sino que, igualmente, son capaces de cambiar su discurso sustentado por “cientistas sociales” financiados a través de aparatos de investigación social financiados al efecto, en función de generar los “nuevos” conceptos que sustenten y drenan las luchas sociales de irreverentes y rebeldes comunidades de indios, negros, campesinos y pobladores pobres de las ciudades que, pueden caer fácilmente en la red discursiva tejida con palabras como: comunas; consejos comunales; patria para todos; economía verde; economía sustentable; minería ecológica; socialismo ecológico; etc., etc.; pues, todo ello se traduce en la práctica, en criminales programas de políticas públicas, siempre conformados por planes de viviendas; escuelas públicas con programas educativos coloniales de libre sometimiento; programa de asistencia o sometimiento por hambre; carnetización de los sometidos; porque, tanto para la derecha y la izquierda, su sostenimiento en el poder se ha de sustentar:


1) Control total del proceso económico por parte del Estado centralizado;

 2) Control de la clase Media que, en el contexto de un gobierno de derecha, se sustenta en la creación de la permanente esperanza de su posible ascenso social y, en el contexto de un gobierno de izquierda, como su emparejamiento con las clases sociales más desposeídas y excluidas; y, 

3) El fortalecimiento al máximo del aparato del Estado por sobre una población cada vez más empobrecida, debilitada y minusválida, sobre todo, frente a unas Fuerzas Armadas que, no sólo cuentan con las armas (que ya es mucho decir), sino provistas de una impunidad que busca aterrorizar y liquidar cualquier sueño liberador de los de abajo así sometidos.   
En todo caso, hoy nos es posible decir, que luego de 28 o 29 Constituciones Nacionales siempre elaboradas a la medida y aspiraciones del dictador de turno, nunca antes como ahora está planteada la posibilidad de darle un vuelco a toda la estructura de esto que llaman Estado, y que a capa y espada defienden como concepto y estructura final y única, tanto la derecha (que son sus originarios inventores), como la izquierda que, en el caso de América Latina, ya lo hemos visto, sólo aspiran a perpetuarse en su poder a través del dominio de la renta del suelo y el sub-suelo de sus propias naciones en su propio beneficio de poder y a costa de la vida de sus propios pueblos.

 Por tanto, de acuerdo a la memoria de nuestras naciones indígenas y comunidades campesinas, negras y pobres de las ciudades, no hay nada nuevo que ver; es decir, nada nuevo puede venir como propuesta tanto de la derecha como de la izquierda como posibilidad de futuro para nuestras naciones.


En este sentido, consideramos que este es nuestro tiempo; es decir, no es posible volver a dejar en manos de elementos ajenos al pensamiento de nuestras comunidades nuestra futura existencia, pues, por más de dos siglos han demostrado su quiebre definitivo, esto es, para ellos no hay palabra desde abajo que valga; es por eso que hoy es posible ver y comprobar cómo partidos políticos contrarios al gobierno, son capaces de negociar por fuera de las necesidades de la gente sus propios intereses desde el pensamiento del tercero, hasta ahora, siempre excluido de todos los procesos de cambio político históricamente dados en Venezuela.


En fin, estamos convencidos de que una posibilidad de reconstrucción de nuestro país es posible; pero, tal reconstrucción si quiere ser verdadera, no será posible sin la palabra hasta hoy excluida en la redacción de todas las Constituciones Nacionales elaboradas para beneficio de quienes, en su momento, se adueñaron del poder del Estado-gobierno. 

Así, y a contracorriente de lo que pueda pensar como Estado socialista o desde el Sur nuestro amigo Boaventura de Sousa Santos, para que éste en verdad exista, por lo menos, en Venezuela, es necesaria la destrucción del Estado Chavista, sobre todo, en sus compromisos con las transnacionales y mafias rusas y chinas; pero, fundamentalmente, en cuanto al pacto social que pueda ser elaborado y constituido en virtud del respeto a la palabra de todos los que a lo largo de la historia política de esto que hoy todos conocen como República Bolivariana de Venezuela, no pueda ser posible sin el horizonte ético de los pueblos y comunidades indígenas, negras, campesinas y de los pobres excluidos de las ciudades


 De no ser así, la lucha seguirá en el mismo crucial punto, cada vez más mortalmente violenta; lo contrario, que es lo que esperamos, supone la posibilidad de repensarnos desde la perspectiva de los pueblos y esto sí que pudiera constituir otra historia que contar.


Ruptura Tercer Camino, Venezuela


José Ángel Quintero Weir


postaporteñ@ 1740 - 2017-03-15





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